“El poder se mide no sólo en lo que hace,
sino en cómo lo ejerce y a quién beneficia.”
El Estado de México carga el peso de su historia: décadas de priísmo que lo convirtieron en laboratorio de clientelas, negocios privados con dinero público y una cultura política marcada por el cinismo. En ese contexto llegó Delfina Gómez, con la legitimidad de haber encabezado la primera alternancia real y con la bandera de “Primero los Pobres” como esencia de un proyecto distinto. La pregunta inevitable es si, tras dos años de gestión, su gobierno muestra eficacia, eficiencia y legitimidad mayores que las del régimen inmediato.
Eficacia: ¿cumple lo que prometió?
El contraste es evidente. Mientras los sexenios priístas se desvivieron por megaproyectos propagandísticos y obras faraónicas de dudoso impacto social, el gobierno de Delfina ha puesto la lupa en políticas sociales. La continuidad y ampliación de programas como las becas para jóvenes y adultos mayores, o el fortalecimiento de apoyos alimentarios, muestran coherencia con la promesa de atender primero a los más vulnerables. La coordinación inédita entre Fiscalía, Poder Judicial y Ejecutivo en materia de seguridad indica voluntad política para romper pactos de impunidad que antes eran intocables. No obstante, la eficacia sigue lastrada por los altos niveles de violencia, la precariedad laboral y la lentitud en proyectos de infraestructura. La gobernadora cumple con la orientación social, pero aún falta convertir esa política en motores de movilidad económica y seguridad tangible.
Eficiencia: ¿lo hace con recursos óptimos?
El priísmo gobernaba con exceso y frivolidad: oficinas de lujo, gasto desbordado en comunicación social y un aparato burocrático diseñado para la lealtad, no para el servicio. Hoy, aunque persisten inercias, se nota un giro. Hay mayor disciplina presupuestal, menos despilfarro, y una lógica de austeridad que alcanza a las formas cotidianas de gobernar. El subejercicio sigue siendo problema —los recursos no siempre aterrizan en tiempo—, pero el contraste es significativo: se gobierna con menos lujos y más sobriedad, aunque todavía sin un sistema robusto de evaluación que mida impacto real de cada peso invertido.
Legitimidad: ¿goza de confianza social y apego a reglas democráticas?
La legitimidad priísta se desmoronó entre fraudes, corrupción y la ostentación de poder. En cambio, Delfina llegó con la fuerza de una elección histórica y con una narrativa de cercanía. Su estilo sin ostentación —sin escoltas excesivos, sin desplantes— ha reforzado la percepción de honestidad y sencillez. El pueblo reconoce el cambio de tono y de forma: menos soberbia, más escucha. Aun así, la legitimidad no puede descansar solo en la figura de la gobernadora; el desafío es institucionalizarla para que el aparato estatal deje de ser botín de grupos y se convierta en garante de derechos.
Dimensión ética: el ejercicio del poder
La diferencia más profunda con el pasado es ética. La cultura priísta se alimentó de patrimonialismo, fortunas súbitas y cinismo en la función pública. Hoy, el sello es la sobriedad: un gobierno encabezado por una mujer sin fortuna desmesurada, que ejerce el poder con coherencia simbólica. No se trata de idealizar: persisten prácticas clientelares y resistencias burocráticas que recuerdan lo peor del pasado. Pero sí se puede afirmar que la vara ética se elevó. En lugar de un gobierno para unos cuantos, hay señales de un poder que busca distribuir, aunque con limitaciones, el beneficio hacia quienes antes estaban condenados a la periferia.
Conclusión estructural
¿Estamos mejor que antes? La respuesta, con todas sus reservas, es sí. El Estado de México no ha resuelto sus males históricos: inseguridad, desigualdad y captura institucional. Pero la alternancia ha generado un gobierno más eficaz en lo social, más eficiente en lo presupuestal, más legítimo en lo democrático y más sobrio en lo ético. Delfina y Morena no ofrecen milagros, sino un quiebre respecto al saqueo priísta. La política de “primero los pobres” no es un eslogan: es la orientación que distingue este presente del pasado inmediato.
El reto es monumental: desmontar las redes clientelares, consolidar un sistema de justicia confiable y generar desarrollo económico sostenible. Pero la diferencia está en que, por primera vez en décadas, el Estado de México tiene un gobierno que gobierna para abajo y no solo para arriba.
La medida de un gobierno no es cuántos se enriquecen
en su sombra, sino cuántos pobres dejan de serlo bajo su luz.

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