Tren Interurbano: la ruta del desastre

  Acazulco: la devastación   Acazulco, México; 17 de junio de 2018. Javier hace un mapa en una libreta. Ahí, con la tinta azul, ubica de un plumazo los motivos que los llevan a protestar contra la voracidad de las constructoras que arman el tren interurbano, que comunicará a las ciudades de Toluca y México. […]

 

Acazulco: la devastación

 

Acazulco, México; 17 de junio de 2018. Javier hace un mapa en una libreta. Ahí, con la tinta azul, ubica de un plumazo los motivos que los llevan a protestar contra la voracidad de las constructoras que arman el tren interurbano, que comunicará a las ciudades de Toluca y México. El sol le da en la cara y su explicación le otorga la razón, porque es congruente. Además, en México se construye así: se arrasa para progresar y se cree que esa destrucción podrá ser paliada por el bien común que representa una obra privada disfrazada de proyecto público. Javier y los comuneros de Acazulco lo entienden mejor que nadie.

Este es el valle del Pantano. Por aquí pasa el tren interurbano, que hasta la fecha ha costado 59 mil millones de pesos. En el paso de este valle correrá a 70 metros de altura sobre las ciclópeas columnas que sostienen los rieles y que, además, se entierran hasta 50 metros en el suelo, por ahora greda que sume este paraje incluso caminando. Es el núcleo del conflicto entre comuneros del pueblo de Acazulco y los constructores de la obra, las empresas OHL, La Peninsular, Omega Construcciones Industriales e ICA, coincidentemente algunas de las más allegadas al gobierno federal del presiente de México, Enrique Peña Nieto.

El valle del Pantano es un sitio de recreo, repleto de restoranes rústicos, pero también es un ecosistema muy complejo con el que los habitantes de Acazulco se han adaptado para coexistir sin destruirlo. Y es que les da todo: desde el agua para los campos, los bosques y la comunidad, hasta los atractivos turísticos que representan aquellos árboles y montañas.

Ese lugar ha sido atravesado por las vías del tren, que corren desde Toluca, Metepec, Lerma y Ocoyoacac antes de llegar a Observatorio, en la Ciudad de México, en un tramo de 57.7 kilómetros y 6 estaciones: 2 terminales y 4 intermedias.

Desde el año 2014, momento en que el gobierno del Estado de México, junto con el de la Ciudad de México y la Federación, anunciaba uno de los proyectos más ambiciosos de la administración de Peña Nieto, la comunidad otomí de San Jerónimo Acazulco, en el municipio de Ocoyoacac, pelea por sus tierras. Cuatro años después, el tren está ahí y los abusos han aparecido en cada tramo que se avanza.

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“No estamos en contra del progreso de México ni de la comunidad”, dicen los integrantes de los comités de Vigilancia y del Agua de Acazulco, mientras observan el avance implacable del tren. Quieren tres cosas, fundamentalmente: un plan para que el pueblo se desarrolle económicamente y se garantice educación de calidad; el respeto de los tres manantiales que les provén de agua, así como del río de la localidad. Por último, que se les pague la apropiación sin permiso de terreno que no estaba considerado en las negociaciones que liberaron el derecho de paso, que abarcan unos 42 mil metros, aproximadamente. Las afectaciones que ha causado la obra corren a lo largo de 11 kilómetros.

Los comuneros señalan hacia el cerro, enfrente del Pantano. Por ahí pasa el tajo y se comienzan a levantar nuevas columnas. No es verdad que las obras se hayan detenido, porque cuando las empresas se sintieron amenazadas recibieron el apoyo de 4 mil granaderos, hace tres semanas. No hubo enfrentamiento y tampoco quieren eso los comuneros, que sólo pretenden ser escuchados, que las mesas de diálogo se lleven a cabo y se les compense justamente.

