Es tan inmensa la cantidad de información a la que cada uno de nosotros está expuesto cada día, que es prácticamente imposible tener certeza plena de cuáles afirmaciones son verdaderas y cuáles falsas. Este es un fenómeno de nuestro tiempo. Por milenios, los seres humanos sólo obtenían información directa de la realidad vía sus sentidos: lo que veían, lo que escuchaban, lo que tocaban, era la fuente directa de su orientación en la realidad. Hoy, cada vez en mayor medida, nos orientamos en la realidad a partir de lo que otros (incluidas máquinas) dicen, escriben, publican, comunican, comparten.
Sí, para saber cómo ir a un lado, para determinar dónde comprar o qué adquirir, para identificar a un personaje, para inscribirse en una escuela, para hacerse de un trabajo, nos hemos vuelto dependientes de la información que nos llega, cada vez más, vía la tecnología que define la llamada sociedad de la información: computadoras, dispositivos móviles, internet, etc. La información nos llega de manera inmediata, con una velocidad inmensa e incluso en forma de avalancha. Nos aplasta. Es casi imposible lidiar con tanta información. Hay ya síndromes relacionados con el tipo de relación que se entabla con este mar informaciones. La infoxicación, la fatiga informativa o el trastorno de información compulsiva son sólo ejemplos del tipo de vínculos perniciosos que podemos entablar con la información.
A principios de este mes, la empresa NewsGuard lanzó su Reality Gap Index, que no es sino un ejercicio demoscópico encaminado a medir qué tanto la gente se cree las mentiras que circulan en los medios de comunicación, las redes sociales y otros sitios generadores de información. Ha anunciado que mes a mes identificará noticias falsas ampliamente difundidas y, mediante una muestra estadística, establecerá qué tanta gente cree que son ciertas. En el mes de junio midió tres noticias falsas, una sobre las protestas en la ciudad de Los Ángeles contra las redadas antiinmigrantes, otra sobre dinero presuntamente gastado por dos senadores en un viaje, y la tercera sobre un presunto genocidio que estaría ocurriendo en Sudáfrica de manera silenciosa contra la población blanca.
Sus mediciones arrojaron que hasta 49% de los norteamericanos creían que en las protestas en Los Ángeles sí hubo alguien que proveyó a los manifestantes de pilas y pilas de ladrillos para que los lanzaran contra la policía. No olvidemos, el ejercicio es escoger noticias comprobadamente falsas y ver qué tanto han resultado creíbles para la gente. Sólo 7% de los encuestados identificó a las tres noticias como notorias mentiras, en tanto que 74% se dijo no estar seguro de si eran verdaderas o falsas.
El índice pretende medir la “brecha de realidad”, es decir el espacio que se abre entre los hechos, las versiones de los mismos y lo que la gente termina creyendo. Es una iniciativa reciente, que busca ser sistemática y que, por ahora, se restringe a los Estados Unidos. Sin embargo, apunta a un fenómeno global: todos podemos preguntarnos qué tanto de las cadenas que llegan por Whatsapp, de los contenidos virales que se comparten en Facebook o X o de los videos de TikTok pueden corroborarse como 100% reales, ciertos o verdaderos. ¿Podemos ver un canal televisivo o leer un diario y creer plenamente que nos dicen verdades? ¿Qué tanto estamos dispuestos a creer mentiras? ¿Qué tipo de decisiones tomamos a diario con base en información errónea, falseada o maliciosamente falaz?
No se debe perder de vista que hoy la Inteligencia Artificial generativa es capaz de producir una imagen, un video o una voz absolutamente irreales. Existen ya miles de sitios en internet que publican “noticias” que no generan reporteros o personas, sino máquinas. Las mismas son instruidas a producir textos o imágenes y algunas alcanzan una audiencia considerable. Por esas vías pueden amplificarse versiones mentirosas, sesgadas o interesadas para hacer creer a la gente algo y obtener por esa vía respaldo para una ideología, una postura política, una industria, etc.
Tengo la impresión de que la brecha de realidad se ensancha cada día. No hay forma de acceder solo a información real, veraz y completamente creíble. Esto se debe no solo a que la realidad es compleja, los fenómenos son poliédricos y las personas muy diversas, sino también a que buscamos constantemente información que confirme el mundo que deseamos vivir, y no el que realmente existe. Este desajuste nos predispone a creer mentiras o medias verdades. Es una desconexión que nos aleja gravemente de la realidad.

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