No es él; es ella, estimados reporteros

  La violencia contra la diversidad sexual no sólo se hace patente en los insultos, agresiones físicas o asesinatos, también se revela en los encabezados amarillistas, las notas insensibles o las fotografías que retratan con morbo cada uno de los episodios indolentes por los que atraviesan miembros de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Travestí, Transexual, […]

 

La violencia contra la diversidad sexual no sólo se hace patente en los insultos, agresiones físicas o asesinatos, también se revela en los encabezados amarillistas, las notas insensibles o las fotografías que retratan con morbo cada uno de los episodios indolentes por los que atraviesan miembros de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Travestí, Transexual, Transgénero e Intersexual (LGBTTTI).

Bien lo decía el cronista mexicano Carlos Monsiváis en su obra ‘Los mil y un velorios’, la homofobia es la movilización activa del prejuicio, la beligerancia que cancela derechos y niega con declaraciones lesivas y/o con actos la humanidad de los disidentes sexuales. De esta manera la ética periodística se ve enclaustrada en un mar indirecto de homofobia, que ha resultado difícil de erradicar desde las primeras publicaciones sobre homosexuales en el siglo XX, hasta las portadas sensacionalistas de nota roja que abundan en nuestros días.

Porque cuántas veces no hemos leído acerca de lilos, jotos, mayates, vestidas o putos asesinados con saña, pero que en los encabezados se traduce en bromas obscenas o en víctimas que sólo se traducen en las ocho columnas del día.  ¿En cuántas ocasiones hemos visto que el reportero se refiere a los ultimados con desdén e ignorancia, al tratar como hombre a una mujer trans? La sangre vende, más aún cuando proviene de seres que nadie reclama y a nadie acongojan.

La homo, lesbo, bi y transfobia es la regla y no la excepción en México y, por ello, ver el cuerpo ultrajado de un gay o de una lesbiana torturada, a pocos inmuta. Se produce un efecto que el filósofo italiano, Roberto Esposito, denomina inmunización, en el que derivado de la violencia cotidiana, la sociedad percibe como “normal”  la muerte de las demás personas, aun cuando ésta sea de forma violenta y a causa del odio por su orientación sexual o identidad sexogenérica.

Los efectos contra la diversidad sexual en los medios de comunicación resultan nocivos. No sólo perpetúan el círculo vicioso contra aquellos que no son heterosexuales, sino que propician estereotipos, les revictimizan y los convierten en culpables de lo que les sucede. Con un plumazo, un gay, lesbiana, bisexual o trans deja de ser persona para convertirse en elemento risible y condenable.  La mataron, pero era lesbiana. Lo violaron, pero era gay y seguramente lo disfrutó. De ese tamaño, es el daño pernicioso de medios que prefieren vender por encima de vidas perdidas.

Por ello, es  fundamental que aquellos que forman parte de los medios de comunicación desde reporteros y fotógrafas, hasta editores, columnistas, publicistas y dueños de emporios sean capacitados sobre derechos humanos, diversidad sexual y género.  El gremio periodístico tiene una función eminentemente social de informar con responsabilidad, apuntalar la libertad y generar una sociedad más plural y respetuosa. Debe ser artífice  de transformación social, no cómplice de vicios como la discriminación, la homofobia cultural o los transfeminicidios.

Los cambios deben provenir desde la modificación del lenguaje. Hablar sobe la comunidad LGBT se debe enfocar en la lucha, la recreación, los logros y el hablar correctamente al referirse a una mujer u hombre trans. Antes de tocar el teclado, debemos informarnos, sensibilizarnos y comprender que la diversidad sexual también se compone de seres humanos que luchan día a día por alcanzar el reconocimiento de su identidad frente a la sociedad.

Como partícipes y testigos de los cambios de paradigmas no condenemos o antepongamos nuestro sentir, frente a la información con la que trabajamos todos los días. Comencemos a llamarle Paola y no ‘Luis’ a una mujer trans, dignifiquemos el movimiento del orgullo LGBT y no coloquemos títulos que minimicen los esfuerzos de las y los activistas. No queremos condescendencia, pero pedimos ser retratados con dignidad. Que el poder de su palabra sirva para la inclusión, no para la promoción del odio.

Queremos reporteros, periodistas o comunicadores humildes, responsables, con conocimiento y compromiso social que informen. Scherer, Buen Día, Monsiváis, Luis de Alba, Granados Chapa, D Artigues, Berman, Dresser y Kapuscinki  pueden ser buen ejemplo de ello.

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