
Foto: Cortesía
1. La foto, el mensaje y el poder sin boato
Una imagen dice más que mil spots: Claudia, Delfina y Clara —las tres mujeres más poderosas del país— caminan entre reciclaje, rodeadas de residuos y futuro, vestidas como cualquier mujer mexicana de barrio trabajador. Nada de tacones de diseñador, nada de atuendos dictados por asesoras de imagen de revista. Solo ropa cómoda, sencilla y funcional. La escena no es casual: en el México de la 4T, el poder ha abdicado del boato, ha dejado el terciopelo por el poliéster. Es un statement estético que carga significado político: gobernar con el cuerpo cotidiano, presentarse como iguales, desactivar el viejo ritual de la lejanía simbólica. El lugar también habla: una recicladora, metáfora viva de la promesa de transformación, del residuo que se vuelve recurso, del poder que se recicla a sí mismo. Esa foto es un texto. Y su lectura semiológica remite a una tesis de fondo: la imagen del poder ha cambiado, ahora se viste de pueblo sin necesidad de impostar. O al menos eso pretende transmitir.
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2. El hombre que se fue… y volvió cuando quiso
No todos los regresos son iguales. El de López Obrador, tras su retiro voluntario del escenario público, no fue una anécdota: fue un acontecimiento ontológico. Apareció cuando muchos aseguraban que no podría. Que el pueblo —ese al que tantas veces convocó— lo rechazaría. Pero no hubo abucheos ni silencios incómodos. Hubo fervor. Porque AMLO, guste o incomode, no es un hombre: es una forma de presencia. Su sola aparición en las históricas elecciones judiciales que él mismo impulsó —y que los poderes tradicionales aún digieren con agrura— fue un acto de reafirmación simbólica. Al reaparecer, volvió a ordenar el espacio político. Como los arquetipos míticos, no se trata de lo que hace, sino de lo que significa. Y su frase, lanzada con el aplomo de los oráculos: “Claudia Sheinbaum es la mejor presidenta del mundo”, no es halago: es consagración. En la liturgia política mexicana, el expresidente no solo bendice a su sucesora: la constituye. Su voz sigue operando como faro, como encarnación del relato fundador. Lo que reapareció no fue un hombre, fue el principio que aún da sentido a esta transformación.
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3. Las siete que sí cumplieron
En tiempos donde el descrédito institucional se propaga como hongo en sótano húmedo, vale detenerse —aunque sea brevemente— en los casos donde la función pública se ejerce con decoro. Las siete consejeras del Instituto Electoral del Estado de México —Amalia Pulido Gómez, Patricia Lozano Sanabria, Leticia Martínez Zepeda, Karina Ivonne Vaquera Montoya, Arlen Siu Jaime Calderón, Brenda Alvarado Sánchez y Paulina Bustamante Venegas— han organizado, dentro de lo posible, una elección judicial sin mayores tropiezos. Ni bochornos logísticos ni desfiguros administrativos. Y eso, en el contexto mexiquense, no es poca cosa. Lo hicieron sin alardes ni escudos simbólicos, en un entorno cargado de expectativas, ataques y dudas sobre el proceso. Todas mujeres. Todas cumpliendo. Lo suyo fue discreto, técnico, institucional. Pero en el fondo, su trabajo puede haber marcado el inicio de una nueva etapa: la de una democracia que empieza a ensayar la selección de jueces con participación ciudadana. Un punto de partida. Una luz tenue, pero encendida.
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4. La Secretaría donde el silencio es institucional
En el gabinete estatal hay cargos que pesan, y otros que simplemente… desaparecen. La Secretaría de la Mujer, por ejemplo, parece un casillero vacío. Ocupado nominalmente por la Mtra. Mónica Chávez Durán, su paso por el cargo se ha distinguido por la más absoluta discreción. Tan discreta que raya en lo imperceptible. No hay posicionamientos, diagnósticos públicos, iniciativas con músculo o debates abiertos sobre la violencia estructural que atraviesa al Estado de México, donde ser mujer aún es sinónimo de vulnerabilidad estadística. La pregunta epistemológica es brutal: ¿qué hace, en los hechos, la Secretaría de la Mujer? ¿Qué impacto genera más allá de los boletines rituales del 8 de marzo? ¿Dónde está su voz cuando la violencia de género ocupa titulares o cuando una menor desaparece? En términos axiológicos, el mensaje es preocupante: invisibilizar lo que ya de por sí está marginado. Y en tono sarcástico, solo queda advertirlo con humor ácido: si alguna vez se quisiera cometer un crimen perfecto, bastaría con hacerlo dentro de esa dependencia. Nadie se enteraría.
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5. El agua siempre cae sobre los mismos
José Arnulfo Silva Adaya aún no calienta la silla de la Secretaría del Agua y ya carga con un dilema que no es técnico, sino ético: ¿cómo evitar que cada temporada de lluvias repita la vieja injusticia de que los más pobres sean los más inundados? Porque en el Estado de México el agua no cae pareja: golpea con saña a quienes viven en laderas sin drenaje, en colonias sin planeación, en márgenes sin nombre. Año con año, la tragedia es previsible y, sin embargo, sigue ocurriendo como si fuera sorpresa. La lluvia no es el problema: es el síntoma. El verdadero mal es la arquitectura del olvido, la costumbre institucional de reaccionar en vez de prevenir. Silva Adaya llega con el tiempo contado y el margen estrecho. Pero llega también con una deuda histórica: convertir el derecho al agua y al drenaje en condiciones materiales de dignidad, no en promesas líquidas que se evaporan con cada sexenio. Porque si el agua es un bien común, su injusta distribución es una forma de violencia. Y ese lodo no se limpia con declaraciones.

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