Las palabras no solo nombran las cosas, también reflejan cómo ordenamos y entendemos el mundo. La palabra “aspiración” refiere algo que es intangible: un deseo. Pretender algo es una acción que solo ocurre en el pensamiento; ahí mismo, en la mente, pueden maquinarse los argumentos, las justificaciones y motivos para esa pretensión o deseo: “me lo merezco”, “soy capaz de alcanzarlo”, “será muy fácil“, “puede ser difícil, pero lo quiero”, etc.
Cuando a dicha palabra le agregamos la terminación “ismo” se forma un sustantivo que nombra una actitud. El aspiracionismo es un término empleado, casi siempre de forma despectiva, para aludir la actitud de alguien que rige su conducta en función de tener cosas. En efecto, cuando alguien emplea esa palabra, casi siempre se refiere a una tendencia o propensión a identificarse con logros, adquisiciones, posesiones o posición de privilegio.
Decirle a alguien que es un aspiracionista significa que vemos en él o ella una actitud en al que su ser se reduce a la posición de privilegio. Vaya, es una especie de crítica o de descalificación de su actitud en la vida. Para eso sirve el término, para señalar a aquellas personas o grupos que privilegian lo que se tiene (o se puede llegar a tener), por encima de todo lo demás.
Vivir así se traduce en re-negar de lo que se es y hacer todo lo necesario (hasta lo indecible y lo irracional) para cambiar de posición en la sociedad. Y es que el aspiracionismo es un término que solo cobra sentido dentro de la vida en sociedad.
Solo se puede ser aspiracionista en una relación con otros, cuando me comparo con los semejantes, me identifico con unos (los que tienen la mejor posición) y busco deslindarme de los menos favorecidos. Los deseos o pretensiones que encierra el término “aspiracionista” solo cobran sentido en el contraste entre lo que soy y lo que son otros: “ser mejor que la mayoría”, “no ser del montón”, “juntarme con los buenos”, “no juntarme con la chusma”, son solo algunas expresiones (quizá demasiado simples y maniqueas) para traducir lo que piensa alguien a quien se tacha de aspiracionista.
La metáfora de “salir adelante” es de lo más socorrido en el aspiracionismo. Pensemos: “salir” representa apartarse (del montón, de la masa amorfa de anónimos que por falta de talento, ambición o recursos permanecen ahí) y “adelante” significa mejora, progreso, desarrollo, despliegue de nuestras capacidades y habilidades. Entonces, cuando alguien dice que va a salir, está saliendo o logró salir adelante, lo que hace es contrastar lo que era y lo que es ahora, valorando la posición actual como mejor que la anterior.
El movimiento que pretende capturar esta metáfora es casi inercial, porque en el tipo de sociedad en el que vivimos todo está dispuesto para que la gente “salga adelante”: hay que ir a la escuela, hay que tener un oficio o profesión, hay que ganar dinero, hay que comprar, hay que adquirir una casa, un auto y nunca será suficiente, porque siempre hay más por comprar, por tener, por hacer.
Ahora, si como dijimos, las aspiraciones son intangibles, el aspiracionista es básicamente alguien que fantasea. Se trataría de personas que dejan correr la imaginación y en ella se ven a sí mismos siendo algo que los haga diferentes de quienes son ahora.
Cómo vivo, cómo me imagino que vivo o cómo aspiro a vivir de pronto se confunden, precisamente producto de la imaginación. Puedo vivir en una apartamento rentado, con muebles adquiridos a crédito, con un auto viejo pero de buena marca y para mantener vida social me valgo de las tarjetas de crédito, pago a plazos y llego rasguñando a la quincena, porque soy asalariado. No obstante todo eso, yo me pienso a mí mismo como alguien que está saliendo adelante o que puede presumir que ya lo hizo.
La crítica que encierra el término que estamos comentando está relacionada con los señalamientos que pueden hacerse a lo que ya se ha consolidado como modelo social dominante: la sociedad de rendimiento. Este último término, acuñado por el filósofo coreano Byung Chul-Han, se refiere a una era en la que todos deben tener proyectos, iniciativas, motivación y gozan de la libertad para emprender, para producir riqueza. Quien no lo hace es un fracasado, con sentimientos depresivos.
¿Está bien ser aspiracionista? De entrada no, porque es un término que descalifica. Podría justificarse el contar con un horizonte de futuro en el que imaginemos tener una mejor vida. Lo que ya no se justifica tanto es que piense mi vida “mejor” en comparación con los otros, porque ello se traduce en que debe haber a quien le vaya mal para que yo me pueda diferenciar de él.
A quien se le señala de aspiracionista se le está criticando que piense en que sus privilegios y fortuna se tengan a costa de otros. Aspiracionismo es un tipo de actitud individualista. Alguien así incluso se contrasta con los demás miembros de su familia para destacar sus logros y evidenciar los no-logros de sus hermanos, primos o tíos.
El aspiracionista es alguien que no contempla a la comunidad como referente de vivir bien. Si todos en la comunidad viven bien ¿cómo puedo yo destacar? En cambio, si sólo a mí me va bien, puedo identificarme destacando del resto. Esa es la crítica al aspiracionista. Quien reivindica el aspiracionismo como actitud como deseable, es altamente probable que la confunda con la legítima aspiración a desplegar todas sus facultades como ser humano y reduzca eso a la dimensión meramente económica. No es solo un debate acerca de pobreza y riqueza en términos materiales, sino de actitudes individuales y colectivas respecto al sentido de la vida.
Si alguien viene a decirnos que el aspiracionismo es bueno, es deseable y se debe impulsar, sería pertinente preguntar de qué tipo de aspiraciones habla ¿materiales, espirituales, sociales o individuales? Si refiere todo al plano individual, por ahí no es.