Sigue disminuyendo la libertad global

Sigue disminuyendo la libertad global
Los movimientos de protesta generalizados de 2019, que habían señalado el deseo popular de un buen gobierno en todo el mundo, a menudo chocaron con una mayor represión en 2020

El año 2020 va a ser recordado históricamente por la explosión de la pandemia de covid-19. Sus efectos de más largo alcance en la vida social y política aún están por establecerse. Sin embargo, en al menos un aspecto, el año pasado se asemejó a los tres lustros anteriores: mantuvo la tendencia hacia la disminución global de la libertad, mostrando a los actores autoritarios en una actitud mucho más abiertamente atrevida. 

Los elementos para sostener la existencia de este proceso de reducción de las libertades a los largo del planeta están documentados en el informe Freedom in the World 2021, que presenta una evaluación anual, país por país, acerca de los derechos políticos y libertades civiles, elaborada por la organización denominada Freedom House. La metodología seguida para llevar a cabo la evaluación consiste básicamente en asignar puntajes a 10 rubros relacionados con los derechos políticos y otros 15 sobre las libertades civiles. El puntaje obtenido clasifica a los distintos países del mundo en tres categorías: libres, parcialmente libres y no libres.

Entre los signos que el Informe en concreto interpreta como retroceso de las libertades que se presentaron durante el año 2020 están: la creciente vigilancia sobre los ciudadanos, justificada por la pandemia; restricciones discriminatorias a las libertades como el movimiento y la reunión; uso de la fuerza para aplicar las medidas de confinamiento y de no uso del espacio público; oleadas de información falsa y engañosa; limitación o posposición de elecciones; influencia de regímenes y políticos autoritarios en el concierto internacional (específicamente señala el caso de China, de Rusia, de la India, del ex presidente Donald Trump y del presidente brasileño Jair Bolsonaro), induciendo ideas contrarias a la libertad y los derechos de la ciudadanía.

Otra de las tendencias observadas en este informe es que los movimientos de protesta generalizados de 2019, que habían señalado el deseo popular de un buen gobierno en todo el mundo, a menudo chocaron con una mayor represión en 2020. Lo cual, en muchos casos, fue justificado como medida para contener los contagios; y, además, se empleó la fuerza pública –asegura el documento- por parte de los regímenes opresores que se beneficiaron de una comunidad internacional distraída y dividida, cometiendo abusos que quedaron sin condena  pública y castigo.

Vale la pena una reflexión sobre este documento, que no hace sino recordarnos lo gris que puede pintar el panorama para los siguientes años. De entrada, puede reconocerse que el mudo arribó al siglo XXI cancelando cualquier otra forma de legitimar el ejercicio del poder que no sea la democracia. Así es, la forma de pensar la convivencia social y la organización política en nuestro tiempo prescribe que el ejercicio del poder racional y legítimo es el que está fundado en la democracia de elecciones, de partidos, de representación, de fiscalización y transparencia, de competencia abierta, de división de poderes, libertades y garantías para su ejercicio. 

La democracia no debe ser entendida como sinónimo de elecciones, de existencia de partidos y de competencia por los cargos públicos. La vida democrática pasa, primero, por el espacio de libertades y derechos de las personas. Todos y cada uno de los habitantes de una sociedad deben tener garantizados sus derechos mínimos a la vida, a la salud, a la educación, al trabajo, a expresarse libremente, a organizarse y a vivir como deseen hacerlo (respetando la vida de los demás). Para ello requieren instituciones que generen las condiciones para que esos derechos puedan ejercerse y, también, sancionar cualquier transgresión.

En democracia todas las voces deben escucharse, todas las iniciativas discutirse, todos los actores respetarse mutuamente y todos los recursos ser administrados de modo transparente. Para ello se necesitan la pluralidad, la igualdad, la diferencia, la tolerancia, el respeto, la impartición de justicia, la seguridad y la confianza. Todo ello en un entramado perfectamente articulado y bajo equilibrios; con la suficiente solidez para dar garantías, pero con la flexibilidad necesaria para cambiar bajo consesos.

La democracia no debe ser entendida como sinónimo de elecciones, de existencia de partidos y de competencia por los cargos públicos. La vida democrática pasa, primero, por el espacio de libertades y derechos de las personas

Cuando se puede apreciar que los signos de intolerancia, de discriminación y de autismo político crecen, es tiempo de advertir que eso significa un retroceso en términos de libertad. Lo mismo puede decirse cuando es perceptible que la gente vive insegura, que los delitos no se castigan, que los abusos permanecen impunes o que la corrupción es premiada. Los retrocesos en la libertad pueden verse igualmente con medidas no aceptables pero aplicadas; con figuras impresentables pero empoderadas; con sistemas no incluyentes pero imperantes. Con diferencias no discutidas sino escaladas a niveles de confrontación.

El nivel más alto de la ausencia de libertades son la guerra, las dictaduras y la indefensión jurídica. De todos estos rubros y de sus expresiones más visibles da cuenta Freedom in the World 2021. Por ejemplo, están puestos en tono de advertencia las guerras en Yemen, Etiopia, Libia, Azerbaiyán y Armenia; los regímenes crecientemente autoritarios de China, Rusia y la India; los liderazgos erráticos de Trump, Bolsonaro y Modi; las condiciones de inseguridad en amplios países del mundo, incluido México; las restricciones a libertades básicas a consecuencia de la pobreza, la desigualdad, y la debilidad institucional.

Nuestro país está clasificado en el referido Informe dentro de la categoría de “parcialmente libre”.

Ha obtenido en los últimos tres años puntajes muy similares: se reconocen algunos avances en materia electoral y de libertades, pero retos muy grandes en procuración de justicia, combate a la corrupción y solidez institucional. En suma, hay un largo, muy largo trecho por avanzar, lo cual se tiene que hacer “contra corriente”, en medio de la crisis más severa del último siglo. Al mal tiempo, buena cara (al menos).