Toluca, Estado de México; 29 de octubre de 2019.- En México, el culto a la muerte es una tradición arraigada desde la época prehispánica, concebida como el ciclo de la naturaleza y una forma de honrar a nuestros antepasados.
Posterior a la conquista, la fusión con la religión católica fue modificando la concepción de esta tradición y transformándola a lo que hoy en día conocemos como Día de Muertos, que se celebra el 1 y 2 de noviembre.
Desde hace unos años, una nueva concepción sobre la muerte se ha hecho presente en México: celebrado el 31 de octubre y denominada como Día de Brujas o Halloween; el cual incluso, llegó a predominar sobre las tradiciones mexicanas.
A principios de 1980, en México, la moda del Halloween estaba “arrasando” con las formas festivas relacionadas a la muerte, pero una serie de acontecimientos modificaron la dinámica social del país.
El 16 de noviembre de 1984 ocurrió la catástrofe industrial más grande de la que se tenga registro en México, cuando la comunidad de San Juan Ixhuatepec fue destruida por la explosión de una planta de Pemex, dejando un número incalculable de muertos.
Posteriormente, en 1985, ocurrió el terremoto más devastador en la historia del país que dejó miles de muertos. A raíz de estos acontecimientos, comenzaron a colocarse un mayor número de ofrendas, en memoria de los miles de fallecidos en los eventos pasados.
A causa de esto, la presencia de la muerte en México adquirió otra connotación. Así desde 1985, la inclinación por el Día de Muertos y su tradicional ofrenda empezó a crecer, sin que esto implicara hacer a un lado al Halloween. Simplemente se consolidaron las tradiciones mexicanas. El resultado actual es la convivencia, y en algunos casos, la fusión, de ambas expresiones
“Mientras que la ofrenda de muertos es una tradición a los ancestros, el Halloween es un culto a los muertos” expresó el Dr. Juan Luis Ramírez Torres, profesor investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAEMéx.
La dinámica mexicana del culto a la Santa Muerte surge de la mescolanza de diversos elementos, entre ellos una reacción humana de aminorar el estrés que provoca la presencia de la muerte, volviéndola tan insoportable que necesita algo para neutralizarla, y la forma de hacerlo es “jugueteando” con ella.
“Me disfrazo de muerto, me pongo llagas, finjo que me atraviesa la cabeza un cuchillo; e inclusive, retomo algunas escenas reales que vemos en la prensa día con día. Cada año renovamos este juego de bajarle a la presión que llevamos décadas padeciendo y en el que hacemos de la muerte y el fin de la vida personal, algo festivo, que huele a cempasúchil, que se ve bonito, o que tenga veladoras; rescatamos el sentido antiguo cultural mexicano de que la muerte no es un ciclo final, sino, es un ciclo que se repite al renovar la vida” expresó.
Esto se complementa con el escenario de Halloween, donde la muerte es finita, donde los muertos se hacen presentes haciendo alusión al terror, no es una muerte del paraíso, de ángeles, ni con olor a perfume, es una muerte horrenda que genera una contrabalanza.
En lugar de tener una competencia, lo que tenemos es una complementariedad, Halloween- Día de Muertos; que se puede ver en eventos como la Feria del Alfeñique, donde se venden ambos objetos culturales, que se complementan dentro del contexto de la cultura mexicana: la creación de ofrendas en las escuelas y los concursos de disfraces, uniendo dos culturas que no se contraponen, sino que al contrario, se unen para entregarnos dos versiones de la muerte