Pobreza y desempleo, la historia detrás de los huaraches del AIFA

“Fue un sacrificio levantarnos temprano, hacer la dorada. A lo mejor esa gente que dice que no está bien, no ha tenido una necesidad como la que tenemos nosotros", explica Silvia, una de las vendedoras

Guadalupe y Silvia son dos mujeres que se convirtieron en noticia nacional después de vender huaraches en la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA). Este acontecimiento generó múltiples reacciones, incluidas las del presidente López Obrador, pero poco se habló de las vendedoras. El 26 y 27 de marzo, estarán en la antigua residencia presidencial de Los Pinos, en Chapultepec.

Ellas son originarias de ejidos de Santiago Miltepec, en la zona norte de Toluca, un lugar con altos niveles de rezago social.

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Con lágrimas en los ojos, doña Silvia recuerda las múltiples desdichas que su familia ha enfrentado: el fallecimiento de su esposo, las enfermedades de sus nietas, el desempleo de su hijo. También, la falta de una casa propia y la detención de su nuera Guadalupe, acusada de haber golpeado a una policía de la CDMX, quien la detuvo cuando vendía el tradicional huarache toluqueño en el Zócalo de la capital del país.

Todas estas circunstancias la llevaron a aventurase —con toda su familia— a llevar 200 huaraches a la histórica inauguración del AIFA, a 128 kilómetros de su hogar, en Santa Cruz Atzcapotzaltongo. Este acto contó con cientos de invitados, entre ellos algunos de los hombres más ricos del país.

Huaraches en el AIFA, una inauguración inusual

El acto resumió las circunstancias que atraviesa el país. En el tercer nivel del aeropuerto —en un espacio restringido— se daban cita mil 400 invitados, gobernantes, políticos, empresarios y mandos militares que se congregaron para dar el banderazo de salida del icónico proyecto federal.

En los otros niveles había seguidores del presidente de la República. Curiosos que aprovecharon el día de asueto y usuarios de los primeros vuelos recorrían  las instalaciones y se tomaban fotos.

Afuera, junto al estacionamiento, Guadalupe y su suegra Silvia despachaban sus huaraches de manera frenética mientras intentaban cuidar a sus hijos, dar  una entrevista y evadir a los elementos de la Guardia Nacional, que confundidos buscaban interpretar las ordenes que recibieron y el escenario en que se encontraban.

Casi siete veces fueron movidas de lugar en las instalaciones del aeropuerto. Los elementos de la Guardia Nacional encargados de cuidar esa zona se acercaban y les pedían que se retiraran. Algunos señalaban que podrían ser arrestados o sancionados si ellas no acataban la indicación. Los elementos de la Guardia Nacional amenazaban a las mujeres con que sus cosas serían decomisadas; sin embargo, la presión de los clientes terminaba haciendo que los militares a cada momento las reubicaran.

“Uno también sabe que está prohibido, pero nosotros por ganarnos un dinerito nos fuimos y ellos si nos decían es que nos van a arrestar por su culpa y ya nos cambiaban de un lado para otro, así andábamos hasta que gracias a dios terminamos lo que llevábamos”, señala doña Silvia.

El sacrificio de Guadalupe y Silvia

Las dos mujeres, cuatro niños y un hombre que viven en una  pequeña casa por la que pagan mil 500 pesos de renta al mes, salieron desde muy temprano al AIFA. Los caminos de terracería de su localidad fueron recorridos con un sencillo automóvil  que  terminó desvielado a la altura de la marquesa, por lo que tuvieron que abandonarlo.

Su única opción fue tomar un camión que cobró 60 pesos por persona  y un taxi que los llevó hasta el aeropuerto por 350 pesos; gastados lograron arribar al aeropuerto con la esperanza de recuperar un poco de lo ya perdido en su vehículo.

“Fue un sacrificio levantarnos temprano, hacer la dorada. A lo mejor esa gente que dice que no está bien, no ha tenido una necesidad como la que tenemos nosotros. Nunca ha sufrido como nosotros porque la verdad hemos sufrido”.

Así responde doña Silvia a la pregunta de qué piensa de las críticas vertidas en redes sociales, de personas que aprovecharon sus circunstancias para hacer críticas de la obra e incluso llevaron a hablar del tema este miércoles en la mañanera al presidente López Obrador.

Silvia y Guadalupe, vendedoras de huaraches desde hace 25 años en Toluca. Fotos: Jesús Mejía

“Y pues, aunque no les gusten las garnachas y las picadas, y las tlayudas. O sea, ya quisieran, es lo más nutritivo que puede haber. Lo más nutritivo, son carbohidratos, es proteína y vitaminas, y los nutriólogos saben de esto. Es la combinación, porque es el maíz, el maíz es carbohidrato, el frijol es proteína, y le ponen salsa y el queso que también es proteína. No, de veras que los fifís (…)”, expresó el presidente al referirse a este caso.

Además, consideró que el aeropuerto deberá contar con uno o dos locales que oferten este tipo de alimentos. Además destacó que en su gobierno hay libertades, por lo que las vendedoras no fueron reprimidas.

Ambulantes criminalizados

Pese al temor de ser arrestadas, Silvia y Guadalupe terminaron los huaraches que fueron vendidos a 35 pesos; a tan solo unos metros de donde funcionará un Starbucks, un local que aún no está habilitado en su totalidad, pero que en unos días ofertará café por poco más de cien pesos.

El miedo no es casual, pues hace 7 años mientras vendían huaraches en el zócalo de la CDMX, Guadalupe fue detenida acusada de haber golpeado a una policía. El hecho nunca fue comprobado, pero la llevó a estar detenida en el reclusorio tres días y a realizar fuertes gastos para que pudiera ser liberada.

 A partir de ahí la situación fue más problemática para la familia, pues la policía del primer cuadro de la ciudad mantuvo una mayor vigilancia en su contra, sin embargo en la actualidad deben seguir enfrentándose a este escenario pues sus ventas son su única fuente de ingresos.

“Quisiera que me dieran un espacio, un puesto donde pueda sacar a mis niños adelante. Yo me pongo en el zócalo y los policías nos tratan muy mal (…). Con la pandemia mi esposo se quedó sin trabajo, el sin empleo, mis niñas malas, pues tenemos que buscar de dónde para salir adelante”, concluye Guadalupe.

Además, hizo un llamado a las autoridades para que su necesidad de emplearse pueda ser atendida y deje de ser perseguida.

Su historia es la de muchas y muchos toluqueños que viven en la zona norte de Toluca. La mayoría de origen otomí que permanentemente han sido relegados a las peores condiciones sociales. Se enfrentan a diario con el racismo, clasismo y las condiciones de pobreza. Por ello, en busca de hacer frente a las condiciones de precariedad, Silvia y Guadalupe vendieron huaraches en la inauguración del AIFA.