¿Más universitarios, mejor sociedad?

En México, solo 4 de cada 10 jóvenes en edad de estar en la universidad acuden a ella
noviembre 4, 2024

Acudir a la universidad le puede cambiar la vida a cualquiera. No se trata solo de entenderla como la vía para el “empleo seguro” o para “mejores salarios”. Más allá de esa perspectiva utilitarista, la universidad es un espacio para crecer como persona; a sus aulas se acude con posibilidades de incrementar el número de elementos que ponemos en juego al pensar, al relacionarnos, al opinar, al participar en la sociedad. Un universitario mirará un horizonte más amplio ante cualquier circunstancia de la vida. ¿Por qué? Sencillamente, porque está en el nivel superior de la educación.

En México, solo 4 de cada 10 jóvenes en edad de estar en la universidad acuden a ella. Según los datos disponibles, a mitad del sexenio anterior, la cobertura de la educación superior había alcanzado 41.6% en el grupo de edad correspondiente. Eso significó un aumento respecto de la década anterior, pero seguimos por debajo de otros países similares, donde la cobertura promedio está ligeramente arriba de 50%. Hace apenas unos días el gobierno federal anunció que tiene la meta de incrementar los lugares en la educación superior en al menos 330 mil. ¿Eso es mucho o es poco? ¿Alcanza para emparejarnos con otras naciones?

Veamos: la cifra más reciente del INEGI es del periodo 2020-2021. Para entonces, había 5,068,493 estudiantes inscritos en una institución de Educación Superior. Eso quiere decir que aumentar en 330 mil los lugares representarían un incremento aproximado de 6.5%. Esto nos seguiría dejando por debajo del 50% en la cobertura. En otras palabras, estaría bien, pero seguiría siendo poco.

No obstante lo anterior, luego vienen los matices, los detalles de cómo es la dinámica nacional de la educación superior. Por ejemplo, el sector público cubre actualmente 64.2% de la demanda; el restante 35.8% lo hacen escuelas privadas. Eso quiere decir que, si el incremento planteado por la presidenta Claudia Sheinbaum se cumple, el sector público aumentaría de manera notable su participación en el sector y, suponiendo que las escuelas privadas existentes se mantuvieran en número, no solo serían los 330 mil lugares más, sino un número mayor, pues seguiría habiendo oferta de estudios en el sector público y en el privado.

Tal como está ahora la oferta educativa en este nivel, hay planteles en 521 municipios, de los más de 2 mil 400 que hay en el territorio nacional. Generar oferta educativa universitaria en nuevos municipios produciría dinámicas diferentes para el acceso a la educación superior por parte de sectores marginados históricamente. Esto abonaría a la equidad territorial que ha sido una agenda pendiente desde hace varias décadas.

Otro matiz es que la matrícula, según el género de estudiantes, muestra una clara tendencia a la feminización: actualmente 53.3% de la población estudiantil universitaria son mujeres. Es una cifra que no ha dejado de crecer por lo menos en el último cuarto de siglo. Se podría proyectar que, cuando termine esta década, rondará el 60%. Se trata de una transformación radical que habría ocurrido en menos de un siglo, pues la universidad estaba prácticamente vedada para las mujeres en el México posrevolucionario.

La inclusión amplia es algo en lo que no se ha podido avanzar nunca: grupos como los indígenas o las personas con alguna discapacidad sigue tenido un espacio marginal, con 1.2% para cada uno de esos sectores. Es decir, de cada 100 estudiantes universitarios matriculados a nivel nacional, solo uno sería indígena y uno más discapacitado. Y cada uno de ellos habría logrado llegar ahí por un esfuerzo individual y de su grupo familiar, luchando siempre a contracorriente, contra el sistema, con pocas probabilidades de concluir su carrera.

Si miramos las cifras de la OCDE, México es el país miembro con un menor porcentaje de adultos (25-64 años) con título de educación superior, con solo 17%. El promedio de los países que integran la OCDE es de 37% y nos superan países latinoamericanos como Chile, Colombia y Costa Rica. Y, no olvidemos la ultra concentración en el tipo de carreras y tipo de estudios. Por ejemplo, 89% está inscrito en una licenciatura, pero solo 4.5% cursa un programa de técnico superior universitario; las carreras de Derecho y Administración de Empresas concentra 35% de la matrícula total; en contraste, las Ciencias Naturales, Matemáticas y Estadística, junto con las Tecnologías de la Información y Comunicación no superan el 5% de la matrícula total.

Ahora, el sentido común indicaría que contar con un título universitario incrementaría las posibilidades de conseguir un empleo, pero si se compara nuestro caso con otros países, estadísticamente es más difícil en el nuestro conseguir un empleo teniendo un título (80%) que en otros países miembros de la OCDE (84%). Eso conlleva el tema de qué serie de ajustes tendría que hacerse a nivel social y económico para generar condiciones en las cuales un mayor número de jóvenes egresados de la universidad pudiera tener cabida.

Dijimos al principio que más allá de la perspectiva utilitarista, habría que pensar a la educación universitaria como una ruta para construir una mejor sociedad. Siempre será preferible tener un mayor número de mexicanos que pasó por las aulas de la educación superior, porque se incrementan las probabilidades de que generemos una mejor sociedad, una convivencia más sana, menos violenta, más incluyente y tolerante.

Ahora, la estrategia a seguir tendría que ser fortaleciendo a las instituciones educativas. Las universidades estatales deben ser la base. Crear nuevas y esperar a que maduren pronto puede ser una apuesta errada. ¿Por qué? Debido a que tener profesores especializados, instalaciones adecuadas, procesos estables, legislación sólida y tradición en las dinámicas formadoras de profesiones, no es algo que se alcance en un sexenio o dos.

Tampoco sería la mejor apuesta apoyar a los estudiantes únicamente. Es decir, está bien que tengan acceso a estímulos como una beca, pero siempre será mejor apoyar a las instituciones para que estas amplíen sus capacidades y generen dinámicas a mediano y largo plazo. Se necesita sumar la voluntad que ha anunciado el novel gobierno con la capacidad y experiencia de las Instituciones de Educación Superior. Si va en serio el abrir espacios para más jóvenes en las universidades, hay que ocuparnos en fortalecer a estas últimas, acercarlas a la población y, además, propiciar que las expectativas de los egresados se vean satisfechas en una sociedad que les da cabida.

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