Las comparecencias públicas de la alta burocracia del Poder Ejecutivo ante la asamblea del Poder Legislativo para la glosa del informe de labores de la gobernadora no son más que un acto simbólico de cortesía política sin efectos legales, apenas atisbo de republicanismo. A veces las diferencias en la forma entre la actual administración y la anterior son casi imperceptibles.
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El reacomodo de fuerzas en el Estado de México está en proceso hasta en los poderes fácticos, entre ellos el crimen organizado. Quizá en ese contexto pueda explicarse la violencia demencial de las ejecuciones masivas que suceden por aquí y por allá en los tiempos recientes. Asistimos, al menos eso parece, a la disputa entre clanes por el control del territorio.
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Ha habido recientemente días extremadamente violentos que crean una percepción que no corresponde a la realidad general. De acuerdo al registro estadístico, el número de homicidios es 14 por ciento menos comparado con el mismo periodo del año anterior. No es que haya más muertos que antes, sino que el estado de ánimo de la sociedad está más receptivo. Quizá lo que está faltando sea una estrategia de comunicación más eficaz.
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El combate a la corrupción no se resuelve con muchos y bonitos discursos ni con buenas intenciones, se requieren acciones concretas. Hasta ahora el nuevo gobierno del estado ha quedado a deber en esa materia. Mucho ruido y pocas nueces. La promesa fue sacar al dinosaurio de la corrupción del poder, pero sigue allí, vivito y coleando en muchas oficinas.
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El asunto de la Comisión del Agua del Estado de México es gravísimo. La evidencia de cómo actuales funcionarios hicieron negocios como proveedores es incontrovertible. El conflicto de interés es monumental. Lamentablemente, no pasa nada o hacen como que no pasa nada. Decepcionante.

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