2025, el año de la IA

2025 fue llamado el año de la IA por Time. La tecnología seguirá avanzando, pero la pregunta clave es: ¿qué papel queremos jugar en ese futuro?
diciembre 22, 2025

Cada que termina un año, los balances son inevitables. Está terminando el 2025 y bien vale la pena preguntarse ¿qué fue lo más trascendente durante los 12 meses que ya se han ido? Para la afamada revista Time, este fue el año de la Inteligencia artificial (IA). Cada diciembre, esta publicación elige a “la persona del año” y, para este 2025, eligió a los arquitectos de la IA. Señaló a Jensen Huang (Nvidia), Sam Altman (OpenAI), Elon Musk (xAI), Mark Zuckerberg (Meta), Lisa Su (AMD), Demis Hassabis (DeepMind), Dario Amodei (Anthropic) y Fei-Fei Li (Stanford) y dijo en la presentación de estos personajes que 2025 fue el año en que el potencial de la IA se manifestó plenamente, transformando el mundo de manera irreversible, “por inaugurar la era de las máquinas pensantes, por asombrar y preocupar a la humanidad”.

Portada de la revista Time mostrando a los arquitectos de la inteligencia artificial, sostenida por un brazo robótico.

Creo que esta afirmación no es muy precisa y por ello vale la pena reflexionar un poco sobre lo que hemos visto en este año que termina. En primer lugar, cuando se habla de la era de “las máquinas pensantes”, hay que decir que la IA que existe hoy no piensa, no entiende, solo correlaciona. Es del tipo que se denomina técnicamente “inteligencia artificial estrecha“ (Artificial Narrow Intelligence) y que ha mostrado gran desempeño en tareas concretas —diagnosticar una enfermedad, etiquetar rostros, conducir un coche— con precisión superior a la humana en su entrenamiento, pero sin precisión fuera del marco de ese entrenamiento.

Para entender mejor la IA y sus consecuencias en nuestro pensamiento, lee: ¿Por qué estamos dejando de reflexionar?

La IA que hoy nos sorprende con la capacidad de generar una imagen, un video, un guion de película, un ensayo o un poema, no tiene la capacidad de transferir lo que hace a temas nuevos sin un reentrenamiento de por medio. Dicho en otras palabras, no tiene la habilidad de razonar sobre causas y efectos, de aprender de la experiencia. Esa es la condición en la que está hoy la IA, pero en términos teóricos e hipotéticos puede dar otros pasos en el futuro.

El siguiente paso, que equivaldría a una nueva fase de IA, sería aquel en el que un sistema no solo ejecuta instrucciones, sino que descubre por sí mismo, sin supervisión humana. Eso significa una IA que rebasa el umbral de requerir entrenamiento y consigue “enseñarse a sí misma“. Llegar al punto en el que haya aprendizaje autónomo, sostenido y adaptable es lo que se requeriría para llegar a la Inteligencia Artificial General (Artificial General Intelligence), que no existe ahora, pero que es en lo que están trabajando algunos de los personajes antes nombrados.

En este sentido, Mark Zuckerberg habla de “automejora“ y dice que sus sistemas ya comienzan a dar indicios de ella. Este último dato alude a lo que señala Time al presentar a sus personajes del año 2025, cuando dice que la IA ha logrado “asombrar y preocupar a la humanidad“. Y no es que mañana o el siguiente mes o año se dé el paso a la Inteligencia Artificial General (AGI), abriendo las puertas a un mundo en el que los humanos interactúen con entidades no vivas capaces de emular y superar su capacidad de pensamiento. Sin embargo, es algo en lo que públicamente se puede especular que las empresas tecnológicas están trabajando.

¿Con qué criterios lo hacen, buscando qué objetivos y bajo cuál supervisión están trabajando?

Son preguntas legítimas que tendrían que ser respondidas por Zuckerberg, Musk, Altman o cualquiera de lo que son reconocidos como arquitectos de la IA. A mí me parece claro que, al ser empresas las que están trabajando en ello, es el lucro lo que les anima. El uso de la IA (sea Estrecha o General) debe reportarles ganancias o no estarían invirtiendo en ello. Pero, cuando se habla de la AGI, entran en juego nuevos elementos, pues sistemas que pueden optimizar su propia capacidad y hacerlo sin ningún límite son terrenos hasta ahora solo imaginados en la ciencia ficción.

No hay un marco global que regule lo que están haciendo. No hay un concenso alcanzado para establecer límites y la economía, la política, la ciencia, la educación y, en general, la sociedad cambiaría radicalmente con este tipo de tecnología.

La automejora recursiva, que hipotéticamente podría alcanzar la siguiente generación de sistemas de IA, conduciría a ese escenario que los estudiosos de la tecnología denominan “singularidad“. En esa etapa, lo que desaparecería es el control sobre la nueva inteligencia no humana. A eso parecen estar jugando los creadores de la IA: a ver quién logra llegar primero a la AGI. Es decir, desde hace tiempo que ya no hacen público o comparten con precisión el estado que guardan sus trabajos en esa ruta, básicamente están compitiendo y no comparten o colaboran entre sí. No hay un marco global que regule lo que están haciendo. No hay un consenso alcanzado para establecer límites y la economía, la política, la ciencia, la educación y en general la sociedad cambiaría radicalmente con este tipo de tecnología.

Una figura robótica vestida con un traje de época, sosteniendo una calavera en una mano y luciendo una diadema tecnológica, simbolizando la intersección entre la inteligencia artificial y la humanidad.

El destino humano están en juego en esta competencia. ¿Qué papel queremos que juegue en él la IA? La prisa no avanza al mismo ritmo que la prudencia. Y esos artífices de la IA hoy parecen estar más apurados que reflexivos.

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