Una base de la violencia estudiantil

A días de haber iniciado el ciclo escolar, casi las ocho de la noche del último miércoles de agosto, en calles aledañas a la secundaria, el círculo está formado por alumnos del turno vespertino,  en medio, dos estudiantes se golpean con todo lo que sus fuerzas les permite, sin tregua se pegan en el cuerpo, […]

A días de haber iniciado el ciclo escolar, casi las ocho de la noche del último miércoles de agosto, en calles aledañas a la secundaria, el círculo está formado por alumnos del turno vespertino,  en medio, dos estudiantes se golpean con todo lo que sus fuerzas les permite, sin tregua se pegan en el cuerpo, la cara y la cabeza, donde pueden, no hay contemplación alguna en ambos.

 

“Dale Juan, no qué muy cabrón, pareces mujercita, pegas como niña, no te dejes chingaos…” gritan algunas voces en el anonimato del enardecido ambiente de una batalla entre dos.

 

“Emmanuel casi lo tienes, más fuerte, no importa que llore, pega fuerte…” se escucha de otros.

 

De pronto una voz de alerta disuelve la concentración: “viene el profe, viene el profe…” y salen disparados, los contendientes con ayuda de sus seguidores también desaparecen del escenario, sin embargo un estudiante retrasado fue alcanzado por el maestro.

 

“Fueron Emmanuel y Juan ¿verdad?” pregunta el maestro.

 

“No se maestro, no los conozco, yo acabo de entrar a primero,…” contesta el alumno.

 

“No te creó, pero fueron ellos, ya mañana veremos…” dice el profesor.

 

Al día siguiente, Juan y Emmanuel son citados en la dirección de la escuela, los rastros de la batalla son visibles en la cabeza del primero, con dos descalabros y las dificultades para moverse por los golpes recibidos, lo delatan como uno de los participantes de la confrontación del día anterior.

 

Juan es un alumno que trabaja en las mañanas en una panadería del pueblo, dice que empieza a trabajar a las cinco de la mañana, con lo poco que le pagan le ayuda con algunos gastos a su mamá, quienes fueron abandonados por el padre, de quien se dice se fue a probar suerte a Estados Unidos. Eso fue antes de que entrara a la primaria, asegura. Desde que están solos ha tenido que aprender a defenderse, siempre lo han molestado, si se deja le iría peor, agregó.

 

“Quiero terminar la secundaria, no importa que llegue desvelado, sé que con mi certificado puedo encontrar un trabajo mejor” dice Juan.

 

Emmanuel si vive con su papá y mamá, sin embargo se queja que su padre le pega, le grita y lo minimiza constantemente.

 

“Me duele que me diga que no sirvo para nada, que soy un inútil, que no ayudo en nada o hay veces en que me dice mariquita, él se siente muy hombre cuando llega enojado de la calle y nos insulta, a veces ya ni un taco me como, prefiero venir con hambre a la escuela que aguantarlo,  es muy enojón, yo no sé cómo mi madre lo aguanta, más cuando llega borracho, se pone como loco, ya le hemos dicho a mi mamá que mejor nos vamos de la casa, sí podemos vivir sin él, es mejor que ya no esté, ya no estamos para aguantarle sus golpes…”.

 

Ninguno de los dos dice por qué se estaban peleando, tampoco se dan la mano para hacer las paces; al conocer sus condiciones personales, el orientador les pide que ya no peleen más,  que aprovechen lo que les enseñan en la escuela, lo que no entusiasma en nada a los contendientes, incluso parecen no escuchar cuando les dicen que en la próxima, si es que hay, los van a suspender tres días.

 

No les espanta la amenaza docente, simplemente salen de la dirección rumbo a sus salones, en su trayecto no se dicen nada, tampoco se miran feo, al menos es un avance diría el profesor.

 

A pesar de ello y de la paz no concertada, es viable observar que ambos tienen una experiencia no grata con sus padres, la reacción del uso de los golpes para resolver sus diferencias, parece tener su origen en la violencia que ven en su hogar y en su entorno, superando en mucho lo que pudiera hacer la escuela para ayudarles a controlar esos arranques no pensados, dejando en desventaja a la institución escolar desde cualquier punto de vista que se quiera ver.

 

Desgraciadamente la pobreza y el hambre no son asignaturas escolares, mucho menos las lesiones afectiva que los padres provocan en sus hijos cuando los maltratan de cualquier forma, quizá sin la pretensión de dañarlos, pero los lastiman y son dolores determinantes para las actuaciones en su vida inmediata, disminuyendo irremediablemente el rendimiento escolar.