Niegan la pobreza, minimizan el machismo, banalizan la desigualdad. La ultraderecha mexicana ha construido una narrativa donde la realidad no existe si incomoda. Y esa negación sistemática no es ignorancia: es una estrategia para no perder privilegios.
Negar para conservar
Negar la pobreza. Negar la violencia machista. Negar la discriminación estructural. Así opera el negacionismo: descalifica la evidencia, convierte a los adversarios en enemigos y transforma los problemas reales en «narrativas manipuladas».
A esta corriente le incomoda que el Estado reconozca que México es un país profundamente desigual. Le irrita que se visibilicen los privilegios heredados —como el color de piel, el apellido o el acceso a educación privada—. Le molesta que, por primera vez en décadas, se les hable a los sectores históricamente marginados sin intermediarios.
La realidad con datos
Frente a su relato distorsionado, los datos revelan otra historia:
- Según el Coneval, entre 2018 y 2024, más de 10 millones de personas salieron de la pobreza en México. La pobreza extrema pasó de representar al 7% de la población en 2018 al 4.4% en 2022, su nivel más bajo en décadas.
- El Centro de Estudios Espinosa Yglesias documenta que el 78% de la población permanece atrapada en los mismos niveles socioeconómicos en que nació. El tono de piel, el género y el nivel educativo de los padres siguen marcando la trayectoria de vida.
- Más de 30 mil violaciones al año y más de 10 feminicidios diarios muestran que la violencia de género no es “exageración”, como algunos argumentan, sino una emergencia nacional.
- En temas indígenas, la marginación persiste: 7 de cada 10 personas indígenas viven en pobreza, pero la derecha radical insiste en acusar de “uso político” cualquier política de reparación o reconocimiento cultural.
Voces del negacionismo
El negacionismo tiene rostro, cámara y micrófono. Algunos de sus principales voceros no provienen del mundo académico ni del análisis serio, sino del marketing, la farándula o los negocios. Su fuerza está en los algoritmos, no en los argumentos.
- Carlos Alazraki, publicista convertido en propagandista, repite que “México va hacia Venezuela”, aunque el país crece y se estabiliza económicamente.
- Lilly Téllez, senadora, desestima el feminismo como “ideología”, ataca el laicismo y promueve desinformación sobre vacunas.
- Eduardo Verástegui, actor y precandidato presidencial, rechaza los derechos sexuales y reproductivos y difunde teorías de conspiración globales.
- Javier Lozano, exsecretario del Trabajo, desacredita cualquier avance desde 2018 y defiende una visión autoritaria del Estado.
- Gilberto Lozano y FRENAAA, promueven abiertamente el derrocamiento de un gobierno electo, bajo el argumento de “lucha patriótica”.
- Pedro Ferriz de Con, antes periodista, hoy youtuber apocalíptico, asegura que México ha sido “secuestrado” por comunistas, sin prueba alguna.
La realidad de la mayoría
Mientras ellos gritan desde sus sets, la mayoría del país vive otra cosa. Madres que trabajan doble jornada para sostener una familia. Jóvenes que estudian en universidades públicas de primera generación. Campesinos que ahora acceden a pensiones sin tener que pasar por favores partidistas.
México no es perfecto. Aún falta mucho por transformar. Pero negar lo que sí ha cambiado no es escepticismo: es deshonestidad.
Contar la verdad es resistir
El negacionismo no busca debatir: busca cansar. Inunda las redes con falacias, ridiculiza causas sociales, criminaliza la empatía. Su proyecto no es alternativo, es regresivo.
Por eso, el papel del periodismo no es solo informar: es nombrar lo que otros esconden. Es sostener la verdad, aun cuando griten que es mentira. Es defender el derecho de la ciudadanía a saber, con datos, qué país somos y qué país podemos ser.
Porque cuando niegan la pobreza, niegan a los pobres. Cuando niegan el machismo, niegan a las mujeres asesinadas. Cuando niegan el racismo, niegan la dignidad de millones.
Y negar a un pueblo entero, además de injusto, es profundamente violento.

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