Pocas cosas hay tan humanas como fingir. Los seres humanos tenemos la característica de imaginar, de dar existencia real a algo que no la tiene. Historias llenas de “mentiras” han alimentado el pensamiento y los deseos a lo largo de la historia. Sea que hablemos de La Odisea, el Popol Vuh o El Quijote, siempre estamos en presencia de creaciones, de invenciones, de historias basadas en la ficción. En todas ellas es la imaginación la que da vida a grandes aventuras, epopeyas o mundos que la vida real nunca nos dará.
La literatura ha sido por milenios la vía por la cual se han expresado esas ficciones tan humanas. La poesía, la novela, los cuentos, el teatro han estado llenos de sueños que nos arrancan de la existencia terrenal, corpórea y, muchas veces, terrible y cruda. Luego vinieron el cine, la radio y la televisión para seguir estimulando con mentiras nuestra imaginación. En efecto, la ficción que nos ofrece vidas paralelas en las que nos refugiamos contra la realidad, es una manifestación cultural, correspondiente con el universo simbólico que orienta los comportamientos y relaciones sociales del ser humano.
De unos cuantos años a la fecha, una nueva vía ha emergido para dar cauce a la imaginación y las creaciones ficticias: los procesadores digitales. Los procesadores de las computadoras y otros dispositivos han convertido en imágenes, sonidos y animaciones todo tipo de ideas, muchas de ellas ficciones. Esto ha representado un paso más allá del que dimos con la literatura como representación falaz de la vida. Porque los textos literarios estimulaban la imaginación y era en la mente donde se construían las sensaciones ficcionales; ya con la radio, el cine y la televisión los sentidos eran estimulados con imágenes y sonidos que re-presentaban las situaciones imaginarias que nos arrojan a mundos totalmente artificiales.
Hoy, el mundo digital está articulando todo eso. Hace apenas unos días OpenAI, creador de ChatGPT, lanzó Sora. Se trata de una aplicación social donde la premisa es que todo lo que ahí se puede ver es falso. Así es, la Inteligencia Artificial es la que produce todo lo que ahí puede apreciarse. Básicamente, estamos hablando de videos que son generados a partir de insumos como una fotografía, una instrucción escrita o una secuencia provista por el usuario. De esa manera puede crearse un pequeño video con animales salvajes deambulando por las calles, un expresidente muerto dando un discurso sobre cualquier disparate, un personaje público sorprendido mientras roba en una tienda o cualquier otra cosa imaginable. Desde luego que la característica (y que la empresa categoriza como “divertido”) es que resulta sumamente difícil distinguir que se trata de algo falso.
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Los primeros reportes de medios estadounidenses (país en el que se ha abierto la aplicación por ahora, aunque las pretensiones de la empresa creadora es ampliar su alcance) indican que se trata de videos con un realismo que hace muy difícil diferenciarlo de un video real. Aquí es donde la capacidad de la IA de generar ficciones hiperrealistas representa algo más que una simple evolución mediática: es una vuelta de tuerca biológica en nuestra relación con la verdad.
Para entender la profunda implicación de los cada vez más comunes deepfakes y las creaciones de Sora, debemos mirar hacia la neurociencia. Investigaciones en este campo han popularizado la idea de que la percepción humana no es un reflejo pasivo de lo que nos rodea, sino un acto de alucinación controlada.
Nuestro cerebro opera como una máquina de predicción, constantemente generando un modelo interno del mundo. Las expectativas y experiencias pasadas conforman la mayor parte de lo que «vemos» o «oímos». Las señales sensoriales que recibimos (las imágenes que entran por nuestros ojos, por ejemplo) no son el input principal, sino la corrección de errores de nuestro modelo interno.
En esencia, todos estamos alucinando de manera controlada para mantener una imagen coherente del mundo. A esto último es a lo que se le llama realidad. Pero, ahora, el riesgo de las ficciones creadas por IA, especialmente el video fotorrealista, reside en su capacidad sin precedentes para secuestrar esa alucinación controlada.
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Cuando leemos El Quijote, nuestro cerebro trabaja para construir la imagen del caballero luchando contra los molinos. Pero siempre hay un desfase consciente que nos recuerda que la fuente (el texto) es una invención. Con el cine y la televisión, la brecha se acortó, pero a menudo se mantenía la necesidad de la «suspensión de la incredulidad».
Las herramientas de IA como Sora eliminan esa brecha. Si la neurociencia postula que vemos aquello que nuestro cerebro espera ver y usamos las señales externas solo para refinar ese modelo, ¿qué ocurre cuando la señal externa (un video de un evento noticioso) es un deepfake tan perfecto que se sincroniza a la perfección con la «realidad» que esperamos, o peor aún, que tememos o deseamos?
La clave es que nuestro cerebro, al recibir un output digitalmente generado que es indistinguible de una señal verídica, no tiene la señal de error necesaria para etiquetarlo como falso. La ficción digital pasa de ser un refugio imaginario (como una novela o una película) a un input sensorial que redefine nuestro modelo de realidad. El contenido generado por IA se inserta de forma “limpia” en el sistema de predicción cerebral, ofreciendo un nuevo tipo de «verdad» con el que la ficción humana tradicional jamás había competido.
La IA no nos está haciendo más “mentirosos”, sino que está creando herramientas que llevan nuestra capacidad de ficción a una escala y un realismo biológicamente perturbadores. La mentira, la ficción, siempre ha sido un mecanismo cultural para procesar y escapar de la realidad. Ahora, la tecnología nos da la capacidad de generar «otra realidad» sensorialmente idéntica a la que habitamos.
Esto nos obliga a replantear no solo el valor de la verdad periodística o histórica, sino la propia arquitectura de nuestra consciencia. Si los humanos somos máquinas que alucinan controladamente, y las IA son ahora la herramienta más sofisticada para generar las señales que alimentan esas alucinaciones, la pregunta ya no es si la mentira nos sigue haciendo humanos, sino: en la era de la IA generativa, ¿a qué nos referimos cuando decimos «realidad»?

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