Ya en este mismo espacio hemos comentado con anterioridad el tema del acelerado crecimiento y extendido uso de la Internet en nuestra sociedad. Ayer las cifras dadas a conocer por el INEGI, respecto a la disponibilidad y uso de las tecnologías de la información (ENDUTIH 2016), nos confirman esas tendencias y ello nos lleva a exponer una nueva reflexión, en este caso al respecto de las repercusiones que ese uso tendría de manera potencial en nuestra sociedad.
La ENDUTIH sostiene que en México 15.7 millones de hogares disponen de conexión a Internet y se estima en 65.5 millones de personas (de seis años o más) quienes lo utilizan en todo el territorio nacional. El grupo poblacional que más lo usa es el de los jóvenes, ya que el 79.1 por ciento de la población entre 18 a 34 años se declaró como internauta. Y en lo que respecto al principal uso, la encuesta refiere “la comunicación” (88.9% de los encuestados utiliza para ello el internet). Y aquí es en donde viene el punto de reflexión de hoy, pues debemos tomar en cuenta que las relaciones entre personas lo que hacen es crear un flujo de correlaciones que se convierte en la temporalidad del sistema, y a mayor flujo de correlaciones se acelera el envejecimiento. Eso significaría que nuestro sistema social envejece de una manera más acelerada que cualquier otra sociedad precedente y ello se debe a la aceleración en la dinámica de las correlaciones entre personas que en buena medida se debe al uso extendido de la Internet.
Para entender esto es preciso remitirse a algunos principios que nos han revelado los estudiosos de la dinámica molecular, pero cuyo parangón con la sociedad es pertinente. Algunos estudios matemáticos han demostrado históricamente que aquellos sistemas que están formados por un número elevado de partículas (como puede ser un gas o un líquido) tienen en su “trama” un elevado número de partículas. Esas partes componentes, esas moléculas, tienen correlaciones (una choca con otra, luego las dos con una más, etcétera). Gracias a las computadoras, los físicos y matemáticos han podido replicar estas interacciones de manera virtual, es decir en un modelo en el que la computadora procesa la información de cada interacción entre partículas. Y algo que también es posible gracias a las computadoras es invertir el tiempo, o sea, echar para atrás la secuencia y se han dado cuenta que aquellas partículas que en algún momento chocaron entre sí y luego se separaron vuelve a colisionar, ello se debe entender como que las correlaciones conservan la memoria del pasado.
Del mismo modo que incidentalmente una molécula choca con otra y genera una interacción, nuestra vida en sociedad nos hace encontrarnos eventualmente con personas y comunicarnos con ellas, luego cada quien seguirá su camino y quizá no nos volvamos a encontrar, pero la memoria del encuentro queda y la información generada en el encuentro anterior se propagará en los encuentros sucesivos que tengamos con otras personas. La suma de todos esos encuentros da como resultado un flujo de interacciones y la memoria de las mismas se convierte en el modo en que envejecemos como sistema.
La fórmula se podría supersimplificar en esta sentencia: la evolución de las correlaciones tiene su propia temporalidad, que es independiente del tiempo que rige a los elementos que interactúan. Como lo diría en su momento el premio nobel de química Ilya Progogine, cuando comparamos dos sociedades humanas (como la sociedad del neolítico con la sociedad actual) no es que los hombres de una y otra, tomados individualmente, sean muy distintos entre sí, lo que ocurre es que las relaciones que tienen cada uno de ellos en su entorno son muy diferentes de una época a la otra. Por eso –agrega- no cabe ninguna duda de que nuestra sociedad envejece más de prisa que la neolítica, porque los medios de comunicación se han amplificado y por lo tanto la dinámica de las correlaciones sociales ha experimentado una enorme aceleración.
Que casi la totalidad de nuestros jóvenes ocupe la internet para comunicarse genera un flujo de interacciones tan voluminoso y al mismo tiempo tan acelerado que está haciendo envejecer el sistema muy de prisa. Hace dos semanas hablábamos aquí de los Big Data y los definíamos como esa huella que queda cada que interactuamos con alguien al darle like a su publicación en Facebook, o cada que le llamamos por teléfono a una persona, o no se diga cada que descargamos una canción o reproducimos un video. Todas esas actividades que nos son ya tan cotidianas constituyen ese flujo de interacciones al que nos referimos. Dado que persiste la memoria de todas esas interacciones, un niño de 10 años de nuestro tiempo habrá protagonizado un número mucho muy superior de aquellas que pudo haber alcanzado un anciano a principios del siglo pasado. Esa es la razón por la cual se puede decir que envejecemos muy aceleradamente, pero me temo que no lo hacemos tanto en lo personal como en el mundo virtual, porque al tiempo que en los Big Data queda el registro de todas nuestras interacciones, en nuestra persona, el hecho de depender de que el Smartphone recuerde a quién le llamamos y a qué número, nos releva de recordarlo personalmente. Tenemos entonces un sistema social muy viejo con habitantes demasiado imberbes.
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