La omnipresencia del “narco”

La omnipresencia del “narco”
Narco es una palabra que utilizamos ahora para nombrar actividades ilícitas, pero también es un imaginario. Se trata de una representación mental que utilizamos para una cantidad casi infinita de cosas. Hoy, en el México del siglo XXI, es posible anteponer ese término a cualquier sustantivo y resulta inteligible: narco-mantas, narco-gobierno, narco-cultura, narco-corridos, narco-series, etc. […]

Narco es una palabra que utilizamos ahora para nombrar actividades ilícitas, pero también es un imaginario. Se trata de una representación mental que utilizamos para una cantidad casi infinita de cosas. Hoy, en el México del siglo XXI, es posible anteponer ese término a cualquier sustantivo y resulta inteligible: narco-mantas, narco-gobierno, narco-cultura, narco-corridos, narco-series, etc.

La representación mental se traduce en un arquetipo. Cuando se habla del narco, de inmediato se piensa en una persona armada, violenta, ostentosa, impune y, sin embargo, no necesariamente extraña, indeseable o condenable. La amalgama de elementos que confluyen en esa representación es tan flexible que puede cobijar a una figura cuasi heróica, pero también a un político execrable o a un policía corrupto.

La vía por la cual se construyó la representación mental del narco en nuestro país fue la prensa. Hacia la década de los años 80 del siglo pasado, el gobierno estadounidense estableció para con México una agenda política, militar, diplomática, comercial, policíaca e informativa en torno al tráfico de drogas, que se posicionó en los diarios, las revistas y en menor medida en la televisión y la radio. Posteriormente saltaría al cine, a la música a la literatura y la oralidad de las personas que empezaron a hablar de “narcotraficantes” y, posteriormente, se quedó en el apócope “narco”.

Aunque desde mediados del siglo XX en las páginas de la prensa (sobre todo en la nota roja) se daba cuenta de acciones relacionadas con las actividades de tráfico de drogas y se empezó a usar el término “narcotraficante”, no es sino hasta los casos Camarena, Caro Quintero y Posadas Ocampo, que el tema salta a las primeras planas y se comienza a construir el imaginario del que hablamos.

Vendrían innumerables crónicas periodísticas sobre las actividades del narcotráfico; le seguirían reportajes en revistas, libros, música, películas y así, poco a poco, se extendió en el imaginario popular “el narco”. Como veta inagotable de historias, narrativas, figuraciones y especulaciones, este imaginario alimentó la conversación pública, los discursos políticos, el humor y la tragedia en todo el país.

De manera paralela, el negocio de la venta de droga creció en la medida que se multiplicó la demanda de ella en los Estados Unidos, Europa y Asia. Incluso en territorio nacional el creciente consumo llevó a quienes se dedican al narcotráfico a expandirse, diversificarse y, necesariamente, a coludirse con las autoridades para operar. Los cárteles de la droga se fortalecieron y radicalizaron sus prácticas violentas. Tenemos, entonces, la confluencia de una realidad apabullante, con un imaginario vasto.

Dentro de este marco, avanzan por caminos convergentes las organizaciones delictivas (con todos sus tentáculos tocando la política, el empresariado, la policía, el ejército, la iglesia, casi todo) y la representación de “el narco”. Producto de tal convergencia se genera un campo dentro del cual es posible colocar hechos y representaciones. Dicho en otras palabras: consolidado como un tema, pero también como una realidad, al narco se le pueden atribuir ejecuciones, secuestros, desapariciones, control de actividades, financiamiento político, creación de empresas, gustos, moda y así, casi al infinito.

Si se observa a una persona con cierto vehículo, indumentaria y comportamiento, lo podemos imaginar como “narco”; si nos damos cuenta de un empresario que expande su negocio con gran velocidad, cualquiera puede pensarlo como vinculado con “el narco”; si emerge un político y se encumbra de manera muy notable, no faltará quien lo conceptúe como relacionado con “el narco”; si escuchamos a un cantante entonar cierto tipo de melodías, no sería extraño imaginar sus ligas con el “narco”. De esta manera podríamos seguir, porque el campo del narco se hace omnipresente.

Creo que no es extraño para casi nadie los intentos políticos recientes para vincular al Presidente de la República, a su familia y a su grupo político con el narco. ¿Por qué? Bueno, en primer lugar porque eso es posible en la medida que ocurre el fenómeno que acabamos de explicar. Pero también porque en tiempo electoral un modo para buscar el desprestigio del rival político es vincularlo “al narco”.

Si una característica tiene el imaginario del que venimos hablando es que autoriza a cualquier persona a hablar de él. ¿Qué tipo de cosas se hablan de “el narco”? Básicamente se habla de sus operaciones. Cualquiera que sepa “cómo opera”, posee una información que es valiosa en términos judiciales, militares, políticos y, desde luego, periodísticos. Saber cómo operan, dónde, con quién se vuelve en la sustancia del multimencionado imaginario. ¿De qué hablan los narco-corridos si no de eso? ¿De qué hablan las narco-series si no es de eso? ¿De qué hablan los reportajes si no es de eso?

Cualquier indicio, cualquier dicho, cualquier versión se convierte en verosímil si entra en relación con el imaginario ya caracterizado. Hay mucha distancia entre ese tipo de versiones y la posibilidad de que alguien sea llevado ante los tribunales y condenado. De entrada, porque nadie puede ser acusado ante un juez de ser “narco”. No existe esa figura legal en México; se le puede acusar a una persona de delitos contra la salud, de delincuencia organizada, de operaciones con recursos de procedencia ilícita, de portación de armas e infinidad de cosas, pero no de narco. Y, luego, probar ante los ojos del juez que es culpable, se vuelve toda una hazaña.

No obstante lo anterior, quien se proponga vincular a alguien con “el narco” hoy en día en México no tendrá dificultades en hacerlo. Sobre todo si su propósito no es sancionar delitos, sino alimentar el imaginario. El sólo esbozo del vínculo bastará. Y es extremadamente sencillo hacerlo porque tanto la realidad apabullante como el imaginario vasto del que hablamos ya se extienden a lo largo y ancho de nuestro país. En todo el territorio nacional hay presencia de una u otra cosa. Puede haber poblaciones en donde no operan cárteles, pero la gente sí ve narco-series y escucha narco-corridos. Puede un niño no comprender en qué consiste la delincuencia organizada pero sí saberse canciones belicosas. Y, a la inversa, puede haber regiones marginadas donde no se tiene Netflix y no se ve a la Reina del Sur, pero donde sí se siembra marihuana. Son, como dijimos, caminos convergentes que, en su conjunto lo abarcan casi todo.

La omnipresencia de “el narco” va a seguir, por muchos años, dando oportunidad para hacer o para decir que alguien hace cosas que se le vinculen.