Nadie encendía las lámparas

Tan sólo las palabras de Julio Cortázar (“Como todos nuestros grandes escritores, nos denuncia sin énfasis y a la vez nos alcanza una llave para abrir las puertas del futuro y salir al aire libre”), de Juan Carlos Onetti (“Felisberto nunca fue ni será escritor de mayorías”) y de Italo Calvino (“Felisberto Hernández es un […]

Tan sólo las palabras de Julio Cortázar (“Como todos nuestros grandes escritores, nos denuncia sin énfasis y a la vez nos alcanza una llave para abrir las puertas del futuro y salir al aire libre”), de Juan Carlos Onetti (“Felisberto nunca fue ni será escritor de mayorías”) y de Italo Calvino (“Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a ninguno: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un ‘irregular’ que escapa a cualquier clasificación y encuadramiento pero se presenta a primera vista como inconfundible”) me bastaron para que las habas se me cocieran por leer a este uruguayo. Durante años busqué su obra, bastante onerosa, por cierto, hasta que llegó a mis manos “Nadie encendía las lámparas”.

Cada cuento de Felisberto es como adentrarse en un vasto paisaje onírico: la técnica empleada (asociación de ideas) va generando una bola de nieve que impide que despeguemos la mirada y la atención de la mancha tipográfica; las situaciones más comunes devienen impredecibles huracanes de imágenes y sensaciones que obligan a nuestras neuronas a trabajar forzudamente. Observen, nada más por no dejar, el siguiente fragmento: “(los objetos) adquirían alma a medida que entraban en relación con las personas. Algunos de ellos antes habían sido otros y habían tenido otra alma (…), pero su balcón había tenido alma por primera vez cuando ella empezó a vivir en él”.

Un referente casi exiliado de las letras universales, cuya obra es por demás atractiva y subyugante. Muy recomendable.