Nunca fuimos un Edomex chingón

Una sociedad que conoce su historia no cae tan fácilmente en la nostalgia de quienes la saquearon. Sin memoria, la alternancia será cosmética; con memoria, puede ser estructural

El mito del “Edomex chingón” nunca existió. Fue una ilusión del viejo régimen, un espejismo fabricado para administrar el olvido y legitimar un sistema de corrupción que se reprodujo por décadas. La alternancia no puede construirse sin memoria. El caso Isidro Pastor es una pieza reveladora: no es un accidente del presente, sino un fósil del pasado que permite entender cómo funcionó el dispositivo de poder que gobernó al Estado de México durante casi un siglo.

I. El mito que sostuvo un régimen entero

Nunca fuimos un Edomex chingón. Lo que hubo fue un régimen capaz de simular eficiencia mientras montaba una estructura de corrupción profundamente profesionalizada. La idea de un estado “moderno, ordenado y productivo” fue más ingeniería discursiva que realidad administrativa. El priismo mexiquense entendió que no era necesario construir bienestar; bastaba con administrar la percepción de que existía. El mito no fue casual: fue el pegamento simbólico que sostuvo a una élite política, empresarial y territorial durante décadas. La memoria fue su herramienta de control: se olvidaba lo necesario y se recordaba lo útil.

II. La memoria como tecnología política

El viejo régimen gobernó tanto con obras como con silencios. La memoria colectiva se moldeó desde instituciones que enseñaban poco y desde medios que contaban menos. Sin memoria, la corrupción no aparece como sistema, sino como chisme. Sin memoria, los excesos no son estructura, sino error humano. Y, sin memoria, el priismo se recicla, se disfraza, regresa. Para el nuevo régimen, recordar no es opcional: es la única barrera contra la restauración narrativa del pasado. La memoria no es revancha; es profilaxis institucional.

III. La generación joven y el vacío histórico

Los jóvenes nacidos después del 2000 no vivieron el priismo en su hegemonía total. Crecieron políticamente en un entorno donde Morena ya era fuerza dominante. Para ellos, los escándalos del viejo régimen son referencias abstractas, no experiencias vividas. Ante la falta de información sistemática y pedagógica, la narrativa del “antes estábamos mejor” se extiende con facilidad. La derecha local aprovecha el vacío: compara el presente con un pasado idealizado que nunca existió. Sin un programa serio de memoria pública, la juventud queda expuesta a la manipulación y al reciclaje de élites.

IV. Isidro Pastor: anatomía de un fósil político

El caso Isidro Pastor es un recordatorio de lo que realmente fue el viejo régimen. Formado en el ecosistema Atlacomulco, dirigente estatal del PRI, diputado, secretario de Movilidad en tiempos de Eruviel Ávila, operador electoral, aspirante a independiente y dirigente del PES por conveniencia coyuntural. Su biografía resume el modo de operar del sistema: cercanía al presupuesto, lealtad al grupo, movilidad política para preservar la red. La denuncia penal que hoy lo tiene en prisión por presunto lavado de dinero y uso de documentos falsos no nació hoy: data de 2017, cuando Peña era presidente y el Edomex seguía bajo control priista. Que avance ahora revela el mecanismo de impunidad previo: la justicia funcionaba por pacto, no por norma.

V. El dispositivo de corrupción: más allá del individuo

Pastor no es el sistema, es una de sus piezas. Su caso permite observar cómo operaban las redes:

  • Concesiones de transporte como botín;
  • Obra pública inflada para allegados;
  • Fiscalías que congelaban expedientes;
  • Jueces que respondían a compromisos políticos;
  • Operadores que migraban de partido sin cambiar de lealtades;
  • Un aparato de protección que funcionaba mientras la élite priista mantuvo el control.

El viejo régimen construyó un modelo donde la ilegalidad era parte del diseño institucional. Pastor es solo uno de los nombres; la red es lo importante.

VI. La pedagogía del pasado como obligación del presente

La memoria necesita institucionalizarse. El nuevo gobierno debería abrir archivos, publicar contratos, digitalizar auditorías, crear repositorios públicos, producir documentales cívicos, incorporar la historia reciente en planes de estudio, construir líneas de tiempo del saqueo, transparentar expedientes de transportes, notarías, obra pública, deuda y programas sociales. Una sociedad que conoce su historia no cae tan fácilmente en la nostalgia de quienes la saquearon. Sin memoria, la alternancia será cosmética; con memoria, puede ser estructural.

VII. Romper la ilusión para construir lo que nunca fuimos

Decir que nunca fuimos un Edomex chingón no es derrotismo: es el inicio de un proyecto honesto. No se puede transformar lo que no se nombra. No se puede reformar lo que se idealiza. Y no se puede gobernar en serio mientras una parte del estado —la que cree que antes vivía mejor— conserva la fantasía de un pasado ordenado. El espejismo se rompe con hechos, archivos, datos, memoria y verdad. El caso Pastor tiene que usarse como puerta de entrada, no como trofeo. La historia debe contarse completa para que los jóvenes entiendan que la corrupción no nació hoy y que la justicia diferida no es justicia suficiente. Lo que sigue depende de una decisión incómoda: recordar con precisión. Porque solo un Estado que recuerda puede construir lo que nunca fue.

Mario García Huicochea

Mario García Huicochea

Periodista y columnista especializado en análisis político. Observador crítico de la realidad social y política del Edomex durante más de cuatro décadas.

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