Hace una semanas, estando de visita en Valle de Bravo, decidimos en familia tomar un recorrido en lancha por el embalse de la presa Miguel Alemán. Los prestadores de este servicio ofrecían, además de la embarcación por un tiempo a elegir, una visita guiada. A medida que avanzábamos y rodeábamos cerca de las orillas, nuestro guía nos indicaba a quién pertenecían las casas que ahí se podían ver. Refería personajes de la farándula, empresarios, periodistas, gente que uno podía reconocer con la sola mención de su apellido o su nombre artístico.
Las casas eran de distintas dimensiones, apariencia y ubicación. Su diseño arquitectónico variopinto destacaba a unas más que otras. Alguna, incluso, poseía una pequeña área flotante donde se podían ver camastros abajo de una góndola. Otras más tenían frente a sí yates y veleros, pero también había espacios reservados para resguardar esas y otras embarcaciones en espera de ser usadas. La visita guiada era algo así como el espectáculo de la riqueza. Contemplar, ver, a la distancia las propiedades costosas que están absolutamente fuera del alcance de quienes sólo rentamos una lancha para rondar por ahí.
Un momento muy revelador de este recorrido fue cuando le pregunté al guía sobre una casa en lo particular y me respondió que no sabía exactamente a quién pertenecía ahora, pero me dijo que la mayoría de esa zona eran de “gente que se dedica a la política”. A través de esa frase nuestro guía condensó gran parte del modo en que se piensa a esa actividad entre el grueso de la gente. La cultura política en nuestro país prescribe que ser político es una forma de movilidad social y de generación de riqueza.
Todos quienes hayan acudido a Valle de Bravo pueden dar testimonio del tipo de viviendas a todo lujo que se encuentran ahí. Muchas comparten espacio con edificaciones más bien antiguas, que alguna vez fueron vivienda de los lugareños y hoy en gran número han sido habilitadas para locales comerciales. Un número importante de esas viviendas lujosas de la zona son de políticos. ¿Por qué? Porque en nuestro país la idea de hacer política es ubicarse en un sitio donde hay recursos, no sólo en forma de grandes sueldos, sino en presupuestos que permiten una generosa ordeña y en influencia para contratar obras y servicios que dejan una “comisión”.
“Un político pobre es un pobre político”
La política es, en su origen, la práctica destinada a influir en la voluntad de los demás respecto a temas de interés común. Hacer política, en este sentido primigenio, es influir en el rumbo que toman las decisiones colectivas sobre la vida de todos. La convivencia en sociedad es posible gracias a la actividad política, porque permite los acuerdos, las reglas, los servicios, etc. Sin embargo, el sentido que toma esa actividad en la frase “se dedica a la política” va en el sentido de sacar ventaja económica de tal actividad.
Para personas como nuestro guía del paseo en lancha, hay varias causas por las que una persona puede hacerse de casas como aquellas que son el “atractivo” del recorrido por el lago: los negocios, la “artisteada” o la política. Sabemos que expresidentes, exgobernadores, exalcaldes, exlegisladores pueden adquirir una casa ahí porque la política tiene que dejar riqueza. Lo condensa la frase del priísta por excelencia, Carlos Hank: “Un político pobre es un pobre político”.
El espectáculo de la riqueza
La riqueza que se ostenta y se convierte en atractivo turístico en Valle de Bravo incluye la que se ha amasado al margen de la ley. La corrupción –lo sabemos- es una etiqueta que difícilmente puede quitarse un político en México. Desde el más humilde regidor hasta el presidente de la República serán siempre blanco de sospecha de enriquecerse gracias a su encargo político. En muchos casos eso es cierto y en otros no, pero la actividad política está considerada popularmente como una fuente de riqueza.
México sigue ocupando en distintas mediciones a nivel global uno de los primeros lugares en percepción de actos corruptos. Dado que es difícil medir algo que se hace a escondidas, las estimaciones se efectúan preguntando a la gente si piensa que existe corrupción. La sospecha basta para responder que sí, pero tal percepción no es gratuita. Está alimentada por incontables historias de políticos que se han enriquecido enormemente.
Dedicarse a la política conlleva el que los demás piensen que se debe al interés por hacerse de dinero y bienes. Así sea encargándose del Comité de Padres de Familia de una escuela o el de Aguas de una comunidad, todos pensarán que hay un beneficio de por medio. En los niveles de un aparato de gobierno estatal o federal la sospecha se incrementa: todos sospechan que los miembros del gabinete amasan fortunas y no se diga los diputados o el gobernador. El que otros muchos lo hayan hecho en el pasado confirma esa sospecha.
Nuestra cultura política piensa a los políticos como entes corruptos. Mientras esa cultura no cambie, seguiremos con lugares vergonzosos en las listas de países con alta corrupción, como en el Índice de Percepción de Corrupción que, año con año, publica la organización Transparencia Internacional, y que en su última medición nos colocó en el lugar 124 de 180 países estudiados. La cultura cambia muy lentamente así que no esperemos mejoras pronto.