La infodemia y su combate

Publicar sin discernir se ha vuelto uno de los problemas más serios en esta era digital

Hoy difícilmente una persona se detiene a sopesar la solidez de las fuentes

Hubo un tiempo en el que publicar era una acción sólo accesible a quien poseía una imprenta y generaba en ella contenido impreso en papel; luego ello se amplió para quien podía controlar una radio frecuencia o una señal de televisión. Era un mundo en el que la información era generada y difundida verticalmente: pocas personas controlaban la emisión de mensajes y millones eras sus destinatarios. Ese mundo ha desaparecido. Hoy existen por lo menos cuatro mil millones de personas con capacidad de publicar, distribuir, hablar y/o responder a través de un dispositivo electrónico conectado a una red global organizada horizontalmente: es la era de las redes sociales digitales.

Esto no pudo ocurrir sin generar una crisis en términos de información, en medio de la cual estamos. La crisis se deriva, básicamente, de las muy distintas maneras de entender lo que significan verdad, hecho y evidencia. Algunos de los criterios para decidir ello en la sociedad previa a la era de las redes sociales escapaban de los ámbitos de preocupación del grueso de la población. Era más bien un tema para quienes ejercían el oficio de periodismo o quienes regulaban a los medios desde la el Estado. Se trataba, pues, de una cuestión deontológica para el periodista y jurídica para las autoridades.

Hoy difícilmente una persona se detiene a sopesar la solidez de las fuentes, la suficiencia de los datos o el equilibrio de elementos discordantes cuando publica un contenido a través de Facebook, por ejemplo. Muchos se limitan a decir, “en mi muro publico lo que yo quiera”. Bajo esta simpleza se asoma un problema sumamente complejo relacionado con la información de la gente.

Publicar sin discernir se ha vuelto uno de los problemas más serios en esta era digital.

Información es el sentido dado a los hechos y datos. Ejemplo: si yo escribo 25.50, es imposible saber si tal dato se corresponde con la cotización del peso frente al dólar, si es el porcentaje de positividad del COVID-19 en México, si es la tasa de decrecimiento de la economía en un país europeo a causa de la cuarentena o si está aludiendo a algo distinto. Ello sólo se vuelve claro cuando yo le doy una orientación al dato; así es como lo convierto en información. Hubo un tiempo en el que el término información se refería al acto de dar noticia de una cosa o, lo que es igual, articular una afirmación lógica a fin de expresar algo sobre un hecho. Sin embargo, desde que Claude Shannon publicó su ya famoso artículo “A Mathematical Theory of Communication”, la palabra tomó otro giro, para hacer referencia a cualquier cosa que pueda ser codificada y transmitida, sin importar siquiera que lo haga una persona o no (es el caso de los hoy famosos “bots”). Este cambio facilita la desaparición progresiva de las distinciones intelectuales en la medida que pierde importancia si lo transmitido es una noticia, un juicio, una frase superficial, una tontería, una obscenidad, un archivo de imagen, de audio o de video.

¿Quién se ocupa de discernir sobre las publicaciones en las redes sociales digitales?

Es una responsabilidad que se ha dejado sólo en manos de cada usuario, quien en muchos casos convierte a su muro en una galería personal, pero también hay quien los convierte en plataforma ideológica, en propaganda política, en vitrina comercial, en escenario de filias y fobias. Todos esos usos y muchos más son posibles porque no hay ningún tipo de editor que administre el flujo de los contenidos a publicar, mientras se trate de algo codificado en bits se vuelve transmisible a través de estas redes, así sea algo banal o criminal.

El tamaño de la crisis generada por esto se ha hecho visible en varios episodios a lo largo de las últimas dos décadas. Hoy es mucho más perceptible en el marco de la crisis de salud provocada por la propagación del virus que provoca la enfermedad del COVID-19, derivando en interesantísimos debates en varias partes del mundo en torno a algo que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha calificado de “infodemia”. El director de dicho organismo ha declarado que con mayor velocidad que el propio virus se está extendiendo la desinformación sobre él, lo que está generando que se agrave el brote. Esta “infodemia”–advierte- está obstaculizando las medidas de contención del brote, propagando pánico y confusión de forma innecesaria y generando división en un momento en el que necesitamos ser solidarios y colaborar para salvar vidas. Cuando el director de la OMS habla de desinformación está aludiendo claramente a una orientación errónea dada a los datos y hechos.

Cuando el director de la OMS habla de desinformación está aludiendo claramente a una orientación errónea dada a los datos y hechos.

En el caso mexicano las caras de esta “infodemia” van desde el escepticismo hasta las teorías conspiratorias, deteniéndose mucho en desacreditar la labor de las autoridades para enfrentar la crisis. Han sido de tal tamaño los excesos que han derivado, por citar sólo un caso, en las muy lamentables agresiones al personal de salud y en los intentos por incendiar hospitales. Ello sin contar episodios tan lamentables como el ocurrido en el Hospital Las Américas del Instituto de Salud del Estado de México allá en Ecatepec.

En un intento por intervenir en esta crisis de la información, Facebook ha anunciado la creación de un nuevo organismo que moderará contenidos, una instancia independiente a la que usuarios y la misma compañía pueden recurrir para que decida sobre publicaciones que afectan a la libertad de expresión y a los derechos humanos. Se trata de la conformación de una instancia que desde finales del año pasado anunció dicha empresa, pero que hoy ya toma cuerpo nombrando a 20 de sus integrantes, entre los que se encuentran gente involucrada en cuestiones jurídicas, en temas de periodismo, de defensa de derechos humanos y académicos. 

Según se ha explicado en estos últimos días, se trata de un consejo que seleccionará y ponderará sobre los límites globales de la libertad de expresión. Dicho órgano empezará a contratar gente que operativamente se encargue de atender las peticiones de análisis, de documentar los casos y de poner a consideración de los miembros del consejo aquellos en los que se debe deliberar sobre los contenidos publicados en Facebook e Instagram, pero han dicho algunos de sus miembros que se mantendrán abiertos a conocer de casos vinculados Twitter y WhatsApp.

Se trata de una especie de corte a la que podrán recurrir usuarios a los que les han eliminado algún contenido (por considerar que infringe algunas reglas de la red social), pero también quienes soliciten que se elimine una publicación por considerar que afecte a mucha gente o que tengan mucha importancia por sus consecuencias sociales.

Las actuaciones de este nuevo organismo (creado por Facebook, pero que será autónomo e independiente a la compañía) serán algo lentas y versarán sobre casos consumados (es decir donde la información se publicó y difundió), moviéndose en los terrenos de la ética y la justicia. Sin embargo, se convierten en un llamado de atención para asumir todos, de manera personal, la responsabilidad que conlleva la publicación de cosas en las redes sociales. No se reduce todo a la simpleza de “mi muro, en el que publico lo que quiero”, porque tratándose de publicación nos mueve a los terrenos de lo que concierne a todos. La gente no coloca cosas en su muro sólo para verlas ellos, sino para que la vean los demás y, con ello, busca informar: orientar la percepción de la gente sobre las cosas, el mundo la realidad. Publicar sin discernir se ha vuelto uno de los problemas más serios en esta era digital. Ya se han dado cuenta de ello los que posibilitan tales acciones (como Facebook) y están tratando de enmendarlo, pero puede ser mucho más efectivo y rápido si cada uno de nosotros se convierte en un férreo editor de sus propios contenidos.