Existen estudios en biología según los cuales la vejez no es un fenómeno presente en la mayoría de los seres vivos del planeta. Este es un rasgo que vuelve diferente a la especie humana respecto de todas las demás, porque sobre todo en los últimos dos siglos se ha presentado una sostenida tendencia hacia el envejecimiento de la población.
Los estudios arqueológicos que documentaron, por ejemplo, la existencia del Neanderthal, nos revelan que en la prehistoria las personas no llegaban a edades avanzadas. Así, pues, durante varios milenios de la historia de la raza humana llegar a una etapa de vida que fuera más allá de cumplir las funciones reproductivas y de protección de la descendencia era algo sumamente improbable. En buena medida esta es la razón por la cual en culturas milenarias los ancianos eran objeto de veneración, sujetos de respeto y profunda admiración. Se veía en ellos una fuente de sabiduría, sobre todo, por la experiencia de haber superado las adversidades en las que se desarrollaba la vida.
Pero ocurre que, durante el Siglo XX, el combate a las enfermedades y la institucionalización de medidas de seguridad social en la mayoría de los países del mundo, han dado como resultado una especia de “democratización de la vejez”, entendida como una posibilidad real para que personas de todas las condiciones socioeconómicas puedan llegar a edades avanzadas. Los demógrafos y economistas han demostrado estadísticamente que las posibilidades de llegar a edades más avanzadas se incrementan viviendo en una sociedad con mayores niveles de desarrollo, pues hay excedentes para procurarles en términos de salud, alimentación e inclusión.
Este proceso de envejecimiento que ha experimentado la población mundial trae consigo algunas cosas en términos de lo que significa ser anciano en estos días. Al volverse una condición normal llegar a cumplir más de 50 o 60 años, la figura del viejo se ha devaluado. Pareciera ya no encerrar ningún mérito el haber llegado a edades avanzadas; inclusive se puede llegar a ese momento de la vida en estados físicos, mentales o sociales no muy benignos.
En el caso de México, es muy claro que la sociedad es incapaz de brindar seguridad, bienestar y plenitud de vida durante la etapa en la que las personas se vuelven inactivas económicamente. La población ubicada en la tercera o cuarta edad, en su mayoría no se encuentran en el retiro o la jubilación que permita el descanso y la despreocupación, sino que viven en el contexto de las enfermedades, la discapacidad y la dependencia.
La imagen nítida de este problema se nos muestra esta semana en el acto oficial presidido por Isis Ávila Muñoz, presidenta honoraria del DIF Estado de México, cuando en el municipio de Axapusco hizo entrega de “kits de trabajo a 160 adultos mayores, explicando –dice el boletín oficial- que el Programa Adultos en Grande es operado por la Secretaría de Desarrollo Social, a través del Consejo Estatal de la Mujer y el Bienestar social, el cual ofrece capacitación para un autoempleo a la población de 60 años y más”.
Hubo un tiempo en que se llegaba a viejo para cobrar la recompensa de una vida llena de logros; hoy, en el Estado de México, se llega a viejo para recibir un kit de trabajo y ponerse otra vez a trabajar.