Pasadas las primeras semanas desde el fin de la campaña por la gubernatura del Estado de México, se vislumbran los primeros efectos de lo que fue la más sucia campaña de soberbia, clasismo y discriminación de que se tenga memoria.
Aún resuenan las expresiones de un soberbio exgobernador sustituto que afirmaba en un recalcitrante programa anti4T, que a la candidata ganadora nadie la conocía, a pesar de que fue la que le ganó la senaduría, que por cierto ya van dos veces que pierde.
Todavía restan por ver las consecuencias legales de los ataques de empleados de la coordinación de comunicación social del Gobierno del Estado y Televisión Mexiquense en contra de la candidata, recurriendo a la difusión de fake news, ataques violentos y denigrantes.
Aún se hacen comentarios respecto a la incongruencia de afirmar que ya se había alcanzado y rebasado, incluso al dislate de salir a declararse vencedora apenas pasadas las seis de la tarde y apenas unas horas después tener que admitir la derrota.
Todavía resuenan los efectos de la publicación en The Guardian respecto a la utilización de empresas fachada que desnudaron prácticas recurrentes; sería conveniente revisar las “licitaciones públicas” de los servicios de limpieza en los organismos descentralizados, entre otros rubros.
Continúan los “análisis” alentados desde el poder, donde se afirma indistintamente que se hizo una campaña exitosa, que la culpa fue de los que se abstuvieron de votar, que se conservaron los niveles de votación de hace seis años, que no todos los partidos aliancistas cumplieron con sus metas de votación o que se entregó el estado y un largo etcétera.
Todo, antes de admitir que su falta de resultados, escándalos de corrupción y exclusión altanera, fueron la verdadera razón de su derrota.
Tal y como sucedió en la Ciudad de México, puede ser que el PRI, en medio de una vorágine, se continúe reduciendo, será un proceso largo y doloroso para los que se sirvieron del poder, si se requiere identificar responsables, son ellos, los caciques, los que se enriquecieron de la noche a la mañana.
Pero quizá el eco que más perdure, el que retumbará por años, es el que produjo la arenga de la candidata que los perdedores despreciaban, realizada al final del segundo debate: “Podemos darles una lección de dignidad que no van a olvidar“. Como se les advirtió, el pueblo acudió al llamado.