En la ruta del empobrecimiento

Hoy, jueves 23 de julio, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) dará a conocer su informe sobre la medición de la pobreza en México. Los números podrían ser satisfactorios para algunos (sobre todo para el Gobierno Federal, que seguro subrayará algunos “logros”), pero las expectativas que generan por lo que ocurrirá […]

Hoy, jueves 23 de julio, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) dará a conocer su informe sobre la medición de la pobreza en México. Los números podrían ser satisfactorios para algunos (sobre todo para el Gobierno Federal, que seguro subrayará algunos “logros”), pero las expectativas que generan por lo que ocurrirá en el corto y mediano plazo es necesario analizarlas.

Lo que este día dará a conocer el Coneval, y que ya está disponible en su sitio web, es resultado de un instrumento de medición aplicado por el INEGI en el año 2012 (entre agosto y noviembre). Es decir, mide los resultados de la política de combate a la pobreza en el primer tercio del actual gobierno federal. Se da a conocer ahora porque así lo establece la ley: que cada dos años se realice un ejercicio de medición de la pobreza. Por lo que hace a lo numérico, el contenido del informe no es tan noticioso, pues el decir que hay más pobres en México ha dejado de ser una novedad: para 2012, entonces, 53.3 millones de personas en el país se encontraban en condiciones de pobreza, de las cuales 11.5 millones presentaban pobreza extrema. Esto significa un incremento en términos absolutos, aunque en términos relativos se subraye que se pasó de 46.1% de la población del país en condiciones de pobreza en el año 2010 a 45.5% en 2012.

Pero más allá de los números, hay una variación notoria en la que vale la pena poner mucha atención, porque nos revela parte de lo que se viene. El informe en comento reporta avances en la cobertura de servicios básicos, como educación, salud y vivienda para la gente más pobre de este país; sin embargo, advierte de una tendencia a la baja en los ingresos monetarios. Esto significa, de alguna manera, y siempre de acuerdo a lo que señala el Coneval, que la gente ha visto algún tipo de mejora en sus viviendas y en servicios básicos en los últimos años (una tendencia digamos de la más reciente década), pero en ese mismo lapso, los ingresos y el poder adquisitivo de las familias ha bajado permanentemente.

De acuerdo con los instrumentos empleados para medir la pobreza, hay varias dimensiones que deben considerarse para señalar a quienes son pobres: los ingresos, el rezago educativo, el acceso a servicios de salud, el acceso a la seguridad social, la calidad y los espacios en las viviendas de las personas, los servicios básicos en dichas viviendas y el acceso a la alimentación. Para considerar a las personas como pobres se toma en cuenta si su nivel de ingresos es menor a la línea de bienestar (que actualmente ronda los 1,200 pesos en el ámbito urbano y los 900 pesos en el ámbito rural) y si presenta carencias en al menos una esas dimensiones. Por ejemplo, un hogar asentado en la ciudad de Toluca, que tengan ingresos menores a 1,286 pesos y que no cuente con afiliación a un servicio de salud, se considerará pobre; en tanto que un hogar con ingresos similares, pero que aparte de su carencia en materia de salud no tenga agua potable en su casa y cuyos hijos mayores a 15 años no hubieran terminado la primaria, se considerarían en pobreza extrema.

Bajo esta perspectiva es necesario ponderar que los ingresos terminan por impactar al resto de las dimensiones consideradas para medir la pobreza y, si es una tendencia sostenida la caída en los ingresos, muy probablemente en la siguiente evaluación habrá un mayor número de personas en pobreza extrema, pues si actualmente las carencias promedio que revelará hoy el Coneval entre la gente pobre son de 2.4, quizá en dos años se aproximen a las 3.7 que presenta la población en pobreza extrema. ¿Por qué? Sencillamente porque si la gente no tiene ingresos adecuados y el poder adquisitivo de los salarios viene en una caída constante, antes que dejar de comer se deja la escuela, se deja de pagar el agua o se aguantan las enfermedades.

El informe que el Coneval dará a conocer hoy que en el momento en que fue levantada la información había 7.2 millones de personas que aunque no cabían en la categoría de pobres, sí estaban en riesgo de pasar a serlo por sus niveles de ingresos. En contraste, sólo 19% de la población total del país es la que no estaba en ningún riesgo de convertirse en pobres. Lo que se advierte, entonces, es una clara tendencia al empobrecimiento de la población y no como incidencia, sino como tendencia sostenida a los largo de los últimos lustros.

Pero es un hecho que más pobres o no, seguimos siendo oportunidad de negocios, según advierte el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en un informe que publicó este mes y donde afirma que el de los pobres “es un mercado al alza, que puede alcanzar 759 mil millones de dólares, lo que representa 10 por ciento de la economía regional”, refiriéndose a América Latina. En el caso específico de México, tal informe del BID señala que el valor del mercado de los pobres se incrementó 22 por ciento en la primera década de este siglo, al pasar de 139 mil millones de dólares en 2000 a 170 mil millones de dólares para 2010”.

Si el empobrecimiento de la gente es o no una intención deliberada del gobierno, del sistema-mundo o de alguna instancia en la que se decida el destino de todos nosotros, es materia de otro debate. Baste por el momento advertir desde ahora que, dentro de dos años, cuando se vuelva a repetir el ejercicio de medición de la pobreza, muy probablemente emerjan números que confirmen que como país nos encontramos en la ruta del empobrecimiento.