Toluca, México; 05 de agosto de 2018. El reloj marcó las 10:00, y en la antesala del partido entre el Diablo y el Rebaño Sagrado los hinchas del cuadro tapatío acudieron al parque Sor Juana, ubicado en las calles de Tenancingo y Zumpango en Toluca. Los amigos de Lomas del Paraíso de la capital jalisciense fueron los primeros en arribar al parque, entre cheves y cigarros aligeraban la espera; playeras rojiblancas contrastaban con el césped verde.
Dos camiones llegaron al pequeño parque; las trompetas, gorras y chamarras oficiales del Guadalajara delataban el orgullo jalisciense arribando a tierras toluqueñas.
Felipe Villanueva es la calle de los vendedores. Las gorras del Toluca, las playeras del Guadalajara y uno que otro antojito mexicano posaban espectaculares entre el paso de la multitud.
La entrada a la Bombonera fue una verbena popular, aquí y allá había hombres con máscara; mujeres con playeras ceñidas al cuerpo y niños emocionados por el tan esperado encuentro alistan su energía para gritar en favor de los Diablos Rojos del Toluca. Aficionados del Guadalajara pasaban en las inmediaciones del estadio con las banderas y trompetas que acompañaban al público fiel que viajó más de cinco horas para seguir en su travesía al Rebaño Sagrado.
La Perra Brava del Toluca caminaba entre las personas sobre la calle de Morelos. Una hora antes del encuentro la arteria mexiquense se pintó de colores diversos, mientras que los vendedores ambulantes se dieron cita, lo mismo a vender playeras del Toluca que sombreros de las Chivas.
La seguridad pública se preparó desde ayer para inhibir cualquier brote de violencia en las inmediaciones del Nemesio Diez. Su rostro firme y su personalidad de acero parecían inquebrantables en contraste con la euforia del aficionado. Personas desorientadas avanzaron entra los hinchas preguntando por las puertas de acceso. Los sentimientos se mantenían a flor de piel; seguidores de las Chivas llevaban consigo el amuleto que les asegurase la victoria: la chiva llamada Ramona originaria de San Mateo Atenco.
Las calles del Toluca parecían sacadas del mismo infierno. A pesar del clima nublado el ambiente caluroso hervía la sangre de cientos de personas que caminaban entre las pomposas banderas del Toluca y del Guadalajara.
La botarga de las Chivas se lucía con las fotografías, los sellos en la piel se vendían como pan caliente. Revendedores ofertaban boletos hasta en 600 pesos e inundaban las calles en su afán por conseguir clientes a como diera lugar.
El reloj marcó las 11:20 de la mañana, la calle de Morelos vibraba con los gritos del estadio, las porras resonaban con fuerza en la tribuna. Trompetas sonaban sin ritmo pero con una fuerza incomparable. Hombres llegaron al estadio cargando en su espalda grandes murgas decoradas con el sello del Guadalajara, dispuestos a dejar su energía en el estadio.
El diablo choricero, la botarga del Toluca, posaba con una piel de chivo como signo de la tan esperada victoria de los diablos en su casa.
“¡Queremos la Copa!”, gritaban con euforia los aficionados del Guadalajara mientras el confeti decoraba el concreto.
El olor a chorizo asado y el cilantro picado se hicieron presentes en la calle Fray Andrés de Castro, en donde los aficionados saboreaban el embutido verde tradicional, mientras las cervezas escarchadas se ofertaban con rapidez.
El olor a aceite quemado delataban la presencia de las flautas y tacos dorados, poco importó si eran diablos o chivas, disfrutaban del sabor del estadio en cada taco, con salsa.
La porra del Toluca avanzaba con rapidez sobre Morelos, gritaban desesperados mientras elementos la seguridad estatal seguían su caminar; portaban una bandera de extremo a extremo y seguían avanzando.
Helicópteros resguardaban el encuentro, se distingan por el sonido particular entre una multitud apabullante.
Constituyentes y Aurelio Venegas eran las calles de productos “oficiales” en venta, el sentimiento de los vendedores cambió cuando se escuchó el primer gol de los Diablos Rojos del Toluca, que junto con el sol del medio día alimentaron el espíritu de los que no habían conseguido un boleto.
El primer gol se vivió con regocijo, como si el partido hubiese terminado. En los locales y restaurantes se miraba la repetición del gol de Sandoval, mientras que en los puestos de comida se escuchaba con atención la narración en los radios.
Las puertas de la Bombonera seguían abiertas; hombres y mujeres esperaban formados en las puertas de acceso, fueron presas del nerviosismo y la adrenalina, querían entrar al estadio de cualquier modo.
Locales de comida vendían y escuchaban atentos, mientras las calles seguían albergando a los aficionados que no compraron un boleto y a los vendedores que aún posaban orgullosos sus productos rojiblancos.
Poco a poco las calles comenzaron a vaciarse, se miraban como en todos los días, existió una gran silencio, las freidoras pararon, los presentes escuchaban con atención cada movimiento de los jugadores.
El partido siguió y las emociones no se detuvieron. Cerca de las 12:45 Zaldívar devolvió la esperanza al Rebaño Sagrado.
Los gritos de la afición llegaban hasta Lerdo de Tejada, una vez más se escuchaban las trompetas del Guadalajara y el rugido de la Perra Brava.
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