(Primera parte)
Las acciones económicas y de crecimiento urbano que tomemos los próximos 15 años serán decisivas para la vida en el planeta. No habrá dinero que alcance para medidas de adaptación, si no somos capaces de invertir para reducir el daño al clima. Las medidas de mitigación son mucho más baratas que las de adaptación. Abrir el debate, en México y en el mundo, sobre el cambio climático desde el punto de vista económico es el reto más grande que las organizaciones ambientalistas enfrentan. No se trata de si se cree o no en el cambio climático, no es cuestión de fe, es una cuestión de acción. Hay que esforzarse para lograr un cambio -en los paradigmas culturales y económicos con los que hemos vivido hasta ahora- que después recompense en la calidad de vida en las ciudades y los poblados en todos los rincones del mundo.
En el informe Mejor crecimiento, mejor clima, Felipe Calderón, como presidente de la Comisión Global sobre Economía y el Clima, presentó un análisis (y sus conclusiones) sobre la posibilidad de hacer compatible el crecimiento sustentable con el cuidado al ambiente. La buena noticia es que sí es posible, la dificultad principal que enfrenta es el cambio en los paradigmas sobre la producción de energía basada en los combustibles fósiles y el diseño de nuestras ciudades orientadas al transporte individual. Nos dice el informe que en los próximos 15 años los países del mundo, desde los más pobres hasta los más ricos, habrán de invertir 90 millones de millones de dólares en infraestructura para ciudades y explotación agrícola y forestal. Agrega el informe que por una diferencia marginal de 4 millones de millones se puede construir un modelo de desarrollo sustentable bajo en carbono. Este mayor costo se puede compensar con los ahorros que se alcancen gracias al nuevo modelo. El informe pone énfasis en datos como que, en los últimos cinco años aproximadamente, los paneles solares para producción de energía eléctrica han reducido su costo en 80%.
El modelo de diseño de ciudades en México (y América Latina en general) en beneficio del automóvil nos ha llevado al deterioro constante de nuestra calidad de vida. En la situación actual entre el 70 y 80% del presupuesto de nuestras ciudades se invierte en infraestructura para el transporte individual. El paradigma cultural que predomina es clarísimo: cuando en una encuesta seria se pregunta a las personas sobre los servicios que necesitan, las vialidades ocupan el primer o segundo lugares y el transporte público no rebasa el 5% del interés. Lamentablemente, en nuestra visión de la vida en comunidad, no es una prioridad reducir (incluso eliminar) el caos en el servicio del transporte público. A pesar de las muertes que ocasionan por atropellamientos y por contaminación y la pérdida de horas-trabajo a bordo de todo tipo de vehículos, entre otros, los grupos ambientalistas y a favor de un sistema adecuado de transporte público no han logrado convencernos de la importancia de exigirlo. Rescatemos del informe un ejemplo paradigmático de una ciudad mal planeada: Pekín. Los costos asociados a daños a la salud por enfermedades –respiratorias y/o cancerígenas- y la pérdida de horas-trabajo en el tráfico, podrían absorber el 10% del PIB, 3% más del crecimiento anual alcanzado en este año por el gigante asiático.
@10aRegiduriaTol
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