La oposición en el Estado de México no solo está derrotada políticamente, también moral y culturalmente. La derrota de este martes en la LXII Legislatura fue abrumadora, no solo porque perdió la votación, sino por su ausencia de argumentos, ideas, causas y programa. Es lamentable lo que sucede, y no, no son buenas noticias para nuestra imperfecta y bisoña democracia.
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La reforma electoral en materia judicial será la última herramienta para extirpar al priismo de ese poder al que controló por casi un siglo. Sí, al mismo tiempo, representa una puerta de acceso al morenismo que tampoco es deseable que se atrinchere también allí. La sociedad mexiquense no puede equivocarse sustituyendo a uno por otro.
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Definido el proceso y las fechas, es altamente probable que la participación en urnas sea baja, quizá apenas del 20 o 25 por ciento. Peor aún, que la gente que acuda a votar lo haga desinformada o mal informada. Más grave todavía, que los partidos activen sus estructuras electorales y movilicen a sus clientelas para definir resultados. Lo más delicado es lo que sigue.
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Nunca el presidente López Obrador se tomó o hubiera aceptado tomarse una foto con Peña, Calderón, Fox, Zedillo y Salinas en Agualeguas, por ejemplo. El argumento demoledor hubiera sido “simplemente porque no somos iguales”. La imagen de la gobernadora Delfina, rodeada en Atlacomulco por los exgobernadores Montiel, Camacho, Ávila y Del Mazo, no es la mejor imagen. ¡Qué necesidad!
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La cantidad de priistas que votan y militan en Morena es enorme. Quizá sean más que los que votan y militan en el propio PRI. El trasvase se ha hecho sin filtro ni control algunos. El neomorenismo es quizá uno de los mayores problemas que tarde que temprano tendrán que resolver en Morena.
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