36 años de remar

AD refrenda su vocación en un momento en que el periodismo se disputa entre la verdad y el ruido. Esta columna mira hacia atrás para entender lo que nos sostiene hoy: método, ética y una lealtad innegociable con quienes leen.

Treinta y seis años no son una fecha, son una travesía. AD —antes Alfa Diario, antes Cambio— ha recorrido ese tiempo como se recorren los ríos verdaderos: con corriente a favor y en contra, con aguas mansas y con tormentas que casi parten la barca, con momentos de claridad y otros de extravío que enseñaron más que cualquier manual. Ningún medio llega a tres décadas largas sin haber vivido lo que vive una persona: nacimientos y despedidas, pérdidas que marcan, encuentros que transforman, alianzas que sostienen y rupturas que obligan a corregir el rumbo. En treinta y seis años hemos visto crecer al Estado de México, tambalearse, reinventarse, y en ese movimiento continuo hemos intentado aportar algo que perdure: una mirada honesta, un oficio digno y una convicción clara de que el periodismo debe iluminar, no oscurecer.

Hoy, cuando los medios se debaten en un ecosistema donde la verdad y la mentira se mezclan sin pudor, donde la velocidad compite contra la verificación y donde la desinformación se vende disfrazada de certeza, elegir permanecer no es romanticismo: es una decisión ética. Resistimos porque creemos que vale la pena contar las cosas como son, con rigor, con método y con conciencia del impacto público. Resistimos porque este Estado merece una prensa que lo piense, lo cuestione y lo acompañe; no una que se rinda ante la frivolidad o la propaganda.

Hay momentos en la vida en los que uno deja de correr y empieza a mirarse de frente. Jung lo llamó individuación: un proceso de reconocimiento personal, de hacerse cargo de la propia historia, de reconciliarse con las sombras y de entender que la identidad no depende del ruido externo sino de la coherencia interna.

Después de 36 años de naufragios y reconstrucciones, esa idea tiene sentido. Uno no es solo el resultado del oficio, ni de los logros públicos, ni de los años acumulados. Uno también es las heridas, las pérdidas que nunca terminan de cerrar, las preguntas que duelen, las lealtades que sostienen y las renuncias que enseñan. A esta altura, no escribo desde la prisa ni desde la necesidad de demostrar nada. Escribo desde ese lugar donde la persona se vuelve completa porque finalmente asume lo que es y deja de luchar contra lo que no puede ser.

AD nació de un impulso juvenil, sobrevivió a momentos extremos y hoy se sostiene con un sentido distinto: no imitar a nadie, no complacer a nadie, no servir a nadie que no sea el lector y la verdad que se pueda sostener. Ese es el núcleo del oficio.

En estas décadas, hemos conocido a personas admirables y a otras que confirmaron la utilidad de la distancia crítica. Hemos aprendido del camino, de los errores y de quienes confiaron en este proyecto incluso cuando el horizonte parecía extinguirse. AD no sería posible sin quienes leen, cuestionan, apoyan y exigen. Gracias a las y los lectores, que dan sentido a cada línea publicada. Gracias a las y los patrocinadores, cuya confianza hace viable el trabajo serio, independiente y profesional que elegimos sostener. Sin ustedes, simplemente, no habría historia que contar.

Treinta y seis años después, seguimos aquí.

Con cicatrices, con aprendizajes, con una convicción intacta: hacer periodismo del bueno, con casa, con raíz y con responsabilidad pública.

Lo demás —los nombres, las modas, las tormentas— pasa.

La vocación, no.

Dedicatoria

A mis padres, Antonio y Margarita, forja de mi espíritu y principio creador.

A mi hermano, Antonio, mi mayor eterno.

A Galo, dolor de mi alma.

Mario García Huicochea

Mario García Huicochea

Periodista y columnista especializado en análisis político. Observador crítico de la realidad social y política del Edomex durante más de cuatro décadas.

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