El amante japonés

Hace tiempo, comencé a leer “La casa de los espíritus”: comenzó bien, muy “boom”, pero con bastante calidad. Sin embargo, azares del sino provocaron que pusiera en suspenso dicha lectura. Ahora, llegó a mis manos “El amante japonés”, también de Isabel Allende, y comencé a ojearla. Esta sí la terminé rápidamente, pero no por buenas […]

Hace tiempo, comencé a leer “La casa de los espíritus”: comenzó bien, muy “boom”, pero con bastante calidad. Sin embargo, azares del sino provocaron que pusiera en suspenso dicha lectura. Ahora, llegó a mis manos “El amante japonés”, también de Isabel Allende, y comencé a ojearla. Esta sí la terminé rápidamente, pero no por buenas razones.

La historia tiene como eje medular a Alma Belasco, una inmigrante que huye de la Polonia previa a la invasión nazi. Llega con una tía, que vive en California, donde conoce a Ichimei, hijo de un inmigrante nipón; entre ambos surgirá una relación que perdurará a través del tiempo, sin importar lo que el destino depare. A través de saltos en el tiempo, nos encontramos con que Alma vive en Lark House, una residencia para ancianos donde trabaja Irina, otra inmigrante (de la Europa oriental) que también acarrea muchas pesadas piedras en su espalda.

La novela es digerible, pero lo que no toleré fue su decolorderrosismo: todos, absolutamente todos los problemas, no importa qué tan graves, crueles, ignominiosos y conflictivos sean, se resuelven gracias al poder del amor. Cada vez que aparecía un giro en la historia y uno pensaba “vaya, al fin esto se pondrá bueno”, salían los personajes con candor, paciencia y ojos de gatito de Shrek (esto no lo dice la novela, pero así me imaginé a todos los involucrados) a decir “no te preocupes, todo estará bien”. Y, efectivamente, pasaban las páginas hasta llegar a un final tipo “Ghost. La sombra del amor”.

Una excelente novela para los compradores de globos contaminadores y chocolates prediabéticos que festejan el 14 de febrero flotando en nubes color pastel.