El ruido y la furia

El gran escritor Juan Carlos Onetti dijo de él: “Faulkner. Faulkner. Yo he leído páginas de Faulkner que me han dado la sensación de que es inútil seguir escribiendo. ¿Para qué? Si él ya hizo todo. Es tan magnífico, tan perfecto”. Con una afirmación como esa, es difícil acercarse a Yoknapatawpha (el condado ficticio del […]

El gran escritor Juan Carlos Onetti dijo de él: “Faulkner. Faulkner. Yo he leído páginas de Faulkner que me han dado la sensación de que es inútil seguir escribiendo. ¿Para qué? Si él ya hizo todo. Es tan magnífico, tan perfecto”. Con una afirmación como esa, es difícil acercarse a Yoknapatawpha (el condado ficticio del noroeste de Mississipi en el que transcurren varias de sus novelas) sin un sano temor, con mucho admiración, respeto e incluso algo de cuidado; así fue mi aproximación a “El ruido y la furia”, novela que tenía años intentando leer, mas no fue hasta que hace poco (cuando me enteré de que se realizó su adaptación cinematográfica) decidí, suspicaz, que era mejor leerla antes de que me la echaran a perder.

Esta impresionantemente compleja novela requerirá del lector un esfuerzo sobresaliente; suena excesivo, pero es cierto: para comprender en toda su complejidad los saltos temporales, los recovecos lingüísticos y la ininteligible vida de la familia Compson (una trama que nos devela la terrible soledad y el resquemor que pueden alcanzar las relaciones familiares por la corrupción, el deterioro y la vileza de las relaciones humanas) es muy posible que se requieran dos, incluso tres relecturas, para aprehenderla. Pero vale la pena, pues nos encontramos ante una de las más grandes obras de la literatura del siglo XX, una portentosa aportación al arte; María Eugenia Díaz Sánchez califica el nivel de calidad alcanzado por la obra de Faulkner como “universal”. Ni más ni menos.

Aún no veo la película de James Franco, pero pecaría de inocente si supusiera que roza al menos la genialidad del relato original.