Armas, droga, migración: la codependencia México-EU

Toluca, México; 30 de abril de 2018. Las elecciones presidenciales mexicanas se acercan cada vez más a su definición y las renegociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte siguen inconclusas, las cuales, de acuerdo con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, están en vista de retirarse pasando las elecciones. A pesar […]

Toluca, México; 30 de abril de 2018. Las elecciones presidenciales mexicanas se acercan cada vez más a su definición y las renegociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte siguen inconclusas, las cuales, de acuerdo con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, están en vista de retirarse pasando las elecciones.

A pesar de la tentativa del presidente estadounidense, este tratado no sólo es de vital importancia en materia comercial para los tres países (México, Estados Unidos y Canadá), sino también en materia de seguridad. La cancelación del TLCAN significaría un periodo de desestabilización (pérdidas económicas de un mercado clave) y, por otro, una crisis de seguridad sobre problemáticas interrelacionadas con México como la migración, la minería o el tráfico de armas, por mencionar sólo algunas.

La crisis de desaceleración que tiene Estados Unidos en sectores y mercados estratégicos como el de acero y la pérdida de su hegemonía económica en el mundo con el alza del yen, ponen a este país a pensar muy bien sus alianzas económicas. Aquí entra Trump y la comunidad empresarial. Sin embargo, su estrategia parece ir en contra de las tendencias globales implementando políticas aislacionistas que amenazan y generan fricción y miedo, con lo cual manipulan a los actores locales, regionales y globales a favor de su economía.

Los mecanismos democráticos a nivel domésticos e internacionales como la cooperación internacional, mesas de negociación o presión internacional han servido como colchón para evitar un mayor abuso hacia México por parte de EUA. Eso es algo que Trump mismo no está cuidando y parece no ver: el poder político americano ya no es el mismo que hace 10, 20 ó 70 años. La presencia y la presión por parte de este país se han diluido gracias a nuevos factores (que muchos surgieron gracias a la globalización) como las redes sociales, alianzas económicas, cooperación internacional para el desarrollo, cooperación internacional para cuestiones de seguridad, presencia de organismos e instituciones internacionales.

Sus políticas de intervención como las de Siria, en pro de la democracia, libertad y autodeterminación, vistas más como oportunistas, sus políticas de cooperación para el desarrollo y humanitaria como USAid, vistas más como estrategias blandas impuestas para su influencia regional, o su política económica aislacionista ya no impactan tanto, como antes, el orden mundial.

Existen, gracias a los factores antes mencionados, más opciones de acción por parte de otros estados u actores que ya no coinciden a nivel ideológico, político o económico.

A pesar de que la postura de México se esté usando a favor de estos mecanismos del sistema internacional, como el próximo Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, y los otros doce tratados de Libre Comercio con 46 países (TLCs), 32 Acuerdos para la Promoción y Protección Recíproca de las Inversiones (APPRIs) con 33 países y 9 acuerdos de alcance limitado (Acuerdos de Complementación Económica y Acuerdos de Alcance Parcial) en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), nuestra economía sigue siendo estrechamente dependiente de la del vecino. Esto se puede ver en el récord histórico de 557 mil millones de dólares en el comercio bilateral, donde México obtuvo un balance a favor.

Sin duda, Trump se ha visto desesperado ante el TLCAN. Su política de “primero nosotros”, “trabajo para los americanos” y amenazas de salirse han sido truncadas incluso por el Senado de ese país, la comunidad empresarial y hasta el ejército estadounidense, alegando la necesidad de mantener el tratado por cuestiones económicas y de seguridad.

Claro, el primer país consumidor de opiáceos y otras drogas sintéticas producidas o que transitan por México es Estados Unidos. La guerra contra el narcotráfico o el fenómeno de migración (causada en gran parte por inseguridad causada por narcotráfico y bandas delictivas en países centroamericanos) no se pueden resolver sin la participación de Estados Unidos. Queda en las manos del próximo presidente y su gabinete definir -otra vez- esa relación.

Entre 90 y 94 por ciento de la droga consumida en Estados Unidos procedente de México, de acuerdo al Departamento de Estado de ese país; un promedio de 253 mil armas de fuego ilegales que existen en México provienen del país vecino, y un total de 836 millones de dólares se generan por la venta de armas de fuego, aviones, helicópteros y otros equipos para que el ejército mexicano combata el narcotráfico, de acuerdo a la investigación The Way of the Gun, del 2017 de la Universidad de San Diego.

Asimismo, los años de migración de centroamericanos y mexicanos a Estados Unidos van en alza. México, un país receptor de migrantes, nos indica que la relación México-Estados Unidos no puede tornarse áspera y difícil, porque las consecuencias irán sobre la seguridad de los ciudadanos de ambos países.

Después de casi 50 mil desapariciones, de acuerdo con organizaciones civiles, la estimación de 170 mil personas que han perdido la vida debido a incidentes relacionados con el crimen organizado y un aumento en de consumo de drogas en México son claros fenómenos de los cuales, indudablemente, Estados Unidos forma parte.

La estrategia de seguridad doméstica, cooperación internacional y justicia (estrategias anticorrupción e impunidad) propuesta por los candidatos a la presidencia, será de vital importancia para terminar una guerra que no parece tener fin.