- Gobernabilidad sin épica,
- El ego también cuesta,
- Seguridad sin candil.

No somos Suiza, pero tampoco Mad Max
El Estado de México no es un edén, pero tampoco un campo minado. Y para una entidad de casi veinte millones de habitantes, formada por casi un siglo de priismo y cuarenta años de neoliberalismo, eso ya es decir bastante. Hay orden, hay gobierno y el aparato no se desarma al primer conflicto. No es la paz ideal, es la que alcanza. Gobernabilidad, dirían los técnicos. La gobernanza, la de verdad, sigue en obra. El problema no es que el Estado funcione, sino que funcione solo para que todo siga más o menos igual. El nuevo régimen no heredó el caos, heredó la costumbre. Y romper una costumbre siempre cuesta más que presumir estabilidad.
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Pan y circo, pero con presupuesto público
Si alguien juntara todo el dinero que los 125 alcaldes y los 75 diputados se han gastado en fiestas, informes de autoelogio, escenarios, pantallas y aplausos rentados, alcanzaría para tapar baches, comprar patrullas o rescatar parques que hoy parecen zonas arqueológicas. Pero no. La prioridad sigue siendo el culto a la personalidad, esa vieja herencia que juraron dejar atrás. Cambiaron siglas, no vicios. Donde debería haber obra pública, hay confeti; donde debería haber seguridad, hay selfie. No es ingenuidad, es decisión. Y lo más preocupante no es el derroche, sino la normalidad con la que se aplaude. Iguales.
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Menos reflectores, más patrullas
Cristóbal Castañeda cumple año y medio al frente de la seguridad pública del Edomex y los números, fríos como deben ser, le salen mejor de lo que se dice en la calle. La estadística avanza y la percepción va detrás, desconfiada. Aun así, hay un dato que cuenta: bajo perfil, pocas declaraciones y más trabajo que micrófonos. En tiempos donde la seguridad suele ser espectáculo o trampolín político, optar por la chamba sin candil es raro y se agradece. La crítica sigue en pie: la gente quiere sentirse segura, no leer tablas. Pero conviene decirlo sin estridencias: cuando el secretario aparece poco y trabaja mucho, algo se mueve distinto.
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¿Pues cuánto se robó?
José Francisco Monroy Gaytán tuvo que sacar 63 millones de pesos para reparar el daño causado en la Universidad Intercultural del Edomex. Esa cifra no se junta con rifas ni tandas. El convenio irregular está documentado, la reparación también. Lo interesante vino después: cuando dejó la Intercultural, no llegó el castigo ejemplar, llegó la Universidad del Bicentenario. Cambio de cancha, mismo juego. Monroy es de Atlacomulco y la escena huele a época: eran los años de Eruviel, cuando robar no te expulsaba del sistema, te reubicaba. La lección es simple y cara: en el viejo régimen, si alcanzabas a pagar, seguías en la fila.
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La moral ajena y la fiesta propia
Circulan, vía WhatsApp, los videos de Don Gato y su Pandilla. No los publicamos. Basta decirlo: yate, Caribe, alcohol de sobra y escenas sexuales entre adultos. Nada extraordinario, salvo por el predicador. El protagonista se confiesa de derecha, habla de orden, valores y familia, y posa de outsider y empresario exitoso sin explicar de dónde salió el éxito. Afuera, el discurso severo; adentro, la licencia ilimitada. Afuera, la moral como bandera; adentro, la excepción permanente. No es el video lo que incomoda, es la hipocresía: la derecha que exige conducta ajena mientras se concede todo en privado. Y, en política, ese doble rasero no es accidente: es identidad.

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