¿Voto universitario… o experimento legal?
La Universidad Autónoma del Estado de México se prepara para celebrar elecciones internas el próximo 15 de julio, en el contexto de una reforma estatutaria que promete democratizar, pero podría judicializar. Con la novedad de que podrán votar estudiantes de educación media superior, se abre un terreno resbaloso: la mayoría son menores de edad. ¿Puede una institución pública validar la decisión política de personas sin mayoría de edad civil? ¿Tienen esos votos el mismo peso que los de un profesor con 30 años de carrera? ¿Cómo se blindará jurídicamente el proceso si un candidato impugna la validez de esa votación? ¿Es legalmente defendible, o solo moralmente deseable? Hay quienes aplauden la inclusión como un signo de apertura democrática, pero otros ya preparan sus recursos ante lo que consideran una reforma apresurada, sin blindaje legal. Una universidad no se sostiene en el entusiasmo de los cambios, sino en la solidez de su norma y su autoridad moral.
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De Isidro Fabela al Don Checo
El norte del Estado de México, cuna simbólica del Grupo Atlacomulco, se revela hoy como el nuevo epicentro del crimen organizado. Lo que fue cantera de presidentes y retórica institucionalista, es hoy tierra fértil para huachicoleros, laboratorios de fentanilo y minería ilegal de criptomonedas. En municipios como Acambay, Atlacomulco, Temascalcingo o El Oro, la política convive —o se somete— al poder delictivo emergente, muchas veces invisible a los ojos del centro. ¿Cuántos presidentes municipales se han vuelto socios tácitos del negocio ilícito? ¿Qué autoridades estatales y federales hacen como que no ven? ¿Cómo se explica el tránsito de Isidro Fabela al Don Checo sin que nadie se haya despeinado? La conversión territorial del PRIismo rancio en crimen sofisticado no es casualidad: es la biografía degenerada del poder cuando se queda sin proyecto, pero no sin hambre.
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El gerente en la sombra
En el reparto silencioso del poder tras la caída del Grupo Atlacomulco, alguien se quedó con la llave maestra del norte mexiquense. Un hombre discreto ante los reflectores, pero omnipresente en las decisiones de fondo. Originario de Temascalcingo, con ADN priista y una fortuna inexplicable, ha tejido durante años alianzas con alcaldes, empresarios, caciques y jefes policiacos. Tiene tanto poder que puede poner o quitar presidentes municipales y diputados sin necesidad de mostrarse en campaña. Muchos lo consideran el verdadero operador tras bambalinas del crimen económico y territorial en la región. ¿Cómo se enriqueció tan rápido sin haber ocupado cargos públicos de alto nivel? ¿Qué papel juega en la expansión del huachicol, el narcomenudeo y la minería ilegal? ¿Por qué nadie lo toca ni lo menciona en Palacio? La 4T debería investigarlo a fondo, no solo por ética pública, sino por coherencia política. Porque si la transformación no llega al norte, entonces no habrá transformación verdadera.
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La veta radiactiva del silencio
Pocos se atreven a hablarlo, pero en el subsuelo del Edomex hay algo más que tezontle y grava: hay uranio. Aunque su explotación está reservada al Estado, informes recientes revelan que grupos criminales como la Nueva Familia Michoacana operan minería ilegal en zonas del sur mexiquense. En Temascaltepec, Luvianos o Tejupilco, el saqueo incluye metales pesados, mercurio y hasta residuos radiactivos. ¿Quién permite estas operaciones? ¿Qué políticos las protegen? ¿Cómo se retribuye esa complicidad? El daño ambiental y social es irreversible, pero el silencio institucional es aún más tóxico. La minería en el Edomex no es industria: es extractivismo criminal con permiso oficial.
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Sueños de opio en Metepec
En Metepec, la derecha ha llegado al fondo del barril… y ha decidido excavar. El alcalde —más traficante de relaciones que empresario— ahora intenta heredar el poder a un policía, con el argumento más delirante de la temporada: “se parece a Harfuch”. Pero ni eso. No se parece. Y si algo se ha deteriorado en el municipio es, precisamente, la seguridad, bajo su encargo. ¿Qué puede salir mal? Salir de un gobierno que simula eficiencia para caer en otro que finge autoridad. El verdadero retrato de esta intentona no es Harfuch, sino la desesperación estética e ideológica de una derecha sin proyecto. Y conviene recordárselo al alcalde: la gente no es estúpida, aunque él insista en tratarla como tal.

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