Hay en nuestro día a día tantas cosas automatizadas que ya ni siquiera notamos su presencia. Todo el tiempo estamos interactuando con tecnología que hace automáticamente algo. La vida nos parece más llevadera de ese modo. Nos ahorra tiempo, nos evita esfuerzos, nos cuesta menos, nos permite hacer más actividades, en fin. Son diversas y numerosas las justificaciones para la automatización.
Sobre todo, las nuevas generaciones urbanas están más acostumbradas a que todo sea automatizado. ¿Necesitan saber cómo llegar a un sitio?, le piden a la inteligencia artificial de su celular que los guíe. ¿Les piden en su escuela investigar un tema?, lo googlean. ¿Quieren escuchar una canción?, se lo piden a su bocina inteligente. ¿Quieren hacer una operación aritmética?, sacan la calculadora de su celular. ¿Tienen que corregir un texto escrito en su computadora?, le ordenan a Word que lo haga. ¿Quieren comprar algo?, on-line revisan los catálogos, los precios y lo pueden pedir.

Es casi interminable la lista de cosas que hacemos valiéndonos de la automatización. Es más, podríamos decir que no lo hacemos, solo lo solicitamos a la tecnología y esta lo hace por nosotros. Hoy la inteligencia artificial incluso nos ha resuelto la “pesada” tarea de pensar, de reflexionar, de explorar un asunto y deliberar.
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Deliberar es justo lo opuesto a la automatización. Es una característica de los seres humanos el considerar atenta y detenidamente el pro y el contra de los motivos de una decisión antes de adoptarla. Está en nuestras facultades el ponderar la razón o sinrazón de un acto. En el lado opuesto, la automatización consiste en movimientos o acciones indeliberados, es decir, no ponderados o reflexionados.

Cuando le pedimos a Gemini o a Grok nos responda a una pregunta, estamos solicitando que una inteligencia artificial, de manera automatizada, substituya la tarea consistente en explorar el asunto valiéndonos de nuestro raciocinio, de la información previa con a que contamos y de los nuevos elementos emergentes.
En las últimas semanas, se ha vuelto incluso una tendencia el solicitarle a la inteligencia artificial de Twitter (ahora X), llamada Grok, que responda a preguntas como quién ha sido mejor presidente o quién es más popular. La forma en la que la Inteligencia Artificial ejecuta la acción es procesando datos, de forma automatizada y veloz. En cuestión de segundos nos despliega respuesta a cualquier pregunta y hasta nos reporta de qué fuentes ha obtenido la información. Pero, obtener y procesar información no es reflexionar.

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Reflexionar es “volver atrás”, o por lo menos hacer un alto y explorar algo. Eso es, justamente, lo que no hace la automatización. Cualquier dispositivo, por simple que sea, elaborado para realizar una acción repetitiva, mecánica, automática, pues, se ubica justo en el lado contrario de la labor muy humana de reflexionar. Si cada vez más cosas le encomendamos a la tecnología automatizada, ¿qué es lo que nos estamos reservando para decidirlo nosotros mismos?
Se trata, sin duda, de una pregunta relevante en los tiempos que corren, porque la vida humana, durante milenios, estuvo caracterizada por acciones no automatizadas. Conforme fueron avanzando las herramientas, las técnicas, la tecnología, más cosas fueron haciéndose indeliberadamente. Hoy estamos en un punto crucial para determinar la ruta por la cual avanzaremos como especie. ¿Debemos dejar la mayoría de las decisiones a la automatización o no? ¿Es más confiable la tecnología automática? ¿Nuestra percepción no es confiable por estar sesgada? ¿Nuestros prejuicios nos conducen por rutas no deseables y es mejor que decida la Inteligencia Artificial que es más “objetiva”?

Hay más dudas que respuestas, pero también hay hechos incontrovertibles, como el que nuestra vida está cada vez más automatizada y ello implica que cada vez reflexionamos menos.

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