El poder y sus fracturas

Cinco escenas, cinco heridas expuestas del Estado de México
agosto 2, 2025

Percepción en alza

La legitimidad es un estado del alma colectiva. No basta con hacer bien las cosas: hay que irradiar un orden que dé sentido. Y eso —para enojo de sus adversarios— lo ha logrado Delfina Gómez. La gobernadora no solo gobierna: sintoniza con el ánimo popular, lo interpreta, lo encauza. Su estilo sobrio, directo, sin alardes, ha empezado a consolidar una forma de autoridad que no se impone, sino que se deja querer. Y los datos lo confirman: 63.1 % de aprobación general (FactoMétrica, julio 2025), 63.6 % en política social, 64.9 % en impulso económico. Edomex lidera en creación de empleos formales con más de 133 mil nuevos registros en el IMSS desde su llegada, y la percepción de que las cosas van bien supera el 58 %. No es solo resultado, es atmósfera. No es propaganda: es realidad verificada. La gente aprueba lo que hace y cómo lo hace. Y eso, en estos tiempos, es una forma de milagro político.

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Gabinete con forma de ruptura

Presentar un gabinete también es un acto filosófico. Es declarar cómo se piensa el poder, a quién se entrega la voz, y qué futuro se apuesta. La nueva rectora de la UAEMéx ha nombrado a más mujeres que hombres, a más académicas que burócratas, y ha tejido —al menos en el papel— una estructura que sugiere ruptura con la vieja guardia. No hay reciclaje de exrectores ni retornos de exfuncionarios: hay científicas, gestoras culturales, expertas en cuidados e identidades. La inclusión de perfiles como Ariana Becerril en Ciencia, Mariana Ortiz en Extensión y Mirian Sánchez en Igualdad no es decorativa: dibuja otra forma de autoridad. Pero la inclusión de Bernardo Almaraz como operador político en la Oficina de Rectoría revela que la universidad no corta del todo el cordón con el poder estatal. El gabinete es, en apariencia, un bloque éticoacadémico de renovación interna, pero también un pacto con la estabilidad. La gran pregunta no es quién entra, sino qué lógicas podrán desterrar. Porque si estas mujeres no gobiernan, si estos nombres no ejercen poder real, la transformación será una puesta en escena.

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Territorios capturados en Edomex

Ocuilan no es un caso aislado: es el espejo oscuro de muchos municipios del Estado de México donde el crimen no solo opera, sino gobierna. La tala clandestina es apenas una rama del árbol podrido. En el sur, en el oriente, en los corredores industriales, se multiplican los casos donde la estructura del poder local ha sido absorbida por intereses criminales: policías municipales subordinadas, alcaldes omisos o implicados, jueces silenciosos, regidores cómplices. La frontera entre gobierno y crimen se ha vuelto porosa. Lo que fue antes excepción hoy parece norma: municipios donde el Estado ha sido suplantado por redes ilegales con control territorial, capacidad económica y protección política. Y es ahí donde la transformación prometida por Morena enfrenta su prueba más dura. No puede gobernar con los pactos del PRI ni con las inercias del PRD: necesita romper de raíz con el clientelismo, el miedo y la simulación. Porque si no recupera estos territorios —del bosque a la presidencia municipal— lo que se perderá no es solo gobernabilidad, sino el alma misma del Estado.

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Morena y sus fracturas expuestas

El conflicto entre los alcaldes morenistas de Cuautitlán y Teoloyucan, a balazos por un predio industrial, no es una anécdota: es la escena primaria de un partido que presume unidad mientras se desgarra por dentro. Lo ocurrido entre Juana Carrillo y Luis Zenteno, con policías heridos, clausuras forzadas y disputa de territorio, exhibe con crudeza que en Morena no hay una moral homogénea ni una conducción política efectiva. Cada quien manda en su parcela como si fuera feudo. Lo más grave no es el pleito, sino la ontología que revela: una estructura sin árbitro, sin órganos que encaucen el conflicto, sin pedagogía del poder. La gente ve y toma nota. Y si en Morena gobiernan así entre ellos, ¿cómo podrán gobernar al pueblo? La transformación no se mide en discursos, sino en la capacidad de tramitar diferencias sin que cada desacuerdo termine en operativo policiaco. Si no hay método para ordenar la casa, todo proyecto termina pareciéndose al régimen que se quiso superar.

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Derechos humanos sin subordinación

La Legislatura tiene la oportunidad —y la carga histórica— de romper con la subordinación institucional. Elegir a quién encabezará la CODHEM no es un trámite ni una cuota: es definir si ese organismo seguirá siendo un apéndice ornamental o una instancia con autoridad moral y autonomía real. El nuevo régimen no puede sostenerse sin contrapesos que incomoden. Los derechos no se protegen con discursos, sino con decisiones valientes. Si los diputados ceden al reparto político, traicionarán la posibilidad de cambio. La pelota está en su cancha, y el país los mira. Lo que está en juego no es un cargo, sino la dignidad institucional del Estado de México.

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