Algo sobre lo que quizá no hemos reflexionado suficiente como sociedad es la tendencia al alza en los suicidios. Así es, en México la última década ha presentado un incremento notable en la tasa de suicidios. De acuerdo con cifras del INEGI, cada día en nuestro país 23 personas deciden poner fin a su existencia. Esto representa un incremento de 46.3% con respecto a la década pasada.
Algo está ocurriendo, porque el incremento es notable. No se corresponde solo con un alza en la cantidad de población para decir sencillamente que, como somos más, es normal que haya un número mayor. El año pasado, 2023, el número de defunciones cuya causa se atribuyó al suicidio fue de 8,688. Los Estados de país donde es más notorio este fenómeno son Yucatán (13.9 suicidios por cada 100 habitantes), Campeche y Aguascalientes (con 10 casos por cada 100 mil habitantes en ambas entidades).
Desde luego, estas tasas no se comparan con países como Lesotho, que llega a tener 70 casos por cada 100 mil habitantes, pero al mirar los números es notorio que vamos hacia un incremento importante. Y debe haber algunos factores que lo expliquen, pero debe investigarse.
Distribuidos por edad y género, son más los hombres que las mujeres quienes se quitan la vida voluntariamente: 8 de cada 10 suicidios son de varones. Y la edad en la que esto es más frecuente es entre los 21 y los 30 años. No obstante ello, hay caso muy dolorosos (también al alza) entre población infantil: más de 300 niños menores de 15 años se quitan la vida cada año.
Detrás de cada caso seguramente se configuran cuadros muy complejos que llevan a las personas a finalizar su existencia. La soledad, el acoso, el maltrato, las adiciones, los problemas económicos, emocionales o una mezcla de estos y otros factores muy seguramente detonan los actos suicidas. Se trata de un problema social, desde luego, porque casi siempre hay un entorno, un grupo de personas y circunstancias grupales tras la decisión. El suicida llega a serlo porque su circunstancia socio-emocional lo propició.
También social debe ser la solución. Prevenir el suicidio requiere de que las personas que están en el entorno hagan algo. Y no solo que los grupos familiares o de amigos detecten las señales de alerta y tomen acción, sino que el conjunto de la población se dé cuenta de que los casos son cada vez más frecuentes y se implementen políticas públicas que lo atiendan.
Como decía al inicio, es quizá algo sobre lo que no hemos pensado demasiado, porque es un tema tabú. El estigma que queda en las personas que han tenido un caso de suicidio en su familia es enorme. Es una especie de loza que impide, incluso, hablar del tema. No es sencillo admitir que algo no hicimos y que orilló a la persona a poner fin a su vida. En los padres, hijos o hermanos de alguien que se quita la vida siempre va a quemar la sensación de que fallaron, de que no estuvieron cuando lo necesitaba o en el modo que lo necesitaba.
Si como país estamos en el umbral de una crisis por este fenómeno, es precisamente el tiempo para pensar en ello. Se debe empezar por hablar del tema, asumir que está ocurriendo, que viene al alza y que, de no actuar, puede seguir en esa ruta. El dolor personalísimo que puede llegar a experimentar el deudo de un suicida es enorme. Los que tenemos la fortuna de no haberlo tenido así de cerca debernos saber que no estamos exentos, que las personas que están a nuestro lado, a nuestro derredor, en nuestra casa, podrían tener pensamientos suicidas y, de manera silenciosa, sufrir, sin que nos demos cuenta y actuemos.
Hay que tener en mente que los casos siguen creciendo, que los jóvenes son los que están en un alto riego y que existen elementos culturales que impiden en muchos casos la comunicación o la solicitud de ayuda. Las dinámicas contemporáneas (mucho tiempo en el trabajo y poco tiempo en familia, por ejemplo), las costumbres (los hombres no lloran ni piden ayuda), los factores externos (acoso, bullying, drogas, etc.) y un sin fin de elementos, están ahí, seguirán ahí y, de no atenderse, contribuirán a que el fenómeno siga.

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