Disputa por las pensiones: menos prejuicios y más información

Disputa por las pensiones: menos prejuicios y más información
Nada nos hace sentir mejor que creer que tenemos la razón.

Una de las cosas más difíciles para el ser humano es crear ideas nuevas. No obstante que somos seres racionales, dotados de la capacidad para generar ideas, lo más frecuente es que adoptemos las de otros. En efecto, ideas pre-concebidas son las que reinan en nuestro pensamiento. Lo hacen con tal fuerza que se convierte en nuestros pre-juicios. Sólo en algunos casos se desprenden de experiencias previas (cuando decimos “no me vuelve a pasar” y nos fijamos en la mente algo), pero la mayoría de las veces las tomamos de las personas que forman nuestro grupo.

Si miramos con atención, nos damos cuenta de que nuestra conducta, nuestras decisiones y proyecciones, están basadas en pre-juicios. Nuestras filias y fobias tienen ahí su origen. Lo que consigue que permanezcan ahí con más fuerza son aquellos episodios a los que utilizamos para confirmar los pre-juicios. Es el “sesgo de confirmación”, porque siempre encontramos la manera de dar con algo que nos confirme que estamos en lo cierto.

Nada nos hace sentir mejor que creer que tenemos la razón. Si yo le temo a algo y me entero de que a una persona le ha ocurrido lo que yo me temía, precisamente por no actuar con cautela ante ese algo, de inmediato surge el “¿Ya ves? Te lo advertí”. Esa es una situación sumamente satisfactoria, porque nos permite sostener que “estábamos en lo cierto” y, en consecuencia, nuestro pre-juicio se fortalece.

“El que nunca sale de su tierra está lleno de prejuicios”, decía el dramaturgo italiano Carlo Goldoni. Y se refiere precisamente al hecho de que nos sentimos muy cómodos en nuestras creencias, esa es nuestro territorio, en el que nos podemos guarecer, pero justo es lo que nos impide tener ideas distintas, nuevas, otros puntos de vista y, sobre todo, aceptar que podríamos estar equivocados.

En el imaginario político de México hay pocos personajes sobre los que existan más prejuicios que el actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador. Tantas décadas de andar bregando contra el sistema, contra el partido en el poder, contra las élites políticas, derivaron en que sus adversarios divulgaran sobre su persona infinidad de pre-juicios. Los mismos se fortificaron con monumentales campañas mediáticas, con libelos, con panfletos, con chismes, con rumores, etcétera. La fuerza de estas embestidas fue lo que impidió que llegara a la Presidencia en dos intentonas. Él consiguió ser presidente, pero los pre-juicios en su contra no se fueron.

Cada acción tomada en su gobierno, durante los últimos cinco años, ha sido tomada con recelo por quienes alimentan esos prejuicios. Siempre se dijo de él que en cuanto llegara al poder destrozaría la economía, por eso cualquier medida, programa o proyecto que emprendió fue juzgado por muchos como “despilfarro, peligro para las inversiones u ocurrencia”; cualquier propuesta de reforma daba material a los portadores de pre-juicios para decir que estaba destruyendo al país, a las instituciones, a la democracia.

La más reciente de sus propuestas, encaminada al sistema de pensiones, han sido tomadas por muchos justo desde el pre-juicio de que siendo presidente iba a expropiar todo. Le faltan unos cuatro meses para terminar su periodo, pero hasta el último día, hasta su último discurso, hay oportunidad para que alguien diga “¿Ya ves? Te lo advertí” y perjure que el Presidente está expropiando los ahorros de los trabajadores. Es más, está queriendo robarse los mismos, dicen algunos.

Del otro lado, sin embargo, también están los pre-juicios que bendicen todo cuando él haga o diga. Cualquier propuesta, política, programa o proyecto anunciado o ejecutado por él es “lo mejor” que podía haberse hecho. Detrás de uno u otro pre-juicio, se apagan las oportunidades de generar ideas nuevas, de ver los matices, de no reducir todo a blanco y negro.

En el tema de la administración del dinero de los trabajadores para su retiro hay muchos intereses en juego. Es demasiado ingenuo pensar que una iniciativa para retirarle a los bancos el control sobre miles de millones de pesos iba a aceptarse sin resistencia. Igualmente, es de una candidez enorme asumir que no habrá beneficio para el Gobierno Federal tomar el control de ese dinero. Ambos dirán que están en lo correcto, porque sus creencias son firmes: unos, a favor de la empresa privada, los rendimientos, el enriquecimiento y el provecho de los bancos; en tanto que los otros, a favor del poder, el control y el aprovechamiento político.

Recuerden “quien nunca sale de su tierra está lleno de prejuicios”. Investiguemos como manejan en otros países los fondos para el retiro ¿Hay una sola fórmula? ¿Cuál da mejores resultados? ¿Cuál ha resultado en beneficio de muy pocos y en pauperización de muchos? Hagamos esas preguntas básicas, informémonos y estemos abiertos a modificar nuestras ideas. La ruta ineludible para generar ideas es precisamente hacer preguntas, buscar información y reflexionar sobre ella.

En mi particular punto de vista, que instituciones financieras administren los fondos para el retiro sólo es posible en la medida que les deja ganancias. Es decir, lo hacen por negocio y siempre buscarán maximizar la rentabilidad. Ahí el Estado debe ser muy estricto en regular, legislar, vigilar y auditar el manejo, velando por el interés de la gente. En sentido inverso, que la administración corra a cargo de entidades públicas se justifica porque es su responsabilidad el interés público. Empero, sólo es aceptable dicho manejo con estrictas medidas de vigilancia, evitando el manejo político y discrecional y con castigos severos para cualquier mal manejo. El criterio principal para decidir por una u otra opción debe ser invariablemente en provecho de los trabajadores. Nada más.