Ignorancia mata VIH

  Han pasado 35 años desde que se detectarán los primeros casos del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) en todo el mundo. Tres décadas después se han desarrollado tratamientos, implementando protocolos, invertido recursos y promovido campañas de difusión sobre el padecimiento y las formas de prevenirlo. Sin embargo, los estigmas han perdurado, a veces con […]

 

Han pasado 35 años desde que se detectarán los primeros casos del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) en todo el mundo. Tres décadas después se han desarrollado tratamientos, implementando protocolos, invertido recursos y promovido campañas de difusión sobre el padecimiento y las formas de prevenirlo. Sin embargo, los estigmas han perdurado, a veces con efectos tan mortales como la epidemia con la que se intenta luchar.

Es cierto que hemos avanzado y que la tasa de infección comparada a la década de su aparición es baja, no obstante, la desinformación en torno al tema ha resultado una vía plagada donde se propician prejuicios contra las personas portadoras de virus.

Debido a que los primeros casos fueron detectados en gays, se creyó  que era una enfermedad  de este sector poblacional. Y con ello, se encontró la excusa perfecta para condenarlos doblemente por su orientación sexual. Las primeras generaciones portadoras del virus se enfrentaron al desconocimiento, a la marca social y la desatención generalizada de los sistemas de salud y de las instituciones gubernamentales. Cientos de personas murieron a causa del SIDA, pero también a consecuencia de la exclusión sistémica y moral. La enfermedad acabó con sus cuerpos y la colectividad con su recuerdo.

Para los activistas y grandes luchadores sobre el tema, el reto a lo largo de todos estos años ha sido, en primer lugar, combatir la discriminación en las familias, las escuelas, los espacios laborales, los organismos públicos y privados, los centros de salud, la calle. Destruir mitos, deslegitimar el pensamiento erróneo donde se cree que la infección puede darse a través de un beso, el piquete de un mosquito o por un abrazo, así como eliminar las falsas creencias de que toda persona que no es heterosexual, en automático, es seropositiva.

Es en nuestra ignorancia donde radican los peores males hacia quienes tienen VIH o SIDA. Tan sólo basta revisar los resultados de la más reciente Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis 2010) en la que cada tres de 10 mexicanos no aceptaría que alguien con VIH viviera en su mismo hogar, ni siquiera en el supuesto que fuera su familiar.

 De ese tamaño son los prejuicios y de esa medida, su indiferencia. Gran parte de la responsabilidad recae en el gobierno, que no crea políticas públicas de salud en favor de la prevención, en los sectores conservadores que buscan prohibir la educación sexual en el país o en el desinterés de políticos para atender el problema porque no lo consideran prioritario. Y si no, hay que ver que la persona que dirige el Departamento de VIH/SIDA e ITS en el Estado de México, es todo, menos especialista en el tema o aliada de las organizaciones civiles.

Cuba es ejemplo en el mundo por sus programas de atención al VIH, logrando ser el primero en el orbe que erradica la transmisión del virus de madre a hijo. Mientras tanto, en México, de acuerdo con el Centro Nacional para la Prevención y el Control del VIH y el SIDA (Censida), en lo que va del año, se han detectado alrededor de cinco mil casos nuevos de VIH, es decir, 14 personas fueron diagnosticadas diariamente como portadoras del virus, aunque se estima que por cada uno que lo sabe, hay otros tres que viven con VIH, pero no tienen conocimiento de ello.

Las personas seropositivas no son víctimas ni quieren ser tratadas como una. Son hombres y mujeres que merecen el acceso a una vida libre de discriminación con el ejercicio pleno de sus derechos. ¡Si el SIDA no les mata, que no lo hagan los estigmas! La enfermedad es contagiosa, pero lo es aún más la intolerancia y para ello, la única vacuna es el respeto.

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