Pigmalión

  Galardonado en 1925 con el Nobel literario, el periodista y dramaturgo irlandés George Bernard Shaw era ya una figura consagrada del teatro inglés; su gran destreza en el manejo del idioma (la “pirotecnia verbal que lo caracterizaba”), así como el humor y el ingenio que permea en todas sus obras, le habían valido un […]

 

Galardonado en 1925 con el Nobel literario, el periodista y dramaturgo irlandés George Bernard Shaw era ya una figura consagrada del teatro inglés; su gran destreza en el manejo del idioma (la “pirotecnia verbal que lo caracterizaba”), así como el humor y el ingenio que permea en todas sus obras, le habían valido un lugar en la historia literaria universal. Y “Pigmalión” –comedia en cuatro actos, escrita en 1914– es un perfecto ejemplo para conocer su trabajo.

La obra retoma el mito latino de Pigmalión, un rey que, cansado de buscar a la mujer perfecta, decide mandar esculpir una estatua tan admirable que termina enamorándose de ella. Así, el experto en fonética Henry Higgins decide “adoptar” a la vulgar florista Liza Doolitle, para transformarla en una “impecable dama” (con sus consecuentes enredos, obviamente).

Cuando apareció esta comedia, la fonética era una cuestión en apogeo, por lo que Liza retoma una jerga tan variopinta y extraña “que ni los mismos angloparlantes entendían” (de ahí que G. B. se interesara por tratar el asunto). Por ello, los diálogos van de la sátira implacable a la ironía irrisoria, con ligeros tintes feministas y pedagógicos, pero están tan finamente hilados con el ingenio y el humor de este gran autor que terminan siendo una verdadera delicia.

Como dato curioso, la adaptación cinematográfica de esta obra obtuvo, en 1938, un Óscar al mejor guión adaptado (realizado por el propio Shaw), con lo cual este dramaturgo se volvió el primero y el único en haber obtenido tanto la estatuilla hollywoodense como el máximo galardón de literatura.