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Arriba, en el cerro, el tajo se extiende hasta donde alcanza la vista. Arriba ya es otro valle, es el del Venado II, pero también pasa lo mismo. Los enormes agujeros que esperan para ser vaciados con concreto muestran la presencia del agua. Parecen charcos pero los comuneros aclaran que esa agua amarillosa se filtra desde la tierra. Las máquinas trabajan incansablemente aunque hay pocos hombres ahí. Las nubes de la tormenta tocan algunas de las columnas y a lo lejos las perforadoras van marcando el sitio donde habrá más. Los manantiales nacen a poco más de 200 metros de la construcción. Los comuneros señalan que fueron engañados, que las constructoras les presentaron un proyecto en el que se aseguraba que el tren pasaría por lo alto, pero nadie les dijo la afectación que sufriría el ecosistema. El agua de los tres manantiales ha bajado su nivel en al menos 20 % y los animales de los bosques han emigrado. Se oye el silencio, roto por el intervalo de las máquinas y los gritos de los trabajadores, quienes se han dado cuenta de la presencia de los ejidatarios y entonces les vuelan un dron para monitorearlos. Casi siempre lo hacen – dicen ellos mirando los terraplenes abiertos en suelo que no le prestaron a las empresas y las máquinas pasando poderosas como un monstruo.

Las obras también han afectado los lugares sagrados de la comunidad de Acazulco y las esculturas prehispánicas han tenido que ser trasladadas a la iglesia del pueblo para tratar de preservarlas. Quizá estén a salvo, pero lo que no se podrá recuperar es el cuerpo vivo de este campo ni la historia, porque parte del Cerro de las Cruces ha sido cortado. Francisco Villa, otro comunero, hace memoria:

– Hidalgo, Allende, Aldama contra Trujillo. Unos 7 mil muertos. El 30 de octubre de 1810- dice mientras el grupo avanza hacia la obra principal. Allí no hay nada, sólo el rostro enmascarado de un obrero cuyo paliacate para cubrirse del clima es una calavera.

Esto no es la muerte, todavía no.

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Acazulco es un pueblo de casi 5 mil habitantes en el que el 25.11 % de la población es indígena, y el 9.92 % de los habitantes habla una lengua además del español. El pueblo es otomí y su patrono es San Jerónimo. A ellos, la Conagua les ha dicho que la obra no afecta los mantos freáticos, pero la realidad es otra.

Por el otro lado del cerro los comuneros bajan. Han visto, una vez más, cómo desaparece el bosque y el tajo del tren se hace cada vez más grande, más extenso, más profundo, más canalla. Los pagos que las constructoras han realizado alcanzan los 292 millones de pesos, aproximadamente, pero eso sólo cubre el derecho de vía cedido a las empresas. Encima, el costo de la obra se ha incrementado en 50 %. El tren fue cotizado, hace cuatro años, en 38 mil millones de pesos y hoy ha dejado de ser socialmente rentable, advierte el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO). El tren se ha edificado en medio de un cúmulo de irregularidades y solamente la Auditoría Superior de la Federación (ASF) encontró, en los primeros meses, 16 observaciones que derivaron en seis posibles sanciones y cinco pliegos de señalamientos. 

Las irregularidades comenzaron desde las licitaciones, pues la ASF observó que la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) adjudicó los trabajos del tramo 3 a la propuesta más alta, sin considerar las condiciones legales, técnicas y económicas.

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Abajo está uno de los manantiales sagrados. Ahí el agua brota pura después de que el monte la ha filtrado. El sol termina de tratarla y cuando la toca mueren las últimas bacterias. Este estanque es un sitio sagrado para la comunidad, que ve cómo día con día contiene menos agua. De los tres manantiales dependen cerca de 10 mil habitantes y la preocupación de los comuneros es mayúscula, mientras contemplan el agua y las burbujas de aire les recuerdan que en otra comunidad las constructoras colocaron una columna en medio del río, lo cual originó que una de sus cascadas se secara.

La afectación no es menor y los daños al ecosistema son irreversibles. Mientras los comuneros esperan por una mesa de diálogo, tratan de mantener el ánimo a pesar de que el paso del tren ha condenado a la comunidad a un cambio del que nadie sabe bien a bien cómo sucederá y cuáles serán sus consecuencias.

Mientras, el tren avanza pasando sobre todo lo vivo.