La Taberna del León Rojo

  Marcelino dista mucho de ser un tipo común y corriente. Tiene porte de obrero de los años 30, con su pantalón caqui y su enorme suéter de lana, pero me agrada. Diría que es, de mis entelequias, la que me ciñe a gusto. A través de él aprendí a hablar con las nubes, a […]

 

Marcelino dista mucho de ser un tipo común y corriente.

Tiene porte de obrero de los años 30, con su pantalón caqui y su enorme suéter de lana, pero me agrada. Diría que es, de mis entelequias, la que me ciñe a gusto.

A través de él aprendí a hablar con las nubes, a contarles cuentos de antaño, de esos que, entre juegos y pintas, inventábamos.

Las cosas eran distintas y ahora me reservo de hablarles, incluso de mirar a la luna.

Ahora todo es distinto.

“Le llaman modernidad” – me interrumpe Marcelino –

“Mira Germán, esa compleja maraña social se ha constituido en una prisión que anula la individualidad, acorta el pensamiento, sobre todo el pensamiento libre, y nos deja yermos de ideas; algunos le colocan el mote de “edad”; los menos dicen, es “senectud”; pero lo verdadero es que los hombres seguimos igual, aunque en una mortaja diferente”.

Le miro de palmo en palmo. Sé que no existe, o quizá si exista. Ya no lo sé. Él me hizo amar las letras, adosarme al teatro, a la música, pero también me guio por el tortuoso camino de la reflexión.

“No logro entenderte del todo, Marcelino. Ha tiempo era simple abrir la boca y decir lo que pensaba, pero poco a poco se fue minando mi capacidad de hablar, sobre todo cuando advertí, por tus ojos y tus palabras, que había reglas, que cuando emitía alguna opinión era presa de señalamientos, incluso de burlas… no entendía los motivos de aquellos que se reían, sobre todo porque lo que en forma simple preguntaba, siempre lo utilizaban en sus panfletos”.

Sé que me mira. En algún rincón de mi mente se solaza con mi angustia.

“No te reprimas, Germán. Habla de lo mal que está todo, de las tranzas que buscan hacer los priístas al comprar el voto; del gran daño que le hacen a Delfina con tanto malandro en torno a ella y, mira, se ve que tienen toda la intención de exprimirla al máximo; de la soberbia del alfil de Eruviel embozado de perredista; del cinismo de Oscar, "el millonario defensor del trabajador"; del estudiado y artificial discurso de Teresa Castell; de tu amor secreto hacia Josefina. No calles cantor por temor a lo que digan de ti, no calles aunque sientas que tu trino monocorde no sirve para rasgar el silencio… no te quedes callado y di lo que piensas, aunque te suene incongruente. Recuerda que todos tienen una conexión especial con la estulticia. No eres el único, ni diferente. Eres uno más que piensa que su locura es producto de la edad”.

Estoy solo en un lugar inexistente, con un fantasma como confidente. La música ha tiempo que dejó de sonar; sè que el Pierrot ha muerto… ¿pero yo?.