Sálvese quien lea

  Érase una mujer que quería matar al bebé de su vecina Relatos fantásticos, enigmáticos, metafísicos, sobrenaturales, “tan cercanos al espíritu místico y pesadillesco de Poe como a la sobria exactitud realista de Chéjov”: de ese calibre es la obra narrativa de Liudmila Petrushévskaia, la máxima exponente de las letras rusas contemporáneas. Y un grato […]

 

Érase una mujer que quería matar al bebé de su vecina

Relatos fantásticos, enigmáticos, metafísicos, sobrenaturales, “tan cercanos al espíritu místico y pesadillesco de Poe como a la sobria exactitud realista de Chéjov”: de ese calibre es la obra narrativa de Liudmila Petrushévskaia, la máxima exponente de las letras rusas contemporáneas. Y un grato e inesperado ejemplo de ello es su antología “Érase una mujer que quería matar al bebé de su vecina” (libro galardonado con el Premio Mundial de Fantasía en 2010).

Historias (“canciones, alegorías, réquiems, cuentos de hadas”, las describe la propia autora) que, más allá de presentarnos eventos inverosímiles, como hablar con gente fallecida o aparecer –como por arte de magia– de pronto en un paraje desconocido, son el reflejo de la decaída y desatendida sociedad rusa, con sus problemas políticos y culturales, pero tratados en personajes –ellos sí, creíbles– en situaciones extremas, descomunales o francamente fantásticas.

Así, en el prólogo del libro, Jorge F. Hernández nos dice que lo verdaderamente destacado de Petrushévskaia es “subrayar la trascendencia de su literatura, multiplicada al instante por el contagio y complicidad que establece su lectura; clonada en la imaginación que comparte con estos cuentos que se desdoblan como quien deshoja, página a página, un montón de piedras: silencios de nieve, neblina de espectros, la vida misma entre la imaginación y la memoria, con la brevedad como confirmación de la maestría… para volver a contar los miedos que nos desvelaban de niños, las inseguridades donde se fincaba la tranquilidad de la infancia, o bien confundirnos los rostros que aparentemente eran ajenos en la ventana que resultó ser espejo”.