La guerra contra el orden criminal
La llamada Operación Liberación no se despliega solo con fuerza: lo hace con un sentido histórico. No combate al crimen organizado como fenómeno aislado, sino como poder paralelo. Durante años, la Familia Michoacana no solo impuso precios y mercancías: construyó hegemonía. Gobernó con miedo y también con necesidad. El Estado mexicano, hoy, intenta recuperar no solo el territorio, sino el principio mismo de soberanía. No basta con capturar jefes: hay que desmontar la economía del miedo, reconstruir el contrato social en comunidades donde la violencia era norma. Lo que está en juego no es una plaza, es el monopolio de lo legítimo. La operación, si es coherente, inaugura un nuevo tipo de intervención estatal. Si se diluye, será apenas otra escaramuza en el largo naufragio institucional.
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¿Y los alcaldes del narcoestado municipal?
Mientras se catean bodegas y se decomisan toneladas de grava y huevo, nadie voltea a ver a los ayuntamientos. ¿Cómo se explica que por años operaran redes criminales a plena luz sin la complicidad—activa o pasiva—de alcaldes, síndicos, jefes policíacos? ¿Dónde están las órdenes de aprehensión contra quienes debieron proteger a su gente y optaron por callar, pactar o participar? Si no se lleva a cuentas a los gobiernos locales que permitieron el narcoestado municipal, la Operación Liberación quedará coja. Porque la soberanía no solo se recupera en los montes: también en los palacios. Y ahí, por ahora, reina el silencio.
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Paro en salud: entre la razón y la trampa
El colapso no es clínico: es político. ¿Cómo puede el Estado prometer bienestar mientras retiene salarios, escamotea insumos y deja a hospitales sin lo mínimo? ¿Por qué un conflicto laboral tan concreto—pago, basificación, material—se deja escalar durante días hasta inmovilizar quirófanos y vaciar salas? El paro sanitario expone responsabilidades múltiples: una autoridad estatal que transfiere sin resolver; un sindicato que calla mientras se incendia la nómina; y una dirigencia nacional del IMSS-Bienestar más preocupada por la imagen que por la vida. Pero también hay carroña ideológica: sectores que lucran con el caos para golpear el sistema público de salud y abrirle paso al negocio privado. No nos equivoquemos: la sanidad estatal, aún en crisis, sigue siendo la única defensa de millones. Destruirla bajo pretextos nobles es, en el fondo, una traición calculada.
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Cambios con bisturí, no con machete
El bisturí ya está afilado. Los ajustes en el gabinete de la maestra Delfina no obedecen a ocurrencias ni rencores: fueron calibrados, evaluados, discutidos. Hay método. Se midió desempeño, eficacia, alineación política y, sobre todo, capacidad de traducir el proyecto de gobierno en hechos. La lista de quienes deben irse está cerrada, la de posibles relevos, acotada. Lo único pendiente es el cuándo. En el cuarto de control se perfila septiembre como mes de reinicio. Algunos secretarios ya lo intuyen y hacen maletas en silencio; otros, todavía creen que basta con la lealtad. Se equivocan. Delfina no improvisa, no grita, no humilla. Pero sí remueve. Porque la transformación que encabeza exige resultados, no solo intenciones. Y en esa lógica, el cargo no es privilegio: es examen constante.
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Metepec y el síndrome del espejo roto
Uno tras otro, los hombres de confianza del alcalde de Metepec salen por la puerta trasera: Ernesto Nemer, Hervy González, Enrique Alonso Pineda, Emilio Guerra… Todos cercanos, todos distantes ahora. ¿Qué ocurre en el despacho principal? Hay dos hipótesis: o el poder desgasta y delata, o se simula ruptura para encubrir complicidades más profundas. Pero el patrón se repite con puntualidad clínica. Narcisismo político, paranoia de traición o cálculo frío: el resultado es el mismo. Un gobierno fragmentado, girando en torno a una figura que desconfía incluso de su sombra. El problema ya no es de operación, sino de salud del poder. Porque cuando todos los espejos se rompen, uno termina rodeado solo por su reflejo distorsionado.

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