Pandemia: vuelve a la casilla uno

Si ya antes de la contingencia la movilidad social estaba muy cuesta arriba para los sectores más bajos de la pirámide socioeconómica, hoy el escenario es muy desalentador

Hoy, cualquier cosa que se hubiera logrado, la crisis causada por la pandemia de covid-19 nos está haciendo retroceder varios lustros


Creo que la mayoría de nosotros conoce o ha jugado Serpientes y escaleras. En su versión original (creada en la India, en el siglo XVI), este juego presentaba una visión sobre la vida que mezclaba el libre albedrío con la suerte. Se conocía como una herramienta en la enseñanza de las consecuencias de las buenas y malas acciones. Y, aunque se trata sólo de un juego, el sentimiento de frustración cuando le toca a uno llegar a la casilla donde una serpiente le hace descender es real (sobre todo con aquellas que nos devuelven al principio). Parte de la enseñanza que encerraba desde su génesis este juego es que, en la vida misma, resulta muy difícil no encontrarse con obstáculos. Por ello suele haber en el tablero más serpientes que escaleras.

Con la metáfora de las serpientes y escaleras, se puede señalar que este 2020 va a resultar para millones de personas una de esas serpientes que nos regresan varios niveles. La Comisión Económica Para América Latina (CEPAL) estima en 231 millones el número de personas que terminarán en condición de pobreza en esta parte del mundo al finalizar el presente año. Ello representa unas 45 millones más que antes de la pandemia. La mayoría de estas personas se encontraba en esa muy frágil situación en la que “hoy se tiene para comer, pero mañana quién sabe”. Así que, como consecuencia del confinamiento ordenado para detener los contagios de covid-19, tan sólo en México, entre febrero y junio, se estima que la pobreza extrema por ingresos pasó de 22 a 32 millones de personas. Al menos así lo calculó el Programa Universitario de Estudios de Desarrollo (PUED) de la UNAM.

El anhelo más común entre los padres de familia es que a sus hijos les vaya mejor en la vida que a ellos. Es algo casi natural, instintivo e institucional en todo el mundo: allanar el camino para las nuevas generaciones, evitando los obstáculos o límites que sus antepasados tuvieron que afrontar. Pero, ahora debemos recordar que el camino no está exento de imponderables a veces tan grandes como esta crisis sanitaria. Igualmente, sabemos que todos los gobiernos latinoamericanos han hecho una apuesta permanente por “sacar a la gente de la pobreza”; en todas partes se ponen en marcha programas que buscan ese objetivo a través de medios como acceso a la educación, a servicios de salud, a mejor alimentación, a más altos ingresos y cosas por el estilo. Todo ello es materia de constante medición para recordarnos cuánto se ha avanzado y cuánto falta. Bueno, pues hoy, cualquier cosa que se hubiera logrado, la crisis causada por la pandemia de covid-19 nos está haciendo retroceder varios lustros.

De acuerdo con los estimados de la CEPAL, se espera que los 231 millones de pobres que resulten con la crisis de covid-19 en nuestro subcontinente nos harán regresar a niveles de 2005, es decir, un revés de 15 años. Y no olvidemos que de hecho la movilidad social en países como los nuestros era una puerta que estaba ya semi-cerrada desde finales del siglo pasado, pues la desigualdad de ingresos en el mundo no ha dejado de aumentar desde la década de los 90 y, a causa de ello, la movilidad social se ha estancado.


Se espera que los 231 millones de pobres que resulten con la crisis de covid-19 en nuestro subcontinente nos harán regresar a niveles de 2005, es decir, un revés de 15 años


Recuerdo que en este mismo espacio hace un poco más de dos años comentamos el informe que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) publicó bajo el título A Broken Social Elevator? How to Promote Social Mobility. Tal documento detalla que es en los países nórdicos que integran la OCDE donde se da la combinación que podría ayudar a que las familias más pobres logren ascender socialmente: poca desigualdad en los ingresos y mucha movilidad social. En cambio, en los países de América Latina y algunas economías emergentes (o sea aquellas que han experimentado crecimientos económicos acelerados, muchas veces a costa de ser salvajemente neoliberales) la combinación que se presenta es exactamente la contraria: mucha desigualdad en los ingresos y muy baja movilidad social.

Señalamos desde aquel año que, de acuerdo con la evidencia empírica revelada por el informe de la OCDE, para el caso específico de México es casi milagroso que alguien que haya nacido en la parte más baja de la pirámide (en términos socioeconómicos) logre trepar a la cima: sólo lo logran 4 de cada 100. Y, a causa de la pandemia, si algunos estaban acercándose a lograrlo, les ha tocado una “gran serpiente” que los regresó casi al inicio. Pero, hay que decirlo, esta es una situación global, pues, de acuerdo con Lina Pohl Alfaro, representante de la FAO en México, el hambre aumenta en el mundo desde hace cinco años: en 2019 había 690 millones de personas con hambre, 10 millones más que en 2018, en América Latina había 47,7 millones de personas en hambre; a fines de año habrá un aumento de 130 millones personas con hambre crónica en todo el mundo.

Te puede interesar: Encogerse de pobre: miseria sistémica en el Edomex

Si ya antes de la contingencia la movilidad social estaba muy cuesta arriba para los sectores más bajos de la pirámide socioeconómica, hoy el escenario es muy desalentador. Es indispensable fortalecer sistemas fiscales más justos, que redistribuyan la riqueza que sí está generando el mundo pero que se encuentra concentrada en poco más de dos mil super millonarios, en tanto que millones y millones no tienen seguro ni siquiera qué van a comer mañana.