En las grandes ciudades del mundo, el transporte público es sinónimo de movilidad eficiente, inclusión social y calidad de vida. El autobús, quizá el medio más democrático, sigue siendo la columna vertebral del traslado urbano para millones de personas. Sin embargo, la experiencia de subir a uno varía radicalmente dependiendo del país.
Mientras que en Corea del Sur o Dinamarca los usuarios abordan unidades limpias, silenciosas y con sistemas digitales de integración, en México predomina aún un modelo fragmentado, con flotas envejecidas y pagos en efectivo.
Corea del Sur
En Seúl, el sistema de autobuses refleja la obsesión surcoreana por la precisión. Cada vehículo responde a un código cromático que marca su función: azules para rutas principales, verdes para conexiones vecinales, amarillos para recorridos céntricos, rojos para accesos rápidos a suburbios y locales para trayectos cortos.




Más allá de los colores, la infraestructura tecnológica hace la diferencia: paneles digitales, lecturas bilingües, sistemas de pago integrados y la omnipresente tarjeta T-money, que no solo sirve en el transporte sino también en taxis, metro y tiendas.
El costo de un viaje es de ₩1 200 (unos 16 pesos mexicanos), un precio accesible en comparación con los niveles de servicio.
Londres
La experiencia londinense es distinta, aunque no menos icónica. Sus autobuses rojos de dos pisos no son una postal nostálgica, sino un sistema moderno que apuesta por la accesibilidad y la sostenibilidad. Con capacidad para hasta 100 pasajeros, las unidades suelen ser híbridas, eléctricas o de hidrógeno.




El pago se simplifica con la tarjeta Oyster o contactless: por £1.75 (44 pesos mexicanos) se accede a un viaje con transbordos ilimitados durante una hora, gracias al Hopper fare. Además, cuentan con rampas automáticas, espacio para sillas de ruedas y sistemas visuales y auditivos que facilitan la experiencia a personas con discapacidad.
Toronto, Canadá
En Canadá, el modelo de Toronto es pragmático y flexible. Los autobuses de la TTC (Toronto Transit Commission) funcionan entre las 6 de la mañana y la 1 de la madrugada, con la particularidad de que siempre se detienen en cada parada, independientemente de si alguien desciende. Esto da previsibilidad al usuario.




La tarifa básica es de 3,25 dólares canadienses (55 pesos mexicanos), aunque el sistema ofrece una gama de opciones: desde tokens de viaje con ligeros descuentos, hasta pases diarios, semanales o mensuales, que incluso pueden compartirse en familia los fines de semana. El objetivo es claro: adaptarse al perfil de cada usuario, desde el ocasional hasta el más intensivo.
Dinamarca
Dinamarca ofrece un modelo zonificado que refleja el orden escandinavo. El precio del billete varía según la distancia: desde 24 coronas danesas (90 pesos mexicanos) por dos zonas, hasta 60 coronas por ocho. Todo el sistema está digitalizado a través de la app DOT Tickets, que permite comprar, validar y recibir alertas en tiempo real.




La exigencia es alta: viajar sin boleto puede implicar sanciones de hasta 1,000 DKK ($2920 pesos mexicanos). En los autobuses, la puntualidad y la limpieza son la norma, no la excepción.
México
En contraste, México enfrenta desafíos estructurales que van más allá de la falta de modernidad en las unidades. El sistema sigue basado en concesiones desarticuladas, ausencia de integración tarifaria, escaso uso de la tecnología y una dependencia casi total del pago en efectivo.
Si bien existen avances como la Tarjeta de Movilidad Integrada en la Ciudad de México o los corredores BRT en ciudades como León y Monterrey, la cobertura nacional dista mucho de los estándares internacionales.




El reto no es copiar modelos ajenos, sino construir un sistema que atienda las particularidades mexicanas: alta densidad urbana, desigualdad socioeconómica y una dependencia histórica del transporte concesionado.
Para ello, será indispensable una política pública de largo plazo que priorice al peatón y al usuario del transporte colectivo. Solo así el autobús, símbolo de la movilidad cotidiana, podrá ser en México lo que ya es en otras latitudes: un derecho y no un desafío.

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