De todos los problemas que padece el Estado de México ninguno es nuevo, todos son de larga data. Igual de cierto es que ninguno está resuelto y para que ello suceda tendrá que pasar mucho tiempo, su solución deberá medirse en generaciones, no en sexenios. El daño causado es profundo y el cambio es un proceso, no una solución en sí mismo. Sacar a millones de personas de la pobreza que sufren y movilizarlas a la clase media requerirá de décadas de esfuerzo y consistencia. Gozar de estándares socialmente aceptables de seguridad pública será igual de complicado como ampliar el acceso y la calidad de la educación y la sanidad pública. El estado de bienestar es la nuez al final del túnel, bastante largo y oscuro, por cierto. Esperar que el gobierno de la maestra Delfina dé soluciones inmediatas es absurdo, infantil y abusivo.
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El primer desprendimiento en Morena, escisión o ruptura, como quiera calificarse, ya sucedió y, hasta ahora, ha pasado desapercibido o francamente ha sido soslayado, al menos por su élite. Se trata de la sigilosa y tersa salida de Fernando Vilchis, seguidores y estructura de operación electoral. Poco se habla del asunto, pero sus efectos serán visibles inevitablemente en 2027. Las disputas internas son consustanciales a organizaciones vivas, nadie debería sorprenderse, lo preocupante para ese partido sería su falta de capacidad para resolver diferencias.
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La extinción de Nueva Alianza Estado de México es inevitable e independiente del proceso legal en marcha. Es un partido artificioso sin razón de existencia, ardid político de un grupo de interés para obtener dinero y otras prebendas. Los electores ya lo condenaron y su sentencia es inapelable, no representa nada ni a nadie.
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Pocos, poquísimos priistas mexiquenses mantienen lealtad o simpatía por el expresidente Peña. Bueno, hasta aquellos a los que hizo inmensamente ricos, a pesar de falta de méritos o capacidades, son cuidadosos de no mostrarle públicamente su agradecimiento. Le han dejado solo, abandonado. Ingratos con el hombre que les dio todo, sin él seguirían siendo y teniendo nada.
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El trasvase de priistas hacia el Partido Verde es masivo e incontrolado. Legiones de tricolores de buena, regular o muy mala reputación, son acogidos por el PVEM transfigurándolo en el “nuevo PRI” o el “PRI Verde”. Desde el pragmatismo puede parecer una buena idea, pero inevitablemente eso terminará mal. Al tiempo.

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