Toda reforma estructural verdadera comienza con un acto de sinceridad colectiva: reconocer que la UAEMéx ha sido secuestrada por una burocracia que, durante medio siglo, ha operado como un poder fáctico. Reformar no es remendar. Lo que hoy exige la comunidad universitaria es una refundación profunda: un nuevo pacto ético, político y pedagógico que libere a la universidad del clientelismo, el patrimonialismo y la simulación académica.
¿Cómo sacar a las burocracias que la han parasitado? La respuesta no es solo jurídica, sino cultural. No basta con cambiar autoridades: hay que desmontar las redes de complicidad que colonizaron consejos, direcciones y presupuestos, y que convirtieron la autonomía en excusa para el autoritarismo. Se requiere un retiro voluntario masivo de quienes han vivido del control y no del pensamiento. Y sobre todo, un rediseño institucional que ponga en el centro el mérito, la deliberación libre y el bien común.
Refundar la universidad no es volver al origen, sino inventar un nuevo horizonte. Uno en donde el pensamiento crítico no sea penalizado, donde los planes de estudio respondan a los desafíos del siglo XXI y donde la comunidad universitaria se construya como sujeto político, no como audiencia pasiva. Una universidad que no forme súbditos funcionales ni tecnócratas sin conciencia, sino mujeres y hombres libres, capaces de pensar, disentir y transformar su entorno.
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La autonomía como coartada: la universidad no es el Vaticano
Durante décadas, la autonomía universitaria ha sido uno de los grandes logros del pensamiento moderno. Su propósito: garantizar la libertad de cátedra, el pensamiento crítico y la gestión académica independiente del poder político. Pero hoy, en la UAEMéx, ese principio ha sido pervertido hasta convertirse en coartada de la inacción.
Cuando la comunidad estudiantil exige transparencia, derechos y democracia, la burocracia universitaria se esconde tras un fetiche: “respetar la autonomía”. Y lo más alarmante: el Estado lo permite, lavándose las manos como si no tuviera responsabilidad alguna sobre lo que ocurre en una institución pública financiada con recursos públicos. La UAEMéx no es el Vaticano. No es un enclave soberano, no responde al derecho canónico, no tiene inmunidad diplomática. La universidad no es propiedad privada de sus autoridades ni territorio extralegal. Es parte del Estado mexicano y como tal debe rendir cuentas, someterse a auditorías, garantizar derechos y actuar conforme a los principios constitucionales.
Lo que hoy presenciamos es una omisión activa del gobierno estatal y federal, disfrazada de respeto institucional. Una renuncia a intervenir ante los abusos, las violencias y los vacíos legales que han escalado hasta una crisis histórica. El precio de esa complicidad es alto: una comunidad agraviada, una generación desencantada, una universidad sin brújula.
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El rector ausente: liderazgo evaporado, legitimidad en ruinas
En momentos de crisis, el silencio no es prudencia: es irresponsabilidad. La prolongada desaparición del rector Carlos Eduardo Barrera Díaz no solo ha agravado el conflicto universitario, ha confirmado la bancarrota moral del modelo de gestión que representa. Un modelo que no dialoga, no escucha, no aparece. Que confunde autoridad con lejanía y dirección con encierro.
Mientras los edificios universitarios se llenan de pliegos petitorios y los auditorios se convierten en foros de deliberación, el rector permanece invisible, como si no le correspondiera responsabilidad alguna sobre el colapso de la gobernabilidad institucional. Su silencio no es casual: es expresión de una élite que nunca concibió a la comunidad como interlocutora, sino como obstáculo.
¿Quién lo asesora? ¿Quién le aconseja no aparecer? ¿Acaso piensa que la tormenta pasará sola, que bastará una terna y un nombramiento interino para cerrar el capítulo? No entiende que ya no se trata de nombres, sino de estructuras. No se discute un reemplazo, sino un modelo de universidad.
Su gestión, nacida con debilidad democrática, termina con ausencia ética. Y esa ausencia—más que cualquier consigna—es el verdadero rostro de la crisis.
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¿Caos accidental o cálculo político? La UAEMéx como laboratorio del poder
En política, quien se beneficia del caos suele ser quien debió evitarlo. Cuando una crisis se prolonga sin respuesta, cuando el conflicto escala pese a que había rutas de solución, la sospecha se vuelve razonamiento: tal vez el desorden no fue un error, sino una estrategia.
¿Y si dejar crecer el conflicto fue una forma de enviar un mensaje? ¿Y si la parálisis institucional fue la escenografía para ensayar algo más grande? En el tablero del poder, la UAEMéx siempre ha sido más que una universidad: ha sido un campo de pruebas, un semillero de operadores, un termómetro de lo posible en el Edomex.
La toma de edificios, los pliegos estudiantiles, la falta de conducción, la intervención calculada del gobierno y la construcción de figuras “conciliadoras” para resolver el vacío, no son episodios sueltos. Son piezas de una ingeniería política que observa cómo se comporta una comunidad movilizada, qué nivel de control aún tiene el viejo régimen y hasta dónde pueden operar las nuevas narrativas de transformación.
La pregunta no es solo qué pasará en la UAEMéx, sino qué está ensayando el poder aquí para después replicar allá. Porque en esta crisis, más que una universidad, se juega un modelo de gobernabilidad para el Estado de México.
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Saturación no es indiferencia: sociedad distraída, no insensible
Sería un error pensar que la sociedad ha dejado de interesarse por lo público. Lo que ocurre es más complejo: vivimos sujetos a una coreografía de estímulos, narrativas y eventos simultáneos que generan dispersión emocional y fatiga cívica. No es indiferencia: es saturación.
En una misma semana se entrecruzan la elección opaca de jueces y magistrados en el Poder Judicial del Edomex, la final del torneo de fútbol con el Toluca en busca de la gloria deportiva, la crisis universitaria sin solución visible, y los reportes de violencia e inseguridad que configuran el paisaje del miedo cotidiano.
No hay mente ni corazón que pueda procesarlo todo. Y, sin embargo, la democracia se decide en medio de ese ruido. Entre el espectáculo y el expediente judicial, entre el gol y la omisión estatal, se juega la conciencia colectiva.
Por eso urge construir espacios de análisis, no solo de opinión. Espacios donde el pensamiento crítico no sea elusivo, sino cotidiano. Donde la sociedad pueda ver más allá de la inmediatez y entender que todas estas escenas no compiten entre sí: se explican mutuamente.
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Epílogo/ Pensar desde la grieta, actuar desde la conciencia
La universidad está en crisis, pero la crisis es también una oportunidad epistemológica: revela lo que estaba oculto, fractura lo que parecía sólido, y nos obliga a pensar desde la grieta. No para idealizar el colapso, sino para reconstruir sobre sus ruinas una comunidad con sentido, libertad y responsabilidad.
No hay reforma posible sin confrontar a quienes han vivido del privilegio del encierro institucional. Pero tampoco hay refundación sin imaginar lo nuevo: una universidad que ya no sea botín ni laboratorio del poder, sino territorio fértil para el pensamiento vivo, el disenso creador y la solidaridad radical.
La saturación que paraliza a la sociedad no es una fatalidad natural: es una tecnología de poder, diseñada para dispersar, entretener, dividir. Resistir implica no solo alzar la voz, sino también restaurar la capacidad de escuchar, pensar y actuar colectivamente.
La historia no se repite, pero sí ofrece ecos. Y este eco reclama algo más que comunicados o ternas: reclama una revolución ética, pedagógica y política. Una refundación que no comience en la oficina de Rectoría, sino en la conciencia lúcida de quienes aún creen en el poder transformador del conocimiento.

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