Puede que a muchos les incomode admitirlo, pero Horacio Duarte tiene razón. El hombre mejor informado del Estado de México no habla por reflejo ni por consigna, habla con datos. Y los datos indican que no hay una crisis nueva del agua, sino la misma de siempre: estructural, manejada a conveniencia por los viejos amos del negocio. Lo que se vende como “rebelión popular” es en realidad una revuelta de controladores del mercado negro, disfrazada de causa social. Son los mismos que ordeñan pozos, cobran por tomas y mueven pipas sin factura. El caos fue fabricado, no por los sedientos, sino por quienes pierden dinero cada vez que el Estado cierra una válvula clandestina. Duarte lo sabe, lo mide, lo prevé. Su pecado es decirlo en voz alta, en un Estado donde el agua vale más como arma política que como derecho humano.
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Cincuenta y cuatro años de vértigo
Por cierto, Horacio Duarte cumple 54 años este miércoles. No hay pastel que aguante la carga de los últimos dos: duros, intensos, casi crueles. La política es un ácido lento que desgasta la piel y las certezas, y en él ha dejado huella. El Horacio de hoy ya no es el del 2023: la mirada más contenida, el gesto más hondo, la resistencia curtida. Dirige una maquinaria pesada, hecha de intereses y lealtades que rara vez marchan al mismo ritmo. No hay descanso posible cuando el poder se administra por turnos y los golpes llegan hasta en silencio. Se le pueden discutir estrategias, pero no la entrega. Su trabajo es brutalmente exigente, y sería mezquino negarlo. Antes que personaje, es persona, y eso, en esta jungla, ya es heroico.
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Un buen fiscal
El Estado de México tiene un muy buen fiscal, quizá el mejor en décadas, y no hace falta exagerar para reconocerlo. José Luis Cervantes no ha desentonado con el gobierno de la transformación; al contrario, lo acompasa con inteligencia y resultados. Octubre fue su mes: Operación Caudal marcó un punto de inflexión en la restauración del Estado de Derecho y en la batalla contra la impunidad. También en la investigación que esclareció el asesinato de los músicos colombianos, caso que puso al Edomex bajo los reflectores del morbo nacional. Su despacho no suena a vendetta ni a propaganda, suena a método, algo que escasea. El fiscal ha mostrado que se puede aplicar la ley sin convertirla en espectáculo, y que la justicia, cuando se ejerce con técnica y nervio, devuelve al poder una legitimidad que no se compra ni se decreta.
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Debates de museo
Dos ex presidentes del PRI mexiquense, Isidro Pastor y Ricardo Aguilar, decidieron explayar sus viejas diferencias en redes sociales. ¿Para qué? Nadie lo sabe. Tal vez por nostalgia, tal vez por vanidad, o quizá por la súbita necesidad de sentirse otra vez parte del juego. Ambos tuvieron sus buenos años: ganaron elecciones, tejieron estructuras, supieron leer el poder. Pero eso fue otra era, otro PRI, otro Estado de México. Compararlos hoy resulta ocioso, aburrido y hasta absurdo, como discutir cuál dinosaurio corría más rápido antes del meteorito. Los dos soñaron con ser gobernadores, y los dos despertaron a la misma hora: cuando el reloj marcó fin de turno. Les fue bien, demasiado bien, en el PRI, y por eso mismo hoy ya no pueden hacer nada por él. El partido que amaron se desmorona, y sus viejos capitanes discuten en Facebook mientras el barco se hunde sin música.
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Reelecciones imposibles
En el tablero municipal del Estado de México, los números son un epitafio con formato de estadística. De los 62 alcaldes de Morena, solo 20 podrían soñar con reelegirse; el resto carga con el peso de sus errores o la indiferencia ciudadana. En el PRI, de los 18 que le quedan, no hay uno solo con condiciones reales: ni liderazgo, ni resultados, ni dinero. En el PAN, los tres que gobiernan no pueden reelegirse porque ya lo hicieron, y con eso agotaron el ciclo de sus privilegios. En el Verde, de sus 20 ayuntamientos, tal vez un par lo intente, aunque su mérito sea más de mercadotecnia que de gestión. En Movimiento Ciudadano, de sus ocho, nadie tiene cómo volver a empezar. Lo que se exhibe es una crisis generalizada de gobiernos locales: proyectos agotados, equipos mediocres y un poder territorial que se desvanece mientras los partidos siguen fingiendo que administran la esperanza.

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