La Taberna del León Rojo

De nueva cuenta mis pasos me condujeron a la vetusta taberna. Nada ha cambiado. Todo sigue en su sitio: las telarañas, las cucarachas, las ratas, la pestilencia de los baños, el tufo de los parroquianos y la inconfundible presencia de mi amigo Marcelino. Cierto, ya no es un mozalbete, de hecho ya no los somos, […]

De nueva cuenta mis pasos me condujeron a la vetusta taberna. Nada ha cambiado. Todo sigue en su sitio: las telarañas, las cucarachas, las ratas, la pestilencia de los baños, el tufo de los parroquianos y la inconfundible presencia de mi amigo Marcelino.

Cierto, ya no es un mozalbete, de hecho ya no los somos, pero mantiene la lucidez que su cansino andar pretende ocultar.

Apenas me siento y pido un vaso de ajenjo, cuando aquella masa levanta la vista y con una sonrisa que más pareciera una blasfemia desdentada, empieza con su retahíla de palabras.

  • “Sabías Germán que el esperpento, que hiciera moda ha tiempo con su falsa apostura, con su “magnetismo de masas” generado con telepromter, ha desaparecido del gusto popular y apenas se le recuerda, sobre todo en tertulias y charadas de maestros y campesinos”.
  • “Algo he sabido, pero debo decirte que ello no es de sorprender. Siempre ha pasado en la Vía Utopía y tiene pocas explicaciones o quizá todas las explicaciones. Una sería que nuestra sociedad siempre ha sido perezosa en su evolución y, por otra parte, contamos con un quietismo que torna a un bucólico pasado inexistente”.

Marcelino no alza la vista. Sé que en su mente hurga las palabras. Es tiempo que aprovecho para mantener mi perorata.

  • “Ahora, mi querido Marcelino, como ocurriera con el “cambio” que llevó a Zorrino al trono, se olvidó la euforia que generó el retorno de la corriente esperpenticida al poder, a  grado tal que se desvaneció en la mente de la gente, incluso de quienes se encuentran al lado del esperpento, la oquedad de tantas promesas, de la retahíla de palabras, de poses estudiadas por lo cual sus conspicuos manejadores urdieron sustituir la grandilocuencia esperpento-oficialista por la tácita afirmación de que el mal que nos aqueja, afecta a todos los reinos y condados y, con ello, se tornó a hacer de la paupérrima realidad una parodia musical engaña-bobos con mensajes de necesidades sorteadas y sueños que se avizoran y  llegarán si y solo sí se mantiene la creencia en el esperpento”.

Mi gordo amigo parece despertar de su letargo. Fiel a su costumbre, eructa fuertemente y me mira con los ojos inyectados de sangre mientras escupe:

  • “Hay meretrices que merecen todo mi respeto, más que el esperpento que nos lleva por sendas yermas. Las putas nos brindan al menos placer; cierto, es un placer efímero pero a final de cuentas es placer, mientras aquel que se ensimismó en su falsa capacidad ha propiciado la confronta entre extraños y rectos, entre curas  y suripantas, entre cocheros y malandrines con garrote, entre mentores y recaudadores. De hecho, y no me vas a corregir, en la Vía Utopía se asegura que ser vanguardista es como ser marica, aventurero y más cosas”.
  • “Concuerdo contigo Marcelino. En la Vía Utopía todo transcurre como el esperpento ha determinado y no atisba el viísta alguien auténtico que se decida a enterrar a los muertos debajo de la cama y entiendan que, para arreglar el tinglado que ha hecho el esperpento, habría que empezar por zanjar la diferencia entre realidad y ficción, entre mitos oficialistas y necesidades populares, entre sed de venganza y necesidad de justicia social. Los viístas esperarían ver sentados en la misma mesa al esperpento y los muertos del pasado, a los más recientes y a los que mueren cada segundo”.
  • “Ilusiones, Germán, simplemente eso. El esperpentismo mantiene  un rumbo rayano en lo aberrante pero sigue ahí, con el poder de controlar todo, con un pueblo cada vez más herido, sin conciencia de lo que hace, sabedor de que tiene una cita histórica que, con seguridad, pagará para hacerla positiva hacia su persona, culpando a los muertos, a los jodidos y a quienes no le rindan pleitesía pese a todo lo malo que pasó mientras estuvo en el poder”.

Marcelino se levanta de improviso. Deja su vaso en la mesa y sale de la Taberna del León Rojo tarareando hacia la calle: “Mala noche me diste, María de Rión…” El ajenjo me sabe a orín y la realidad simula un campo-santo.