Hace 15 años, el ingreso mensual promedio de los más ricos en México era 35 veces más que el ingreso de los más pobres. Hoy, esa brecha se ha reducido a menos de la mitad. Veámoslo en cifras: hoy esa pequeña porción de los mexicanos que tiene los mayores ingresos recibe, en promedio al mes, 78 mil 698 pesos: en tanto, los más pobres ingresan cinco mil 598 pesos mensualmente. Esto significa una diferencia de 14 veces. Pero hace tres lustros los más ricos recibían más de 88 mil y los más pobres unos 2,300. Y sí, todos somos mexicanos, todos vivimos en el mismo país, pero teniendo realidades abismalmente opuestas.
¿Cómo sabemos esto? Porque el INEGI nos ha dado a conocer su más reciente medición del ingreso y gasto en los hogares (ENIGH 2024). Hay varias cosas que confirma este ejercicio estadístico, pero la más sobresaliente es que el de hoy es un México menos desigual. Esa, se supone, debería ser la meta del Estado: generar las condiciones necesarias para que la vida de todos los mexicanos se dé en las mejores condiciones posibles. No hay, ni ha habido históricamente, una igualdad plena de todos los mexicanos, pero es inaceptable un país tan desigual como lo éramos al inicio del presente siglo.

Se quiera o no reconocer, el sexenio pasado representó un viraje trascendental en la política destinada a combatir la desigualdad: “por el bien de todos, primero los pobres”. Así se ordenaron las prioridades y se emprendieron dos medidas importantes: incrementar los salarios y poner en marcha programas sociales destinados a re-distribuir los ingresos públicos. El resultado que hoy se puede ver con datos sólidos es que los trabajadores obtienen más por su trabajo y algunos sectores vulnerables reciben un ingreso fijo que los acerque a vivir en condiciones más dignas.
Esta encuesta realizada por el INEGI cada dos años nos ha ayudado a medir qué tanto dinero ingresa a los hogares y en qué se gasta. Lo que las dos medidas emprendidas significaron es que por cada 100 pesos de incremento en el ingreso en los hogares que reporta la ENIGH 2024, 55 provienen del salario y solo 14 de los programas sociales. Juntos son tres cuartas partes del incremento en los ingresos. ¿Qué quiere decir esto? Que se requería voluntad política para hacer que la gente tuviera más ingresos y que ello le permitiera vivir mejor.

Por décadas la voluntad política estaba más bien orientada a mantener los salarios bajos para que ello fuera una “ventaja competitiva” en la economía global y atraer con ello a las empresas que quisieran asentarse en México y producir con costos más bajos que en otras latitudes. Ello permitió que la nuestra fuera la economía exportadora más importante frente a Estados Unidos. Sí, desplazamos a China como el principal país exportador hacia la Unión Americana, pero ello se hizo a costa de salarios de hambre. Adicionalmente, no había voluntad política para destinar presupuesto público a programas sociales que implicaran transferencias de dinero en efectivo a sectores específicos como los adultos mayores, los jóvenes sin empleo o los estudiantes.
Estos números que hoy nos ofrece el INEGI fueron posibles incluso a pesar de la crisis generada por la pandemia de Covid-19, que fue la más severa en el mundo de los últimos 100 años, provocando caídas en la economía de prácticamente todos los países del orbe. Ni siquiera una sacudida de estas dimensiones hizo variar la voluntad política que se fijó como meta disminuir la desigualdad. Los números son contundentes: el modelo funcionó y ha dejado “la vara” muy alta para el actual gobierno y los venideros. ¿Será posible mantener esta tendencia? ¿Podrán ser todavía más notorias esas mejoras en materia de desigualdad? ¿Lograrán descarrilarnos las imposiciones arancelarias de nuestro principal mercado, los EUA?

Nos acostumbramos a que siempre estábamos pendiendo de un hilo. Las crisis cíclicas que nos hacían retroceder lo avanzado cada que iniciaba un sexenio, nos volvieron pesimistas. Siempre que iniciaba un nuevo gobierno se nos alentaba a “apretarse el cinturón” y prevenirse para épocas difíciles. Por esta razón cuesta trabajo creer que hemos encontrado la ruta y que ya no habrá retorno. La apuesta por un mercado interno más robusto (el gasto en los hogares se incrementó en estos últimos dos años en 13.7%, porque la gente ingresa más dinero) y una menor dependencia de las exportaciones basadas en una economía maquiladora, han dado un poco de mayor estabilidad a la economía.
Hace más de una década escribimos por primera vez en este mismo espacio sobre el tema. Para entonces estaban disponibles los resultados de la encuesta del INEGI para el año 2012. Entonces se daba cuenta de que 53.3 millones de personas en el país se encontraban en condiciones de pobreza, de las cuales 11.5 millones presentaban pobreza extrema. Esto significaba un ligero decremento relativo (respecto a la medición de 2010) pasando de 46.1% de la población del país en condiciones de pobreza a 45.5%. Una década después, con esta reorientación que ya comentamos, los números, el INEGI hablan de 36.1% de mexicanos en pobreza. La diferencia es notable.
Hoy están en la constitución consagrados como derechos varios de los programas sociales destinados a transferir dinero a grupos vulnerables. También está consignado constitucionalmente que el salario mínimo debe ir siempre por arriba de la inflación. Pero no hay garantían alguna de que estemos exentos de un viraje político en los años venideros que “meta reversa” y reoriente al país y su economía. Eso dependerá de la voluntad de la gente que se refleje en las urnas.

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