La mediación educativa por pandemia

A todos los actores involucrados en el proceso educativo nos ha ocurrido esto, sea en nuestro rol de docentes, estudiantes, padres de familia, autoridad educativa o el que sea

Una de las actividades sociales que se ha trastocado más durante la presente emergencia sanitaria por la epidemia de coronavirus es la escolar. Millones de niños y jóvenes en el país han dejado de acudir a la escuela; igualmente cientos de miles de profesores han tenido que abandonar dichos espacios. Ambos, actores centrales del proceso educativo, de la noche a la mañana se han visto precisados a dejar de ser y hacer lo que cotidianamente son y hacen en las aulas.

De manera repentina alumnos y docentes han tenido que abandonar el espacio que les asigna roles e incluso identidad, para relacionarse sólo de manera mediada y valiéndose de dispositivos tecnológicos que les permiten algún tipo de interacción, a todas luces distinta de la que ocurre en las aulas.

En los últimos dos meses, hemos transitado de la labor centrada en las clases a la labor centrada en las tareas


Por disposición oficial y hasta nuevo aviso, las clases se suspendieron desde hace más de dos meses en todo el país. ¿Qué son las clases? La mayoría lo entendemos como el espacio-tiempo en el que maestros y alumnos realizan de manera simultánea un ejercicio de impartición-apropiación de contenidos o saberes. Asumimos que ello ocurre de manera cotidiana en un aula, es decir un lugar delimitado, dispuesto y acondicionado para que unos enseñen y los otros aprendan. Nuestras estructuras psíquicas ya han sido condicionadas para entender que es en las aulas o salones de clase donde se enseña y se aprende. Sin embargo, de la noche a la mañana esto ha tenido que cambiar y se asume que, aun no estando en el aula, los maestros pueden enseñar y los estudiantes aprender.

Las distintas entidades que administran los sistemas educativos han dispuesto que maestros y alumnos interactúen a distancia, que se asignen tareas, que sesionen on-line, que se dé seguimiento y se acopien evidencias de que ambos están haciendo cosas que se relacionan con su proceso de enseñanza-aprendizaje. Los docentes han aprovechado lo que tienen disponible para atender esta instrucción: algunos se han valido de las plataformas que permiten reuniones on-line, otros de aplicaciones para dispositivos móviles, unos más lo han centrado todo en el correo electrónico, etcétera. Sin lugar a duda, ninguna de estas mediaciones permite reproducir la serie de reglas, procesos, actitudes y comportamientos que se dan en el salón de clase.

No hay forma de que docentes y estudiantes puedan replicar en una comunicación virtual o a distancia las cosas que llevan a cabo en las aulas. Sin embargo, los esfuerzos emprendidos para sostener o prolongar por los medios disponibles la relación basada en enseñar-aprender, parecen basarse en una premisa: te indico lo que debes hacer y tú lo haces; si conseguimos ambos documentar que ello está ocurriendo, tenemos forma de llegar al fin último, que es la calificación y representación documental de que se asimilaron los conocimientos.

Lo mismo ocurre con los docentes: su labor ahora no puede centrarse en la enseñanza, se articula con deberes familiares, domésticos y de otro tipo, de los que no puede sustraerse como lo hace cuando abandona su casa para acudir a las aulas


De tal manera, en los últimos dos meses, hemos trancitado de la labor centrada en las clases a la labor centrada en las tareas. Esta fórmula ya ha sido puesta a prueba durante mucho tiempo con los sistemas de educación abierta y, más recientemente, con los programas de educación a distancia. Vaya, no es algo inédito. Lo que sí resulta distópico es que, aquellos acostumbrados a las dinámicas del aula, de manera súbita tengan que ajustar su actuar a la interacción mediada. El ambiente escolar deja de estar presente y ahora hay un ambiente distinto en relación con el cual el estudiante va a construir sus aprendizajes.

El profesor asigna una tarea y el estudiante no tiene que hacerla de manera inmediata, sino que tiene un lapso a lo largo del día para “evidenciar” que lo ha hecho (mandando fotos, por ejemplo); igualmente al realizar la tarea encomendada el estudiante no contará con el docente para que le asista, resuelva dudas o le explique valiéndose de recursos y técnicas didácticas. En el mejor de los casos serán los padres de familia o los hermanos mayores los que estén presentes y hagan un esfuerzo por apoyar. Además, el tiempo para realizar la tarea puede intercalarse con sesiones de televisión, videojuegos, trabajo, comida y una casi infinita gama de posibilidades que están determinadas por las dinámicas de cada familia. Del mismo modo (y sobre todo en los niveles preescolar y primaria) será necesaria la intervención de un adulto para supervisar y documentar la realización de tareas. No quiere ello decir que esa figura supla al docente, pues no en todo los casos cuenta con las condiciones y preparación para asistir y acompañar el proceso de aprendizaje. Su labor es más “administrativa”, en el sentido de proveer materiales, tiempo y espacio para ejecutar las tareas, además de ocuparse en hacer llegar la evidencia al maestro.

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Lo mismo ocurre con los docentes: su labor ahora no puede centrarse en la enseñanza, se articula con deberes familiares, domésticos y de otro tipo, de los que no puede sustraerse como lo hace cuando abandona su casa para acudir a las aulas. En ambos casos la mediación es lo que ahora condiciona su actuación: lo que se introduce en medio de la enseñanza-aprendizaje. Elementos y condiciones como los ya mencionados se articulan de modo inevitable entre lo que el maestro indica que hay que hacer y la ejecución de la tarea. El resultado de esta medicación no puede ser inocuo. 

Estamos ante la presencia de un fenómeno que tendrá que estudiarse para entender sus consecuencias. Lo que queda claro es que la estructuración de la vida en espacios y dispositivos con fines específicos en muchas ocasiones limita nuestra capacidad adaptativa. Nos habituamos a hacer las cosas de una manera que, cuando dejan de estar presentes las condiciones para continuar haciéndolas, nos invade un pasmo que puede llevar mucho tiempo superar. A todos los actores involucrados en el proceso educativo nos ha ocurrido esto, sea en nuestro rol de docentes, estudiantes, padres de familia, autoridad educativa o el que sea. Todo ha sido tomado como emergente, contingente y pasajero: se asume que las clase se van a reanudar tarde o temprano y volveremos a las dinámicas áulicas, al dispositivo estable, estructurado y condicionado. Eso –insisto- condiciona la capacidad adaptativa.